Esta especie de reality que fue “El
gran colombiano”, ha sido una de las formas más interesantes de conocer no
tanto los personajes y la historia de un país como el nuestro, sino sobretodo
para conocer de una forma bastante aproximada el pensamiento y la forma en que
“nos” sentimos representados.
Por esto es que me parece bastante
ridículo y torpe escuchar y leer quejas acerca de la poca representatividad del
“ganador” y de su negativa imagen, entre otras cosas. Pero es que quienes
votaron fueron los “colombianos” (entre comillas, porque asegurar que cada uno
de nosotros emitió un voto es tan exagerado como asegurar que este es el país
más feliz del mundo), y el elegido es apenas un acercamiento a la psique de un
país que ha atravesado no solamente soberbios cambios en apenas dos siglos de
historia, sino, precisamente, porque ha sido una historia manchada por una
guerra fratricida en la que los últimos beneficiados han sido y serán las pocas
manos que disfrutan desangrando las riquezas de nuestro país.
Así, ¿por qué extrañarse que un puñado
de colombianos se sientan identificados por aquel que con la trivial frase de
“Mano dura, corazón grande” –aunque de corazón más bien nada–, tomó las riendas
del país pisoteando cuanto derecho fuera necesario con la última finalidad de
defender, extrañamente, nuestros derechos?
Habría que ver si realmente deberíamos
sentirnos identificados por la convocatoria de este programa. Voy a ser muy
estadístico a este respecto, como para ser suficientemente claro.
Para Julio de 2011, según la página
Index Mundi (la primera que encontré, a decir verdad), la población colombiana
era de un total de 45’239.079, de la cual la población entre 15 y 64 años (que
vamos a considerar aquí a priori como la posible población
votante) era de un 67.2% (30’400.661 personas). El total de votos para el
programa fue de 1’132.183 (un invisible 3.72% de la población considerada aquí
como votante), siendo el 30.30% de votos para Álvaro Uribe Vélez (un total de
343.051). Lo que nos dará, finalmente, el ínfimo resultado de un 1.12% (de la
población considerada aquí como votante), y un 0.75% (de la totalidad de la
población colombiana). Todo esto, reitero, con datos del año 2011. Y todo esto,
suponiendo que en realidad 1’132.183 colombianos se tomaron la molestia de
emitir un voto, lo cual resulta absurdo, si lo pensamos mejor, ya que la
dinámica de la página misma en que se emitían los votos permitía, después de
unas horas, votar nuevamente. Por lo que obviamente, el número de votantes
tendría que menguar vistosamente.
Ahora, ¿cómo podemos interpretar toda
esta aparatosa estadística? Sencillamente con un encogimiento de hombros
paulatino: así es como los colombianos elegimos a nuestros representantes, así
es como nosotros decidimos y nos inclinamos por una imagen y
no por otra; así, en resumen, es como nos conformamos (polisémicamente
entendido).
La sorpresa, por otro lado, me parece,
en cierta forma, mezquina e hipócrita. Si no querían verse representados por
este señor, ¿por qué no votaron en contra? ¿Si no querían verse representados
por el magnánimo Uribe Vélez, por qué entonces votaron dos veces consecutivas
por él y lo encumbraron como presidente de la república durante ocho largos
años de mandato?
Al típico colombiano crítico, aquel que
se finge preocupado por lo que sucede a diario en su país y emite sus juicios a
diestra y siniestra –generalmente desde sus estados en Facebook, como si a
alguien le importase realmente–, le hace falta un poco más de vergüenza. Fácil
es criticar, más sencillo expresar su inconformismo. Mucho más complejo
participar. Pero bueno, qué le vamos a hacer, así somos, grandes colombianos,
colombianísimos.
Coda:
No deja de encerrar una enorme ironía el
hecho que el segundo lugar lo ocupara Jaime Garzón, uno de los principales
críticos de nuestro “Gran colombiano”. También de esta clase de ironías
vivimos.