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martes, 25 de junio de 2013

El "Gran" Colombiano


Por
  Richard Leön


Esta especie de reality que fue “El gran colombiano”, ha sido una de las formas más interesantes de conocer no tanto los personajes y la historia de un país como el nuestro, sino sobretodo para conocer de una forma bastante aproximada el pensamiento y la forma en que “nos” sentimos representados.
Por esto es que me parece bastante ridículo y torpe escuchar y leer quejas acerca de la poca representatividad del “ganador” y de su negativa imagen, entre otras cosas. Pero es que quienes votaron fueron los “colombianos” (entre comillas, porque asegurar que cada uno de nosotros emitió un voto es tan exagerado como asegurar que este es el país más feliz del mundo), y el elegido es apenas un acercamiento a la psique de un país que ha atravesado no solamente soberbios cambios en apenas dos siglos de historia, sino, precisamente, porque ha sido una historia manchada por una guerra fratricida en la que los últimos beneficiados han sido y serán las pocas manos que disfrutan desangrando las riquezas de nuestro país.
Así, ¿por qué extrañarse que un puñado de colombianos se sientan identificados por aquel que con la trivial frase de “Mano dura, corazón grande” –aunque de corazón más bien nada–, tomó las riendas del país pisoteando cuanto derecho fuera necesario con la última finalidad de defender, extrañamente, nuestros derechos?
Habría que ver si realmente deberíamos sentirnos identificados por la convocatoria de este programa. Voy a ser muy estadístico a este respecto, como para ser suficientemente claro.
Para Julio de 2011, según la página Index Mundi (la primera que encontré, a decir verdad), la población colombiana era de un total de 45’239.079, de la cual la población entre 15 y 64 años (que vamos a considerar aquí a priori como la posible población votante) era de un 67.2% (30’400.661 personas). El total de votos para el programa fue de 1’132.183 (un invisible 3.72% de la población considerada aquí como votante), siendo el 30.30% de votos para Álvaro Uribe Vélez (un total de 343.051). Lo que nos dará, finalmente, el ínfimo resultado de un 1.12% (de la población considerada aquí como votante), y un 0.75% (de la totalidad de la población colombiana). Todo esto, reitero, con datos del año 2011. Y todo esto, suponiendo que en realidad 1’132.183 colombianos se tomaron la molestia de emitir un voto, lo cual resulta absurdo, si lo pensamos mejor, ya que la dinámica de la página misma en que se emitían los votos permitía, después de unas horas, votar nuevamente. Por lo que obviamente, el número de votantes tendría que menguar vistosamente.
Ahora, ¿cómo podemos interpretar toda esta aparatosa estadística? Sencillamente con un encogimiento de hombros paulatino: así es como los colombianos elegimos a nuestros representantes, así es como nosotros decidimos y nos inclinamos por una imagen y no por otra; así, en resumen, es como nos conformamos (polisémicamente entendido).
La sorpresa, por otro lado, me parece, en cierta forma, mezquina e hipócrita. Si no querían verse representados por este señor, ¿por qué no votaron en contra? ¿Si no querían verse representados por el magnánimo Uribe Vélez, por qué entonces votaron dos veces consecutivas por él y lo encumbraron como presidente de la república durante ocho largos años de mandato?
Al típico colombiano crítico, aquel que se finge preocupado por lo que sucede a diario en su país y emite sus juicios a diestra y siniestra –generalmente desde sus estados en Facebook, como si a alguien le importase realmente–, le hace falta un poco más de vergüenza. Fácil es criticar, más sencillo expresar su inconformismo. Mucho más complejo participar. Pero bueno, qué le vamos a hacer, así somos, grandes colombianos, colombianísimos.


Coda:

No deja de encerrar una enorme ironía el hecho que el segundo lugar lo ocupara Jaime Garzón, uno de los principales críticos de nuestro “Gran colombiano”. También de esta clase de ironías vivimos.

