martes, 27 de septiembre de 2011

"Yo llamo monstruo a toda original inagotable belleza". Breve selección poética de Alfred Jarry

Del pequeño número de elegidos.

A través del espacio laminado de los veintisiete pares, Faustroll evocó hacia la tercera dimensión:
De Baudelaire, el silencio de Edgar Poe, al tener la precaución de retraducir al griego la traducción de Baudelaire.
De Bergerac, el árbol precioso en el que se metamorfosearon, en el país del sol, el rey ruiseñol y sus asuntos.
De Lucas, el Calumniador que lleva a Cristo hacia un lugar elevado.
De Bloy, los negros cerdos de la Muerte, cortejo de la novia.
De Coleridge, la ballesta del viejo marino y el esqueleto flotante del barco, que, depositado en el as, fue criba sobre criba.
De Darien, las coronas de diamantes de las perforadoras de San Gotardo.
De Desbordes-Valmore, el pato que depositó el leñador a los pies de los niños y los cincuenta y tres árboles marcados en la cabeza.
De Elskamp, las liebres que, corriendo sobre las sábanas, se convirtieron en manos redondas y llevaron el universo esférico como un fruto.
De Florian, el billete de lotería de Scapin.
De las Mil y una Noches, el ojo saltado por la cola del caballo volador del tercer Kalender, hijo del rey.
De Grabbe, los trece compañeros sastres que mató, al alba, el Barón Tual por orden del caballero de la orden pontifical del Mérito Civil, y la servilleta que se anudó previamente alrededor del cuello.
De Kanh, uno de los sellos de oro de las celestes orfebrerías.
De Lautrèamont, el escarabajo, hermoso como el temblor de las manos en el alcoholismo, que desaparecía en el horizonte.
De Maeterlinck, las luces que oyó la primera hermana ciega.
De Mallarmé, el virgen, el vivaz y el hermoso hoy.
De Mendès, el viento del norte que, soplando sobre el verde mar, mezclaba a su sal el sudor del galeote que remó hasta los ciento veinte años.
De la Odisea, la marcha alegre del irreprochable hijo de Peleas por la pradera de asfódelos.
De Péladan, el reflejo, en el espejo del escudo estañado por la ceniza de los antepasados, de la sacrílega matanza de los siete planetas.
De Rabelais, los cascabeles con los que danzaron los diablos durante la tempestad.
De Rachilde, Cleopatra.
De Régnier, la llanura ahumada en donde el centauro moderno estornudó.
De Rimbaud, los carámbanos arrojados por el viento de Dios a los charcos.
De Schwob, los animales escamosos que imitaba la blancura de las manos del leproso.
De Ubú Rey, la quinta letra de la primera palabra del primer acto.
De Verhaeren, la cruz hecha por la pala en las cuatro fuentes de los horizontes.
De Verlaine, las voces asíntotas a la muerte.
De Verne, las dos leguas y media de corteza terrestre.
Sin embargo, René-Isidore Panmuphle, alguacil, comenzaba a leer el manuscrito de Faustroll en medio de una oscuridad profunda, evocando la tinta transparente de sulfato de quinina para los invisibles rayos infrarrojos de un espectro encerrado en cuanto a sus otros colores en una caja opaca; hasta que fue interrumpido por la presentación del tercer viajero.

Yo no sé...
Yo no sé si mi hermano me olvida,
Pero me siento inmensamente solo
Con la querida cabeza que palidece a lo lejos
Entre los intentos de un recuerdo que miente.
Tengo su retrato ante mí, sobre la mesa,
No sé si era feo o guapo.
Su doble es vacío y vano como una tumba.
He perdido su voz, su voz adorable,
Justa, que me parece falseada a propósito.
Acaso él lo ignore, tesoro póstumo.
Aparte de la letra ella se evoca, muy
De súbito rota y acariciante pluma.


