Mostrando entradas con la etiqueta Nietzsche. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Nietzsche. Mostrar todas las entradas

lunes, 31 de diciembre de 2012

Del leer y el escribir

Magia en las letras,
por Cecilia Ferreira.


Por Friedrich Nietzsche



De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escri­be con su sangre. Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu.
No es cosa fácil el comprender la sangre ajena: yo odio a los ociosos que leen.
Quien conoce al lector no hace ya nada por el lector. Un si­glo de lectores todavía - y hasta el espíritu olerá mal.
El que a todo el mundo le sea lícito aprender a leer corrom­pe a la larga no sólo el escribir, sino también el pensar.
En otro tiempo el espíritu era Dios60, luego se convirtió en hombre, y ahora se convierte incluso en plebe.
Quien escribe con sangre y en forma de sentencias, ése no quiere ser leído, sino aprendido de memoria.
En las montañas el camino más corto es el que va de cum­bre a cumbre: mas para ello tienes que tener piernas largas. Cumbres deben ser las sentencias: y aquellos a quienes se ha­bla, hombres altos y robustos.
El aire ligero y puro, el peligro cercano y el espíritu lleno de una alegre maldad: estas cosas se avienen bien.
Quiero tener duendes a mi alrededor, pues soy valeroso. El valor que ahuyenta los fantasmas se crea sus propios duen­des,- el valor quiere reír.
Yo ya no tengo sentimientos en común con vosotros: esa nube que veo por debajo de mí, esa negrura y pesadez de que me río, - cabalmente ésa es vuestra nube tempestuosa.
Vosotros miráis hacia arriba cuando deseáis elevación. Y yo miro hacia abajo, porque estoy elevado.
¿Quién de vosotros puede a la vez reír y estar elevado? Quien asciende a las montañas más altas se ríe de todas las tragedias, de las del teatro y de las de la vida61.
Valerosos, despreocupados, irónicos, violentos - así nos quiere la sabiduría: es una mujer y ama siempre únicamente a un guerrero62.
Vosotros me decís: «la vida es difícil de llevar». Mas ¿para qué tendríais vuestro orgullo por las mañanas y vuestra resig­nación por las tardes?
La vida es difícil de llevar: ¡no me os pongáis tan delica­dos! Todos nosotros somos guapos, borricos y pollinas de carga63.
¿Qué tenemos nosotros en común con el capullo de la rosa, que tiembla porque tiene encima de su cuerpo una gota de ro­cío?
Es verdad: nosotros amamos la vida no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar64.
Siempre hay algo de demencia en el amor. Pero siempre hay también algo de razón en la demencia65.
Y también a mí, que soy bueno con la vida, paréceme que quienes más saben de felicidad son las mariposas y las burbu­jas de jabón, y todo lo que entre los hombres es de su misma especie.
Ver revolotear esas almitas ligeras, locas, encantadoras, vo­lubles - eso hace llorar y cantar a Zaratustra.
Yo no creería más que en un dios que supiese bailar.
Y cuando vi a mi demonio lo encontré serio, grave, profun­do, solemne: era el espíritu de la pesadez66 - él hace caer a to­das las cosas.
No con la cólera, sino con la risa se mata 67. ¡Adelante, ma­temos el espíritu de la pesadez!
He aprendido a andar: desde entonces me dedico a correr. He aprendido a volar: desde entonces no quiero ser empuja­do para moverme de un sitio.
Ahora soy ligero, ahora vuelo, ahora me veo a mí mismo por debajo de mí, ahora un dios baila por medio de mí.

Así habló Zaratustra.

­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­______________________
Notas:

60 Véase el Evangelio de Juan, 4, 24: «Dios es espíritu.» En la cuarta parte, La fiesta del asno,  1, el papa jubilado critica­rá la frase «Dios es espíritu».
61 Los tres párrafos que van desde «Vosotros miráis...» hasta aquí fueron colocados por Nietzsche como motto al frente de la tercera parte de esta obra.
62 El tercer tratado de La genealogía de la moral lleva a su frente, como motto, esta frase. Nietzsche dice en el prólogo que ese tercer tratado, titulado «¿Qué significan los idea­les ascéticos?», es todo él «un comentario» del citado párrafo.
63 Reminiscencia irónica del Evangelio de Mateo, 21, 5: «Y los discí­pulos... trajeron la borrica y el pollino» (preparativos para la en­trada de Jesús en Jerusalén).
64 Juego de palabras, en alemán, entre vivir (leben) y amar (lieben).
65 Paráfrasis de Hamlet, acto II, escena 2: «Ocurrencias felices que suele tener la demencia, y que ni la más sana razón y lucidez po­drían soltar con tanta fortuna» (palabras de Polonio a Hamlet).
66 Véase, en la tercera parte, De la visión y del enigma, así como Del espíritu de la pesadez, donde Nietzsche desarrolla con detalle el significado del «espíritu de la pesadez».
67 En la cuarta parte, La fiesta del asno, el más feo de los hom­bres recordará a Zaratustra esta enseñanza.