miércoles, 25 de abril de 2012

Con el culo cagado


Por Richard León


Aquí en nuestro país tenemos un muy pintoresco y lindo proverbio: “Con la cara bonita y el culo cagado”, perfectamente alusivo a nuestro gusto en la apariencia, de nuestro afán por fingir. Por supuesto, por mera especulación uno puede llegar a creer que este bochornoso proverbio ha de haber sido fraguado en la tranquilidad del hogar más humilde, con baño de día de por medio incluido, cuando en realidad deberíamos empinar nuestra mirada un poco y buscar su prominente origen en el sutil mundo de la política. No de otra forma podríamos observar el derroche de fastuosidad con que el país dio bienvenida a la Cumbre de las Américas, en días pasados, en la apestosa ciudad de Cartagena de Indias.
Pero es apenas obvio. Cuando un visitante importante está por visitar nuestra humilde morada, no escatimamos en arreglar, limpiar o esconder los que consideramos los defectos más evidentes y molestos de nuestro hogar: recogemos apresuradamente calzones y medias, ropa sucia, limpiamos el polvo, posponemos el polvo, organizamos, tapamos, escondemos; que todo aparente encontrarse en su justo lugar para que el consuelo de tener una casa limpia y en orden deslumbre y descreste a los visitantes, les pique la envidia, se sientan incómodos con sus propios desórdenes ocultos. Y si por alguna casualidad innombrable vienen los comentarios ensalzadores, de muy buena gana los aceptamos con una humildad hipócrita y desbordante. Y si no, tratamos de hacerle notar al otro, suscitamos su respuesta.
Por tanto, y en perspectiva, resulta absolutamente comprensible el afán que movió a la administración cartagenera a desaparecer sus fealdades más notorias para hacer de su ciudad un lugar mucho más agradable y placentero para sus insignes visitantes. No solamente recogieron sus calzones del tendedero, sino que, con una vehemencia asombrosa, prácticamente secuestraron de las calles a los cientos de indigentes que las habitan para proporcionarles, a cambio, una ventajosa estancia en los calabozos locales, un buen corte de pelo y sus tres comidas reglamentarias durante su estadía. No es para menos la inusitada alegría de los habitantes de la calle, que ven perfectamente remunerado (ya era hora!) su acogimiento a las leyes temporales.
En otras medidas, se prohibió a los vendedores ambulantes y callejeros salir a afear la ciudad con su comparsa multicolor y sus gritos conminatorios, no sea que impidan el espejismo de paraíso tropical con sus ventas y alaridos y demás. Y, para cerrar con broche de oro, en un acto profundamente organizativo y caritativo, los perros callejeros desaparecieron para su pronta recuperación en centros veterinarios especializados, según se dijo en su momento.
Yo no sé si a los perros los atendieron como dijeron o si optaron por medidas más económicas y certeras, si los vendedores se quedaron en casa o si los indigentes se sintieron a gusto en sus mazmorras. Lo único que puedo notar de todo esto, es que el culo de esta nación fervorosa y temerosa de Dios está cagado hasta el hartazgo, así pretendamos limpiarnos la carita y aparecer lo más limpios y asépticos posible. Que sí, muy bonito darle la cara buena al mundo, pero eso carece de importancia si a los habitantes se les muestra un culo descolorido y manchado, si no se limpia la suciedad de una vez por todas. Porque si es cierto que hay que aparentar, más que mostrar, al mundo que Colombia es un país pujante, turístico y atractivo, también es cierto que de tanta pujadera la mierda está colmando a nuestras instituciones y el panorama no es nada atractivo, mucho menos para los que nos encontramos calzones adentro, sacándonos la mierda de encima como podemos y limpiándonos la cara para que no se culpe a nadie, porque “mientras se viva, lo demás se va dando”.

Poséptico:

Y la carne no se haría esperar, ni mucho menos. El desfile de putas por La Heroica, cuyos encantos terminaron por eclipsar las labores de la escolta de Obama, ha indignado de forma hipócrita y estúpida a un país de cultura prepaguista, de cultura puta, de cultura burdelista. En un país donde “sintetasnohayparaíso”, “loshombreslasprefierenbrutas”, “pandillasguerraypazpazpazpaz”, donde elreinadodelaguayaba, elreinadodelapanela, elreinadodelaputaquemástetastiene... Resumiendo, en un país acostumbrado a su propia vergüenza, que unos escoltas vengan  a disfrutar también las delicias del paraísotropical no debería constituir la gota de indignación. Todo lo contrario, también es una razón para sentirse orgullosamente colombiano, por aquello de “no hay puta como la colombiana”. Y lo que quizá debiera avergonzarnos sea, a lo mejor, que la administración cartagenera no haya tomado en cuenta que también en esto debía tomarse el atrevimiento de invitar a sus visitantes, un detalle de la más fina coquetería que a cualquiera habría hecho sentir el “hayquéorgullosomesientodehabernacidoenmipatria”.