El reloj de arena.
Cuelga tu corazón de los tres pilares,
Cuelga tu corazón con los brazos atados,
Cuelga tu corazón, tu corazón que llora
Y se vacía en el curso de la hora
Dentro de su reflejo sobre un pantano.
Cuelga tu corazón de los pilares de gres.
Vierte tu sangre, corazón que te unes
A tu reflejo por tus dos extremos.
Los pilares negros, los pilares fríos
Abrazan tu corazón con sus tres dedos.
Cuelga tu corazón de los pilares de madera,
Los tres secos, duros, inflexibles.
En tu negro anillo, claro Saturno,
Vierte la ceniza de tu urna.
Cuelga tu corazón, aerostato, de los
Triples postes monumentales.
Que todo tu lastre vacío se deslice:
Tu pesado fantasma es tu barquilla
Que ancla sus dedos deformes
En las uñas nacaradas de tus pies.
Vierte tu alma que se estrangula
En los tres locos vientos de tu triángulo.
Muestra tu corazón en la picota
Desde donde se esparce sin tregua tu grito,
Tu llanto y tu grito solitario
Como un río eterno sobre la tierra.
Alza tus negros brazos calcinados
Por contar demasiado la hora de los condenados.
En tu frente de cuerno transparente
Satán ha colocado su tricornio.
Alza tus brazos infatigables
Como troncos de árboles podados.
Vierte el sudor de tu frente
Que sabe la hora en que morirán los cuerpos.
Vierte tu arena inagotable
Sobre su sangre indeleble.
Tu cintura de delgada avispa
Vaga sin fin en su sepulcro,
En su blanco sepulcro que enjuga
La baba de tu fría lava.
Planta un patíbulo en tres lugares,
Un patíbulo de estrechos pilares,
En donde se cuelgue un corazón en venta.
De tu corazón brota la ceniza,
De tu corazón se derrama la muerte.
La triple estaca ennegrecida lo muerde,
Muerde tu corazón, tu corazón que llora
Y se vacía en el curso de la hora
En la criba de los vientos que vagaron
Dentro de su reflejo sobre un pantano.


El hombre del hacha.

Sobre y para Paul Gauguin.

En el horizonte, a través de la niebla,
Entre las algazaras de la fortuna,
Armamos a nuestros vagos demonios
En el hueco solapado de los montes.
En la ribera que nosotros rodeamos
Duerme un gigante sobre el cieno.
Como lagartos trepamos por sus pies.
Él, sobre su carro, igual que un César,
O sobre un pedestal de mármol,
Talla una barca con un tronco de árbol
Para, de pie sobre ella, perseguirnos
Hasta el límite verde de las leguas.
Desde la ribera sus brazos de cobre
Hacia el cielo elevan la azul hacha.


La regularidad de la urna.

I
Clara urna en donde duerme mi amor casto y querido,
En tu sombra infinita y encantadora me refugio,
En el suelo de las tumbas donde es tierra la carne...
Mas hacia tu cuerpo friolento haces volver tu manto.
¡Sueña! ¡Sueña y descansa! Oye, murmullo adormecedor,
Volar hacia el vano cielo las voces vagas de las vírgenes
Que no supieron hilar el sudario de sus hermanas...
¡Pasad, oh dedos de cera de los lívidos cirios, mano
Enflaquecida y maldita en donde amenaza la muerte!
Oh Tiempo, no derrames más la urna de las campánulas
En pesadas gotas... Aparte de la llama que muerde
Nace una nave ahogada en oscuras noches inútiles,
Pues las pulidas pilastras se yerguen como pinos
Y los hachones son lo mismo que puños de parricidas.
Y la llama temerosa oscila entre las pintadas vidrieras
Que lanzan hacia la noche sus láminas traslúcidas...
El órgano suspira, hace rugir en su trompa de bronce
Unos sonidos sordos y siniestros, unas voces como las
De los muertos que ruedan sin tregua en la corriente subterránea...
Unas sílfides hacen cantar a sus claros violoncelos.
Es el baile del abismo donde el amor no tiene fin,
Y la danza os ahoga entre el oleaje de su alcoba.
La boca de la tumba siempre abierta tiene hambre,
Pero mi mano delgada muerde el mar de muaré malva...
Pues el letargo delicioso de las noches viene a posar
Su brazo poderoso en mi cuello, y levemente me rozan
Los vuelos suaves en los muros cargados de velos negros...
Sólo las lámparas de oro abren sus llorosos ojos.