jueves, 16 de agosto de 2012

Del camino del creador


Por Friedrich Nietzsche


¿Quieres marchar, hermano mío, a la soledad? ¿Quieres buscar el camino que lleva a ti mismo? Detente un poco y es­cúchame.
«El que busca, fácilmente se pierde a sí mismo. Todo irse a la soledad es culpa»: así habla el rebaño. Y tú has formado parte del rebaño durante mucho tiempo.
La voz del rebaño continuará resonando dentro de ti. Y cuando digas «yo ya no tengo la misma conciencia que voso­tros», eso será un lamento y un dolor.
Mira, aquella conciencia única dio a luz también ese dolor: y el último resplandor de aquella conciencia continúa brillan­do sobre tu tribulación.
Pero ¿tú quieres recorrer el camino de tu tribulación, que es el camino hacia ti mismo? ¡Muéstrame entonces tu derecho y tu fuerza para hacerlo!
¿Eres tú una nueva fuerza y un nuevo derecho? ¿Un primer movimiento? ¿Una rueda que se mueve por sí misma? ¿Pue­des forzar incluso a las estrellas a que giren a tu alrededor?
¡Ay, existe tanta ansia de elevarse! ¡Existen tantas convulsiones de los ambiciosos! ¡Muéstrame que tú no eres un ansio­so ni un ambicioso!
Ay, existen tantos grandes pensamientos que no hacen más que lo que el fuelle: inflan y producen un vacío aún mayor. ¿Libre te llamas a ti mismo? Quiero oír tu pensamiento do­minante, y no que has escapado de un yugo.
¿Eres tú alguien al que le sea lícito escapar de un yugo? Más de uno hay que arrojó de sí su último valor al arrojar su servi­dumbre.
¿Libre de qué? ¡Qué importa eso a Zaratustra! Tus ojos de­ben anunciarme con claridad: ¿libre para qué?
¿Puedes prescribirte a ti mismo tu bien y tu mal y suspen­der tu voluntad por encima de ti como una ley? ¿Puedes ser juez para ti mismo y vengador de tu ley?
Terrible cosa es hallarse solo con el juez y vengador de la propia ley. Así es arrojada una estrella al espacio vacío y al so­plo helado de hallarse solo.
Hoy sufres todavía a causa de los muchos, tú que eres uno solo: hoy conservas aún todo tu valor y todas tus esperanzas. Mas alguna vez la soledad te fatigará, alguna vez tu orgullo se curvará y tu valor rechinará los dientes. Alguna vez grita­rás «¡estoy solo!».
Alguna vez dejarás de ver tu altura y contemplarás dema­siado cerca tu bajeza; tu sublimidad misma te aterrorizará como un fantasma. Alguna vez gritarás: «¡Todo es falso!»
Hay sentimientos que quieren matar al solitario; ¡si no lo consiguen, ellos mismos tienen que morir entonces! Mas ¿eres tú capaz de ser asesino?
¿Conoces ya, hermano mío, la palabra «desprecio»? ¿Y el tormento de tu justicia, de ser justo con quienes te despre­cian?
Tú fuerzas a muchos a cambiar de doctrina acerca de ti; esto te lo hacen pagar caro. Te aproximaste a ellos y pasaste de largo: esto no te lo perdonan nunca.
Tú caminas por encima de ellos: pero cuanto más alto su­bes, tanto más pequeño te ven los ojos de la envidia. El más odiado de todos es, sin embargo, el que vuela.
«¡Cómo vais a ser justos conmigo! - tienes que decir - yo elijo para mí vuestra injusticia como la parte que me ha sido asignada».
Injusticia y suciedad arrojan ellos al solitario: pero, herma­no mío, si quieres ser una estrella, ¡no tienes que iluminarlos menos por eso!
¡Y guárdate de los buenos y justos! Con gusto crucifican a quienes se inventan una virtud para sí mismos, - odian al so­litario.
¡Guárdate también de la santa simplicidad! Para ella no es santo lo que no es simple; también le gusta jugar con el fuego - con el fuego de las hogueras para quemar seres humanos.
¡Y guárdate también de los asaltos de tu amor! Con demasia­da prisa tiende el solitario la mano a aquel con quien se en­cuentra.
A ciertos hombres no te es lícito darles la mano, sino sólo la pata: y yo quiero que tu pata tenga también garras.
Pero el peor enemigo con que puedes encontrarte serás siempre tú mismo; a ti mismo te acechas tú en las cavernas y en los bosques.
¡Solitario, tú recorres el camino que lleva a ti mismo! ¡Y tu camino pasa al lado de ti mismo y de tus siete demonios!
Un hereje serás para ti mismo, y una bruja y un hechicero y un necio y un escéptico y un impío y un malvado.
Tienes que querer quemarte a ti mismo en tu propia llama: ¡cómo te renovarías si antes no te hubieses convertido en ce­niza!
Solitario, tú recorres el camino del creador: ¡con tus siete demonios quieres crearte para ti un Dios!
Solitario, tú recorres el camino del amante: te amas a ti mismo y por ello te desprecias como sólo los amantes saben despreciar.
¡El amante quiere crear porque desprecia! ¡Qué sabe del amor el que no tuvo que despreciar precisamente aquello que amaba!
Vete a tu soledad con tu amor y con tu crear, hermano mío; sólo más tarde te seguirá la justicia cojeando.
Vete con tus lágrimas a tu soledad, hermano mío. Yo amo a quien quiere crear por encima de sí mismo y por ello perece.
Así habló Zaratustra.