viernes, 16 de marzo de 2012

Revista Esperpento No. 2



Contenido
-Esperpéntica
-Editorial
-2012, ¿y el fin del mundo?
-Esquina
-Amateur o Real porn
-Documentos del pasado
-... Un gringo en México... ¡Eso es eutanasia!
-Quitarse de en medio
-Jarryana
-El opio
-[No aptas]
-Otro retrato de Jesús
-Pre-textos
-El horror sobrenatural en la literatura
-Edgar A. Poe
-Desclasificados
-“Denme ustedes el tiro de gracia
-Líneas poéticas
-“Nevermore”. Edgar Allan Poe
-Distrito cuento
-La máscara de la Muerte Roja
-Un habitante de Carcosa
-Las ratas del cementerio
-El signo amarillo
-Las ciudades invisibles
-Una buena e impecable corbata perfectamente anudada al cuello
-Gabinete de ‘Patafísica

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2012, ¿y el fin del Mundo?

Extinción, s. Materia prima con que la teología creó el estado futuro.

Ambrose Bierce.
The devil’s dictionary.

Y finalmente ha llegado el cabalístico 2012, cargado con toda la mala fortuna que los profetas y sacerdotes de la Gran Orden del Final de los Tiempos y los Últimos Santos han podido y sabido insuflarle. Y si por una fortuna innombrable logramos sobrevivir a este cataclísmico y tórrido fin del mundo, cosa de no perderse demasiado entre los escombros últimos de la civilización occidental, entonces podemos darnos por bien servidos. Sin embargo, debemos decir que desgraciadamente ya hemos asistido al menos a tres grandes conflagraciones y apocalipsis anunciados si no con vehemencia, ya con llamamientos al arrepentimiento y al abrazo, por supuesto qué más podríamos esperar, de la fe cristiana, única fe verdadera. El primero, si mal no recuerdo, en el año 1996, con nacimiento de la Bestia incluido. El segundo, en 1999, con Bestia y exterminio masivo —además del presagio de un Y2K que solamente Dios, en su infinita sabiduría técnica, sabrá que le habría causado a las máquinas y comunicaciones mundiales—. Y ahora este tercero, que se proyecta definitivo e inaplazable gracias a la complicidad de las alineaciones planetarias y efectos secundarios de una estrella en pleno desarrollo.
Sin ser aguafiestas respecto a los finalmundistas, que creen ver los presagios de la hecatombe futura en los diversos sucesos que ocurren en el mundo (guerras en el Medio Oriente, cataclismos devastadores en Asia, temblores destructivos en el hemisferio austral, tsunamis, hambruna, destrucción masiva, exterminio indiscriminado), solamente diremos que nos fijemos muy bien en la historia de la humanidad.
Desde que el ser humano pisó la Tierra, no ha habido la más mínima posibilidad de paz. Y no es que ésta existiera antes. Al fin de cuentas, la paz es otro de los tantos términos abstractos creados por el hombre para comprender los fenómenos que no comprende. Existía, y eso es lo que el hombre primitivo no alcanzaba a entender, el equilibrio entre los seres vivos y el planeta que poblaban, el justo equilibrio entre un ser y su entorno, pero no la paz como nosotros la concebimos. La guerra humana no empezó cuando a los unos les pareció que los otros ocupaban tierras que a ellos, eso suponían, les pertenecían o cuando sintieron que su sola existencia era una ofensa para ellos, sino desde el mismo instante en que la naturaleza entró en conflicto con la vida humana de forma directa, desde que al hombre se le ocurrió que la naturaleza constituía un obstáculo para su comodidad... Y aquí estamos, cómodamente ajustados después de 202.012 años de evolución (o de acomodación por la vía de la fuerza, que viene a ser lo mismo) y seguimos siendo los mismos depredadores que al principio, los mismos animales (sí, animales, aunque se ofendan los creacionistas) que consumen su entorno sin importarles demasiado el futuro.

