Por Luis
Tejada
El
optimismo es una aberración intelectual tan interesante, por lo menos, como el
pesimismo, pero evidentemente más falsa, y hasta en cierto modo más
perjudicial. El optimista es el ser racional por excelencia, y precisamente por
eso se encuentra siempre equivocado y su concepto del mundo es ilusorio. La
razón y la experiencia van siempre en sentidos opuestos o sentidos paralelos,
pero nunca concuerdan exactamente en la naturaleza. Racionalmente el sol
debería girar alrededor de la tierra; eso sería lo lógico porque así lo vemos,
porque así aparece a los ojos del ser racional que contempla el fenómeno. Sin
embargo no es así. La verdad es el absurdo, lo que nadie hubiera podido creer:
¡que nosotros giremos alrededor del sol! Transportando al terreno de las ideas
este criterio, da un resultado idéntico. El optimista cree por ejemplo, que la
paz debe existir en el mundo; que no es lógico ni razonable que los hombres se
maten unos a otros. Es claro, los hombres no deben matarse y el optimista tiene
toda la razón. Sólo que la razón no está de acuerdo con la verdad experimental;
la naturaleza esta vez, como siempre, opta por el absurdo y los hombres se
matan y seguirán matándose, ¡y el que los hombres se maten viene a constituir
ya un fenómeno natural y matemático como la fijeza del sol!
Desde
ese punto de vista, el criterio del pesimista es rigurosamente científico; el
pesimista como la ciencia, elabora sus teorías sobre la experiencia de los
hechos. Su concepto del mundo es sombrío, doloroso y aparentemente absurdo. El
pesimista dice, por ejemplo: "el hombre, es hoy tan cruel como ayer".
Bastaría una deducción lógica para llegar a creer que el hombre no debe ser tan
cruel hoy como hace dos mil años. ¿Y la educación, y el influjo de las nociones
cristianas, y la selección espiritual, y las ideas de fraternidad? Sin embargo,
los hechos cotidianos y generales, vienen a comprobar experimentalmente la
teoría pesimista: la historia de la última guerra o las estadísticas
criminales, son lo verdadero, aun cuando no sean lo razonable.
El
pesimista es, pues, analítico; el optimista es deductivo. Pero la deducción
lleva al error fundamental de querer acomodar el mundo a ciertas ideas
preconcebidas, a cierto ideal determinado. El optimista se obstina en barnizar
y embellecer el universo a su manera, sin tener en cuenta una circunstancia
capital: que la naturaleza es sencillamente inmodificable.
El
pesimista es más sincero con la vida, y decididamente más cuerdo. Sólo que no
ama el mundo, y ese puede ser su error: no comprende que a pesar de todas sus
imperfecciones, o precisamente por ellas, el mundo es perfecto, en sentido
general y acomodaticio. El mundo es condescendiente con todos, y es como todos
quieren que sea. Al único que no da gusto es al optimista. Por eso el optimista
es el ser más desgraciado de la Tierra.