Groucho Marx no solamente nos ha legado una de las imágenes más
icónicas del cine (gafas, bigote, puro) y el más desbordante de los caudales de
la oralidad en que solía perder y enredar a sus interlocutores (público
incluido), atravesado todo por un humor ingenioso y altamente corrosivo. En la
misma línea de ese humor cáustico, nos dejó una serie de escritos en los que
exploraba desde esa perspectiva particularmente distorsionada y surreal los
diversos avatares que desde la cotidianeidad debe enfrentar el hombre para sobrevivir
en el interior de una sociedad mezquina e hipócrita. Aquí, un ligero manual de
posibilidades habitacionales para sortear con algo de decoro y mucho de
imaginación la carencia de hogar propio.
* * *
Por
Groucho Marx
No hace mucho, un
reportero de Nueva York descubrió que una mujer enana vivía dentro de una
cabina telefónica. Su equipo de ama de casa consistía en una estufa portátil,
una silla plegable, un manojo de habas y una revista Selecciones. “Lo considero
un golpe de suerte”, declaró la mujer. “Piense que no solo tengo un hogar, sino
algo mucho más difícil de conseguir: un teléfono”.
Si la empresa
telefónica no se opone a perder unos cuantos millones de monedas de cinco
centavos al año, este puede ser el inicio de un nuevo estilo de vida.
Claro, entiendo que hay
probablemente más cabinas que enanos, pero pienso que con algo de práctica las
personas altas podrían también adaptarse a ese hábitat. Desde luego, tendrían
que aprender a dormir de pie, pero no es tan difícil: hasta los caballos pueden
hacerlo.
Y existen otras
posibilidades para vivir agradablemente, más allá de las cabinas telefónicas.
Un amigo mío ha encontrado refugio en el tanque de gas municipal. La familia
tiene que usar respiradores, desde luego, y la esposa del tipo no lo deja fumar
dentro. Pero al menos tienen un techo arriba de sus cabezas, 75 metros arriba,
para ser exactos.
Otro amigo tiene un
apartamento de soltero en una mezcladora de cemento. Ni siquiera necesita un
despertador: cuando los obreros encienden la mezcladora en la mañana, se
despierta sin falta. Sin embargo, se queja de lo difícil que es vestirse cuando
está apurado.
¿Ha pensado en un
establo? La mitad de la gente que conozco creció en establos, y hoy ganan mucho
dinero.
En California, la gente
tiene ideas incluso más elaboradas para conseguir un hogar. Están comprando
tranvías para convertirlos en cabañas. Luego de la transformación quedan
equipados con cocineta, baño y un estupendo sistema de timbre para llamar al
mayordomo, en caso de que puedan tener un mayordomo. Yo personalmente prefiero
una mucama francesa. Pero mi sensación general es que resulta mejor olvidarse
del tranvía inmóvil y hacerse a uno que todavía esté en ruta. Imagino que su
respuesta será: “Pero es posible que no tenga dónde sentarme”. Tal como lo
imaginaba: usted es ese tipo de persona holgazana que quiere estar sentada todo
el día. Pero no vamos a pelear por eso. El truco consiste en llegar a la
primera estación muy temprano en la mañana. Por diez centavos –siete, si vive
en Cleveland– usted tendrá un hogar durante todo el día. Es cierto que habrá
sobresaltos, pero a cambio conocerá un montón de nuevas caras, muchas de ellas
mejores que la suya.
Vivir en un tranvía
tiene muchas ventajas. Hay un constante cambio de paisaje y, si es usted muy
tacaño para suscribirse a un periódico, puede esperar a que alguien deje un
ejemplar tirado en el piso. Si la ruta pasa por un barrio rico, podría incluso
hacerse a algunas revistas. Y quién sabe: si es usted una señorita, al cabo de
un par de años podría incluso casarse con el conductor.
Otro posible hogar es
una jaula del zoológico. No recomiendo esta modalidad para parejas casadas ya
que, francamente, no hay mucha privacidad en una jaula. En cambio, para un
joven soltero definitivamente ofrece muchas posibilidades. El pabellón de los
monos es tal vez su mejor opción: hasta podría quedarse ahí permanentemente sin
que nadie note la diferencia. Para no hacerse notar demasiado, yo le sugeriría
sacarse la ropa antes de entrar a la jaula. Pero no convirtamos esto en un
problema: si usted es un ex soldado, lo más probable es que ni siquiera tenga
ropa.