Ah, pero ahora sí nos importa nuestro futuro, ¿no? Y nos persignamos ante la inminente extinción masiva con que las religiones apocalípticas nos asustan y conminan a la aceptación de su credo. Por supuesto, nuestras preocupaciones son ya cosa de ADN, heredadas por un miedo natural e instintivo a través de las cadenas de nucleótidos heredadas de nuestros ancestros los monos. Lo malo, es que por andar creyendo que los dioses están enfurecidos con su creación y no tardarán en tomar represalias tajantes y extremas, andamos más que desprevenidos ante nuestro innegable suicidio como especie. Porque no podemos negar que si el final inevitable de la civilización llega, como ha llegado a todas y cada una de las grandes civilizaciones conocidas, llegará de nuestra mano y no de un rayo exterminador lanzado desde las alturas de la bóveda celeste, hogar de los dioses. Que si los dioses tuvieron el empeño de lanzar una plaga sobre la Tierra, esta plaga no posee otro nombre que el del Hombre. ¿Las siete plagas de Egipto que son comparadas con el empeño autodestructivo de la Humanidad, vista en conjunto? Adónde llegamos, arrastramos junto con nosotros un rastro de destrucción y muerte, de extinción y miseria —aunque pretendamos ocultarnos tras el falso lujo de una prosperidad aparente—.
Pero, ¿qué importa? Sigamos alzando nuestras manos al cielo y preguntándonos por qué tanta destrucción y miseria, por qué tanta muerte y guerra, y lavémonos las manos tranquilamente después de nuestra plegaria a la Nada. ¡Ya todo estará saldado y nuestra responsabilidad asumida por ese otro inexistente, por el dios inmisericorde que habita fuera del orbe! No, claro que no. Igual, así queramos creer que no, la responsabilidad es nuestra, somos nosotros quienes ejecutamos la acción, nadie más. Es el dictador quien decide la muerte de miles de personas, por no pertenecer a su credo o etnia; es el estadista quien decide dejar morir a unos pocos en beneficio de la mayoría; es el hombre moderno quien decide deforestar para crear viviendas; soy yo quien decide engañar al prójimo y sacar provecho; es el prójimo quien decide vengarse implacablemente; son las multinacionales que deciden infectar el planeta con desechos tóxicos; son ellos los que deciden pelear por un pedazo de tierra económicamente lucrativo; es el tirano quien decide que sus vecinos no son iguales y ofenden su existencia y, por eso, hay que exterminarlos; somos nosotros quienes preferimos guardar silencio...
Sí, alcemos las manos al cielo y roguemos... Pero roguemos que el Universo se apiade de nuestra miseria y nos envíe la extinción masiva de la mano de una hermosa estrella azul, de un cometa celeste, de una fría roca sideral. Aunque es muy probable que, desgraciadamente, no seamos escuchados.

martes, 15 de noviembre de 2011

Cuestiones de teatro, por Alfred Jarry

Publicado exactamente el primer día del año 1897 —¿como un saludo de año nuevo?—, Cuestiones de teatro es uno de los tres textos que vendrían a conformar el manifiesto teatral de Alfred Jarry (los otros dos son De la inutilidad del teatro en el teatro y Doce argumentos sobre teatro), necesariamente ligado a la representación de Ubú Rey. Como se podrá juzgar, este texto es una réplica al vulgo que juzgó la representación de Ubú como una farsa carente de delicadeza y, en cambio, desproporcionadamente provista de insultos y blasfemias. Pero como el mismo Jarry reconoce, el grueso de las personas no está acostumbrado a observar su caricatura sin ruborizarse y proyectar su descontento en forma de indignación. La forma del esperpento nos parece irreconocible cuando buscamos en el espejo nuestra figura y cuando más se niega el hombre común en reconocerse en la imagen, con más empeño arremete Jarry en su éste, con una sinceridad aterradora, nos devuelve una imagen infame y desfigurada. Pero, contra, demostrándole su doble hipocresía: fingirse espectador conocedor y desviar irritado la mirada del espejo. Si, como cabe suponer, el teatro no está para hacer sentir mejor al público asistente ni mucho menos para darles una lección cívica (¡ni que fuera un desusado Manual de Carreño!), entonces el camino debe ser el de la sorpresa y el ataque a un público mentidamente culto —y, dicho sea de paso, de ideales estéticos anticuados y envejecidos— que busca en la escena lo que en sus grises vidas raras veces encuentra —la cultura, en el sentido más excluyente de la palabra—. Por esto, Jarry no habla a la fementida élite cultural aristocrática, a pesar de sus serias reticencias, sino a los jóvenes que no se sienten reflejados en la cultura de sus antepasados, que sienten que el lenguaje y la expresión heredados no pueden constituir ni condensar los nuevos sentimientos que inflaman sus pechos. Es por esto que el argumento número 10 de los Doce argumentos sobre teatro reza: «Mantener una tradición, incluso válida, es tanto como atrofiar el pensamiento, que tendría que haber evolucionado durante su duración. Y es insensato querer expresar nuevos sentimientos dentro de una forma “conservada”». Jarry, como dramaturgo y creador, buscaba la evolución del teatro de su época: el resultado no fue otro que la irrupción de una verdadera estética del absurdo, una estética sistemáticamente deformada —justo antecesor de Valle-Inclán—, una valiosa búsqueda de las nuevas formas, que singularmente influiría en el teatro de la modernidad y los movimientos de vanguardia.

