Lado A
- Leviathan, Sinister.
- From the dark past, version de Immortal.
- Funeral fog, versión de Emperor.
- Extenso diálogo entre Lucho Barrera y dos invitados a El final de los tiempos, en torno a Emperor y la producción discográfica Creative killings, de la agrupación holandesa Sinister.
- Agressive measures (Sinister).
Fin del lado A.
Lado B
- Pure fucking
Armageddon
(versión en vivo), Mayhem.
- ?-? (Death metal vieja escuela de compleja identificación -¿Será también Sinister?)
- ?-? (Otra canción por el estilo)
- ?-Sinister (probablemente del Creative killings)
- ?-? (Death metal puro y duro de difícil identificación)
- ?-? (Ídem.)
- ?-? (Probablemente un grupo de black metal)
Fin
del Lado B.
Tomado
al azar de entre varias decenas que estaban enmoheciendo, abandonados a su
propia fortuna, he iniciado con la escucha de un cassette blanco, cuyo origen
concreto desconozco plenamente.
En
aquellos días hoy lejanos, que al lector menor de 25 años le parecerán ajenos e
incluso cursis, los jóvenes rockeros/metaleros sufríamos de melomanía, una
melomanía tan extravagante que difícilmente encontrábamos manera de
satisfacerla. No nos complacía solamente el tener a la mano una producción
discográfica completa de una agrupación, no. Teníamos que extenderla a toda
aquella música que pudiera ser audible, a todas aquellas agrupaciones que
tuvieran algo que decirnos.
La
manía de grabar y crear mezclas reproducibles en el futuro, de grabar toda aquella
música que fuera susceptible de ser grabada, no siempre podía ser satisfecha
con absoluta calidad debido al recortado presupuesto de la época que nos
imposibilitaba contar con cintas de calidad (mis favoritas siempre fueron las
TDK), interminables y al alcance de la mano, razón por la cual yo terminaba
grabando en cintas de segunda mano que robaba a mi papá, cassettes
presumiblemente originales (de allí el color blanco de esta primera mezcla), de
música que no me gustaba y que mi papá no parecía echar de menos.
Por
supuesto, aquello no jugaba a favor de la calidad de la cinta, calidad que iría
disminuyendo con el pasar del tiempo. Aquella cuestión vendría a ser una de mis
grandes prevenciones con el formato en cassette, prevención que se sigue
manteniendo hasta el día de hoy. La insobornable cuestión de su conservación es
compleja y aparatosa, cuando no se cuenta con un espacio adecuado. Si no hay
buenas condiciones de almacenamiento, es posible que sufra averías con el paso
del tiempo, de lo que es un excelente ejemplo la presente cinta.
También
habría que recordar el hecho de que por la época habían empezado a escasear los
equipos con cassetteras. Mi instinto de coleccionista pirata dependía
principalmente de un equipo de sonido Sony, comprado a finales de los noventas
por mi papá, que contaba con dos cassetteras, lo que facilitaba hacer copias de
cassette a cassette, además de una suerte de rockola con espacio para cien
discos compactos, lo que incentivaba el copiar discos prestados en cassettes, costumbre
ésta que no parecía animar demasiado a algunos de mis amigos a prestarme
materiales discográficos —la pura, corrosiva y cochina envidia—.
No
obstante, existía otra fuente más que importante para un recién llegado a los
géneros del rock y el metal: los programas especializados en emisoras nacionales.
Para
la época, la internet apenas empezaba a dar sus primeros pasos en el mundo de
la cultura pop colombiana, por lo que no habíamos descubierto el alcance de sus
fuentes aparentemente ilimitadas. Por entonces, según recuerdo —hablamos de aquel
atropellado inicio de siglo colombiano—, había solamente dos programas en
funcionamiento (luego se les sumaría un tercero): El final de los tiempos,
por la 99.1 FM, dirigido por el reconocido locutor Lucho Barrera, emitido los
domingos desde las diez de la noche y hasta la una de la mañana, y Psicosis,
programa transmitido por la emisora de la Universidad Nacional de Colombia, cuya
emisión era realizada los miércoles, de seis a siete de la noche. Después
llegó, como competencia a El final de los tiempos, un programa
transmitido en Radioacktiva, cuyo nombre se me escapa, presentado por Carlos
Oñoro, guitarrista de la agrupación de heavy metal Warriors of the light.
Cabe
confesar, no sin cierta nostalgia, que los días entre una emisión y otra se
pasaban lentamente mientras el furor juvenil apenas daba espera para regresar a
los programas radiales, en los que se podía conocer algunos datos más acerca de
las agrupaciones y sus producciones discográficas, información que era recibida
por nosotros con un cierto carácter místico. Casi podría compararse con una
suerte de rito iniciático, por medio del cual nos introducíamos al mundo de las
guitarras, las estridencias y los sonidos extremos. Nosotros, los continuadores
del fuego de la música rock.
El
disco en sí es un desperdicio, por la pésima calidad de sonido que posee, pues
todas las canciones grabadas en él carecen de la calidad suficiente como para
que uno se tome el trabajo de escucharlo nuevamente después de esta primera
reproducción. Sin embargo, y no creo que ningún melómano se niegue a admitirlo,
es un artículo pleno de nostalgia, que funciona a la manera de una máquina del
tiempo. Si uno tiene la paciencia suficiente, los recuerdos del contexto en que
fue grabada cada una de las canciones que lo componen empiezan a ser recordados:
la oscuridad de la habitación, el esfero Bic en caso de tener que rebobinar
manualmente, las conversaciones del locutor y sus invitados, los detalles en
torno a la grabación.
Incluso
uno podría remontar más la corriente y rememorar las circunstancias en torno al
proceso de grabación en sí mismo, el estado de ánimo dominante, los pensamientos
más íntimos y preciados.
Posiblemente
sea esta la principal razón del porqué los sigo conservando en una vieja caja:
no hay nada más difícil que deshacerse de los recuerdos de tiempos, quizá no
mejores, pero sí más llevaderos que los presentes. La felicidad es, también,
una pequeña caja de plástico con una cinta magnética en su interior. Una
pequeña máquina del tiempo al alcance de la mano.