Si en cambio usted es
uno de esos tipos afortunados que tienen un lapicero que escribe debajo del
agua, podría intentar vivir en una piscina. La ventaja es que puede bañarse y
contestar su correspondencia al mismo tiempo. Encontrará una piscina en casi
todo jardín trasero de Hollywood. Son piscinas que ya vienen equipadas con
trampolín, balsa inflable para hacer reuniones de trabajo, y tres chicas en
traje de baño que se parecen a Jane Russell.
Y si tiene la fortuna
de vivir en las afueras de California y no puede encontrar una piscina, podría
seguir el ejemplo de un amigo que vive en un pozo. El único equipo que se
requiere son un par de botas de pesca y una buena provisión de zanahorias para
poder leer en la oscuridad. Dice mi amigo que el servicio de transporte está
bien: sale de su hogar en el balde de las 8:00 y regresa en el de las 5:45. El
único inconveniente es que todo el tiempo los vecinos se dejan caer
inesperadamente.
Si usted no es cobarde,
una solución al problema de vivienda es alquilar una casa embrujada. Los
callejones de los pueblos están llenos de magníficas casonas que permanecen
vacías simplemente porque hay gente pusilánime que teme habitarlas. Un joven
recién casado no vacila si le ofrecen irse a vivir a casa de sus suegros, pero
si en cambio le sugieren una casa embrujada (que en mi opinión resulta un lugar
más seguro) se pone pálido y lanza excusas tontas con voz temblorosa.
Para esa gente sin
coraje, yo recomiendo un árbol. Se trata de una vivienda plenamente segura a no
ser que usted sea sonámbulo, y desde las ramas altas se tiene una vista
preciosa de los alrededores. Sugiero incluso que sea un árbol de nueces, ya que
están llenas de vitaminas y las cáscaras vacías pueden usarse como ceniceros.
A esta altura,
probablemente estarán de acuerdo conmigo en que el problema de vivienda tiene
solución. El inconveniente es que nos hemos ablandado, pensando erróneamente y
aferrándonos a la idea anticuada de que un hombre solo puede ser feliz en una
casa. ¡Qué ridículo! En los sectores rurales, los gallineros se están volviendo
cada vez más populares. Los modelos más elegantes vienen con calefacción,
lámpara solar y trituradora de granos, y si usted les agrega cuadros y cortinas
puede sentir aún más el calor de hogar. Para evitar cualquier sospecha, es
bueno que empiece a cacarear al amanecer. Si el granjero es uno de esos tipos
rústicos con escopeta, hay que ser más astuto que él. Esté atento a sus pisadas
y, si siente que se está aproximando al gallinero, corra a posarse sobre un
montón de huevos y quédese ahí quieto hasta que se vaya.
Existen muchos otros
sustitutos de hogares. Hay cuarteles, canaletas, carpas, bolsas de dormir e
incluso casas de muñecas de tamaño gigante. Sin embargo yo no recomendaría este
último, ya que alguna vez tuve una mala experiencia en una casa de muñecas. El
papá de la muñeca me persiguió con un bate de béisbol.
Mucha gente ya está
viviendo en los palcos de los cines. El espacio es ideal para dormir, como
también lo son muchas de las películas. En el vestíbulo se pueden comprar
crispetas, mentas, barras de chocolate y maní. En los baños encontrará agua
fría, básculas para pesarse y algo de poesía.
En conclusión, le digo
a mi país: “Mantengamos la frente en alto. Recuerden que somos una nación
productiva. El hogar lo hacemos nosotros”. Si tuviera tiempo, podría enseñarles
muchas otras maneras de solventar la crisis de vivienda, pero debo salir ahora
a buscarme una habitación amoblada. El gran danés cuya casa alquilé está
regresando de Florida. Y, como suelo decir, ninguna casa es suficientemente
grande para dos familias.
This
Week,
noviembre de 1946