A. A. Vidal.

Cuestiones de teatro*.

¿Cuáles son las condiciones esenciales del teatro? Creo que ya no se trata de saber si ha de haber en él tres unidades o sólo la unidad de acción la cual resulta suficientemente observada si todo gravita alrededor de un personaje cualquiera. Si lo que debe respetarse son, por otra parte, los pudores del público, no cabría basarse ni, por ejemplo, en Aristófanes, muchas de cuyas ediciones llevan notas del siguiente tenor al pie de cada página: «todo este pasaje está plagado de alusiones obscenas»; ni tampoco en Shakespeare, de quien basta releer determinadas palabras de Ofelia o la célebre escena, con mucha frecuencia cortada, en que cierta reina toma lecciones de francés. Sí, en cambio, cabría aceptar como modelos a los señores Augier, Dumas hijo, Labiche, etc., a quienes tuvimos la desdicha de leer con profundo hastío, y de los que, verosímilmente, no ha conservado la nueva generación, después de haberlos leído, memoria alguna. En realidad, pienso que no hay ninguna clase de razón para escribir una obra en forma dramática, a menos que se haya tenido la visión de un personaje que resulte más cómodo soltar sobre un escenario que analizar en un libro.
En otro orden de cosas, ¿por qué el público, por definición ignorante, se complace en esgrimir comparaciones y citas? A Ubú Rey se le ha acusado de ser una grosera imitación de Shakespeare y Rabelais,
«porque los decorados se sustituyen económicamente por un cartel» y porque determinada palabra se repite en ella constantemente. A estas alturas no debería ignorarse que está casi definitivamente probado que, al menos en el tiempo de Shakespeare, nunca se representaron sus dramas de otra manera que sobre un escenario relativamente perfeccionado y con sus correspondientes decoraciones. Además, hay gente que han visto en Ubú una obra escrita «en francés arcaico», y ello porque nos divirtió imprimirla con caracteres antiguos, y porque se ha tomado phinanza por una ortografía del siglo XVI. Cuánto más exacta encuentro la reflexión de uno de los figurantes polacos, quien juzgaba la pieza del siguiente modo: «Se parece en todo a Musset, porque cambia a menudo de decorados».
Fácil hubiera sido adaptar Ubú al gusto del público parisino con sólo las ligeras modificaciones que siguen: la palabra inicial debería haber sido ¡bah! (o ¡brah!); la escobilla repugnante, un pañal de jovencita; los uniformes militares, del tiempo del Primer Imperio. Ubú hubiera tenido que darse el abrazo con el Zar, y más de un personaje acabar con los cuernos puestos... Todo lo cual considero que, en conjunto, resulta más sucio.
Lo que pretendí fue que, al levantarse el telón, la escena resultase para el público como ese espejo de los cuentos de madame Leprince de Beaumont en que el vicioso se ve con cuerpo de dragón y testuz de toro, según la exageración de sus principales vicios. Y, de tal manera, no es asombroso que el público quedase estupefacto a la vista de su inmundo doble, formado, como ha dicho excelentemente Catulle Mendès, «de la eterna imbecilidad humana, de la eterna lujuria, de la eterna glotonería, de la bajeza de instintos erigida en tiranía, de pudores, virtudes, patriotismo e ideales de gente bien comida»; de un doble que, hasta entonces, no se le había presentado por completo. En realidad, no había por qué esperar una pieza divertida, y ya las máscaras explicaban suficientemente que, a lo sumo, lo cómico debería ser entendido en el sentido macabro de un clown inglés o de una danza de la muerte. Antes de que contáramos con Gémier, Lugné-Poe se había aprendido el papel y quería representarlo a la manera trágica... Y lo que sobre todo no se ha comprendido —a pesar de estar bastante claro y venir continuamente recordado por las réplicas de la Madre Ubú: “¡qué idiota de hombre... qué triste imbécil!”—, es que Ubú no debía decir «palabras ingeniosas», como algunos ubuescos reclamaban, sino frases estúpidas, y ello con todo el desparpajo del grosero. Téngase en cuenta, además, que ese vulgo que con fingido desdén exclama: «¡Ni un ápice de ingenio en todo esto!», comprende todavía mucho menos cualquier enunciado medianamente profundo. Nos lo dice la experiencia de nuestra observación del público durante los cuatro años de l’OEuvre: si se tiene verdadera necesidad de que el vulgo entrevea algo, hay que explicárselo previamente.
La masa no entiende Peer Gynt, que es una de las obras más claras que existen. Tampoco comprende la prosa de Baudelaire, ni la precisa sintaxis de Mallarmé. Ignora a Rimbaud, se entera de la existencia de Verlaine una vez que éste ha muerto y queda aterrorizada escuchando Rastreadores o Peleas y Melisande. Simula considerar a los literatos y artistas como un grupito de enajenados y, en opinión de muchos de sus componentes, será preciso limpiar la obra de arte de todo lo que es azar y quintaesencia —expresiones del alma superior—, hasta dejarla castrada, tal y como podría haberla escrito la masa en colaboración. Tales son sus puntos de vista, y también los de algunos plagiarios y divulgadores. Y dado que el vulgo nos considera alienados por exceso, porque de sentidos exacerbados obtenemos sensaciones en su opinión alucinatorias, ¿no tendremos por nuestra parte el derecho de considerar a sus integrantes alienados por defecto —idiotas en sentido científico—, provistos de una sensibilidad tan rudimentaria que no percibe más que impresiones inmediatas? ¿En qué consiste verdaderamente el progreso? ¿En hacerse cada vez más semejante a los animales o en ir desarrollando poco a poco las circunvalaciones cerebrales embrionarias?
Siendo el arte y la comprensión de la multitud cosas tan distintas, tal vez se piense que hicimos mal atacando directamente al vulgo en Ubú Rey. De hecho, si se enfadó, es porque se dio por aludido, diga lo que diga. La lucha contra el “gran tortuoso”, en Ibsen, pasó, por el contrario, casi desapercibida. Pero, en mi opinión, el vulgo es una masa inerte, irracional y pasiva, a la que hay que golpear de vez en cuando para saber por sus gruñidos de oso en dónde está y en qué se ocupa. Por lo demás, resulta bastante inofensiva, pese a ser mayoritaria, porque se enfrenta a la inteligencia y, por fortuna, Ubú nunca podrá descerebrar a todos los aristócratas. Semejante al Animal Carámbano, de Cyrano de Bergerac, en su lucha contra la Bestia de Fuego, acabará por derretirse antes de triunfar. Y si triunfara, tan sólo conseguiría llegar a sentirse honrada de poder colgar en su chimenea el cadáver del Animal Sol, y de poder alumbrar su materia adiposa con los rayos de esa forma tan diferente de ella como distinta es, en otro plano, el alma del cuerpo.

La luz es activa, la sombra pasiva; y aquella no está separada de ésta, sino que acaba por penetrarla s se le da el tiempo suficiente. Revistas que publicaron las novelas de Loti, imprimen en la actualidad dice páginas de versos de Verhaeren y numerosos dramas de Ibsen.
Hace falta que pase tiempo, como decimos. Quienes son mayores que nosotros —título en base al cual les respetamos— han conocido en su vida ciertas obras que conservan para ellos el encanto de los objetos habituales, y nacieron con un alma ajustada a esas obras y garantizada para durar hasta el año mil ochocientos ochenta... y tantos. Como ya no estamos en el siglo XVII, no les daremos el empujón definitivo. Antes bien, esperaremos a que su alma, consecuente consigo misma y con los simulacros que rodearon su vida, acabe por extinguirse —en realidad, no hemos esperado—, e iremos convirtiéndonos, a nuestra vez, en hombres graves y barrigudos, como Ubú cualesquiera. Y después de publicar algunos libros que acabarán por convertirse en clásicos, terminaremos muy probablemente de alcaldes de pequeñas ciudades en las que los bomberos nos regalarán jarrones de Sèvres cuando se nos nombre académicos, y a nuestros nietos sus bigotes dentro de aterciopelados almohadones. Entonces, levantarán la voz nuevos jóvenes que nos encontrarán muy anticuados y que compondrán baladas en las que abominarán de nosotros. Ninguna razón hay para que no suceda.



*Aparecido en La Revue Blanche del 1º de enero de 1897.

lunes, 29 de agosto de 2011

Revista Esperpento No. 1: Alfred Jarry: 'Patafísica, excepción y singularidad.


Bajo la égida del escritor francés Alfred Jarry, Revista Esperpento ha sido creada como documento que testimonie la actividad del Colectivo UDistritopía y de su consecuente Proyecto Esperpento. Como objetivos trazados, se ha propuesto la difusión de la literatura en español no solamente de este no tan reconocido poeta, sino de los inapreciables continuadores de su labor (el renombrado Colegio de ‘Patafísica y sus múltiples sucursales mundiales) y, por qué no, de aquellos escritores y artistas noveles que deseen participar en este proyecto.

¿Por qué entonces Revista Esperpento?, se preguntarán algunos. Baste remitir a “Presentación del proyecto Esperpento”, que se encuentra en nuestro blog. Y con ello queremos dar a entender, también, que la literatura será para nosotros un espejo cóncavo, una estética valiosamente deformada en la que bien podremos vernos de forma aproximada a como realmente somos.
A continuación, los links desde los que podrán acceder a esta publicación, utópica, distópica y atópica.

Link de descarga Mediafire:


Agradecemos, de antemano, a nuestros virtuales lectores la lectura y comentarios.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Presentación del Proyecto Esperpento


UDistritopía

se complace en presentar

a la comunidad Colombiana

su más apreciada subversión,

el

Proyecto Esperpento,

con el que se espera causar

ampolla en la sociedad circundante, deambulante e

itinerante.



Ante la ociosa forma de autocontemplación propia de la raza humana

ante la autocomplacencia infame en que nos regodeamos

ante las consabidas y falsas representaciones de nuestra propia raza (la humana, queremos decir)

ante la falsa representación del espíritu de nuestras naciones

ante la falsa representatividad, insistimos, de los íconos que se han encumbrado como delegados de lo auténticamente nacional

ante el patrioterismo exaltado de los discursos oficiales y sus mensajes visuales

ante esto y mucho más que seguramente el tiempo propiciará, el Colectivo UDistritopía, en pleno derecho de sus facultades sub-versivas, per-versivas y denostativas, proclama la creación del Proyecto Esperpento, cuyas directivas decretan, a su vez:


  1. Los medios de comunicación son una mentira —especialmente este.
  2. La mentira reside en suprimir la multiplicidad de la personalidad humana.
  3. A través de los medios oficiales (posiblemente tan terroristas como las fuerzas armadas legales e ilegales) se busca mentir acerca de nuestra propia naturaleza.
  4. Los medios de comunicación en general distraen la atención de los sucesos que deberían captarla per se.
  5. La imagen sumamente positiva e im-positiva proyectada a través de los medios y campañas pro-patriotas es errada, puesto que hace a un lado a los demás por propiciar una imagen aparentemente negativa, y que vendría a completar plenamente el cuadro de nuestras costumbres. Además, esta imagen im-positiva nos distrae de lo otro que también somos, de lo otro que también hace parte de nuestra patria. Nos distrae de nuestros verdaderos problemas como nación, que bajo esa fingida y bien pagada sonrisa beneplácita y complaciente a la inversión extranjera esconde todas nuestras desgracias y faltas como nación y como cultura.

El esperpento, decía Ramón María del Valle-Inclán, se da cuando los héroes clásicos son reflejados en los espejos cóncavos. Y añadía: “El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”. Y lo que bien vale para la vida española vale para la totalidad de la humanidad y aún más para esta pequeña nación “cuya única tradición ha sido el fracaso”, para esta pequeña nación que pretende esconder su deformidad y mofarse de la de los demás, para esta pequeña nación que busca hacer de cada ciudadano un héroe pero que ha olvidado a quienes se han quedado como por fuera de la “cultura” representada idealmente light en los espacios audiovisuales. Repetimos y adaptamos, con todo el placer que ello nos permite, que el sentido trágico de la vida colombiana sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada, una estética que desnude al héroe hasta hacerlo ver como el pícaro que realmente es, como el misérrimo ser humano que esconde sus debilidades bajo la aparente faz de la superioridad, ya que no intelectual, preferiblemente estética.


Y no es que consideremos que no existan los héroes, que no exista lo loable, que no exista lo destacable. Es sólo que a la par de todo eso que posiblemente pueda considerarse hermoso y representativo de nosotros mismos, paralelo a este fingido mundo de perfección y delicadeza existe un mundo sórdido y oscuro, miserable y trágico. Esto es lo que forma la sociedad contemporánea, y en esta singular mezcla la belleza, también, pacta con la maldad, el orden pacta con el caos, la legalidad con la ilegalidad. Los engañados no son quienes critican de forma ferviente el orden de las cosas actuales, quienes ven enmascaramiento donde parece haber amabilidad y perfección. El engañado, como bien nos decía Pedro Gómez Valderrama en ése memorable texto acerca de la brujería, es quien asiste al espectáculo creyendo de forma ciega en la verdad representada en escena, quien acude y consciente la legalidad de la forma de la verdad oficial y quien, de esta forma, legitima el acto político que legaliza toda acción tomada frente a los atentados contra la razón oficial.


Por esto, las directivas del Proyecto Esperpento, en presencia del comité del Colectivo UDistritopía, afirman vehementemente (y el Colectivo UDistritopía acepta plenamente) y con fiereza:


  1. Ser colombiano no es un Premio, es un mero accidente. Somos colombianos como bien podríamos haber sido venezolanos o moscovitas. Ser colombiano se acerca más al acto de fe, como dijera Borges. Somos colombianos por defecto, porque nos toca y no porque hayamos elegido (elegir no es opción en nuestro país).
  2. Estamos absolutamente de acuerdo en que Colombia Es Pasión. Colombia es Padecimiento, Colombia es Pasiva, Colombia es contraria a la Acción, Colombia es Perturbada y Desordenada de Ánimo.
  3. Colombia Soy Yo, sí. Así como también lo son los miles de desplazados que pueblan la urbe como población fantasmal (porque aquí en la ciudad, quizá como en el campo, no gozan de los mismos derechos y oportunidades de los que, en teoría, nosotros gozamos), así como también los son ladrones, indigentes, narcotraficantes, prostitutas, modelos, presentadores, vendedores de semáforo, profesores, taxistas, negros, indios, cantantes de autobús, víctimas de grupos armados ilegales y legales, timados por pirámides y por Gobierno por igual. Sí, creemos fervientemente que todos Somos Colombia, que ése patriotero Colombia Soy Yo vale por igual para todos y cada uno de los que nacimos y vivimos en este lugar, sin importar lo feos o desarraigados, lo viciosos o malolientes, lo abiertos de piernas o cerrados de brazos, y no solamente como fórmula contra uno de miles de golpes que recibimos a diario.
  4. No estamos adscritos a ninguna escuela de pensamiento, a ninguna ideología política, a ningún postulado filosófico o académico. No somos ni de izquierda ni de derecha ni aparentemente centrales. En este sentido estricto, no somos nada.
  5. Seremos terroristas (“Teroristas!”) visuales, gestuales, escriturales; seremos per-visionarios, sub-versionarios, denostationarios; seremos contrarios al patrioterismo y a los patrioteros sin dejar de ser patriotas y com(prometidos)patriotas; seremos esperpentos, esperpenticistas, esperpentadores, esperpentionarios; seremos, finalmente, una minúscula horda de Terroristas de los Sentidos (hoy que esta palabra es casi castigada con sólo mencionarla).

Todos aquellos que se sientan llamados por este anticompromiso con la Patria de las campañas publicitarias, todo aquel que se sienta mínimamente representado en las palabras anteriores y sus postulados, todo aquel que se sienta profeta en patria ajena, todo aquel que no se sienta patriotero, todo aquel que se sienta apátrida, todo aquel que sienta un mínimo resquicio de culpabilidad (que no la apague, por favor), todo aquel que sienta necesidad de hablar y de gritar también, todos están invitados a unírsenos en este que podríamos considerar un verdadero Grito de Independencia de la conquista audiovisual, todos están invitados a desacralizar como se debe estos símbolos económicos y mercantilizados de lo que se pretende afirmar como buen ciudadano, como buen patriota, como buen ser humano.