II
Presos
en el agua serena de granito gris
navegamos sobre la laguna doliente.
Nuestra góndola y sus luces de oro
lenta
duerme.
Dosel
de un cielo de ceniza finlandesa
adonde van a perderse lejos las lúgubres orillas
aún no oscurecidas, pálidos fanales
nuestros
cirios.
Nave
cuya proa cae netamente a pique,
abate tus mástiles, tus velas, oscuras tramas;
deslízate sobre las olas marchitables
sin
remos.
Después
en el aire frío como de un pozo
el órgano nos arrullará con la guata de su fanfarria.
La vidriera, escudo, nos mostrará
su
faro.
Claro,
el vuelo de un alma flota en el aire:
cuerpos aéreos transparentes, blancas túnicas,
inquietantes miradas arrojadas
por las
esfinges.
Y
acribillándolo con un juego de tejo,
finos discos, brillad en el tejado gris de los limbos
lúgubres y de los recuerdos difuntos,
azules
nimbos.
La
góndola espectro que hala
la muerte bajo los puentes de piedra en ojiva
iluminando su borda bordada
de-
riva.
Puestos
todos de pie en el fondo, dormidos,
elevamos nuestros ojos muertos a los alquitrabes
desde donde las campanas nos vierten sus
llantos
graves.


Una forma desnuda.

Una forma desnuda que tiende los brazos,
Que desea y dice: ¿Es posible?
Con los ojos iluminados por una alegría indecible,
—¿Quién puede, diamantes, contar vuestros quilates?
Brazos tan cansados cuando los abrazos rompen,
Carne de otro cuerpo plegada a mi deseo,
Grandes ojos tan sinceros, sobre todo cuando mienten,
—Salad menos vuestras lágrimas y me las beberé.
Erguida en el temblor está, dormida,
Una grata almohada en donde late un corazón;
Pero nada existe más dulce que su boca amiga,
Su boca amiga, que es lo mejor.
Bocas nuestras, formad una sola alcoba,
Lo mismo que se unen dos jaulas por sus extremos
Para celebrar un matrimonio silvestre en donde
Nuestras lenguas sean la esposa y el esposo.
Tal un Adán que aviva un doble aliento
Y en su despertar encuentra a su lado a Eva
Cuando mis sueños huyen yo descubro a Helena,
Viejo pero eterno nombre de la belleza
En el fondo de los tiempos por un corno se queja:
—Helena,
La llanura
Helena
Está llena
De Eros.
Hacia Troya
La presa
Despliega
La alegría
De Argos.
El ágil
Aquiles
Mutila
La ciudad
Donde desfallece
Príamo.
La estela de su carro, que arrastra
A Héctor alrededor de las murallas,
Encuadra un espejo en donde la reina
Desnuda y con los cabellos sueltos
La reina
Helena
Se adorna
—Helena,
La llanura
Helena
Está llena
De amor.
El viejo Príamo implora desde la torre:
—Aquiles, Aquiles, tu corazón es más duro
Que el oro, el bronce y el hierro de las armaduras,
Aquiles, Aquiles, más duro que nuestros muros,
Que las toscas piedras de nuestras defensas.
Ante su espejo helena se adorna:
—No, Príamo, no hay nada tan duro
Como el escudo de marfil de mis senos;
Su pezón se aguza con la sangre de las heridas,
Coral como el ojo de los blancos pájaros marinos:
En la pupila fría se ve el alma escarlata.
No hay nada tan duro, no, no, no, Príamo.
El arquero Paris
Como Cupido
Acaba de herir
En su talón a Aquiles.
Paris-Eros
Tan rosado y tan rubio,
El bello Paris, juez de las diosas,
Que eligió ser amante de una mujer,
El seductor de helena de Grecia,
Hijo de Príamo,
Paris el arquero es descubierto:
En su huella perdida exulta un carro de guerra,
Su sexo y sus ojos muertos son pasto de los buitres:
—Helena,
La llanura
Helena
Está llena
De amor.
¡Destino, Destino, demasiado cruel Destino!
El bebedor de la sangre de los mortales está de fiesta:
Los cuerpos helenos colman la llanura de Troya,
Destinos y buitres celebran el mismo festín.
¡Demasiado cruel Destino, duro abuelo de los dioses!
Pero helena abriendo sus bellos ojos límpidos:
—Destino es sólo una palabra, y los cielos están vacíos,
Si existieran los cielos sólo serían los de mis ojos.
Mortales, atreveos a escudriñar sin palidecer
El abismo azul, en él puede leerse la sentencia:
El esposo y el amante, Menelao y Paris,
Están muertos y de muertos está cubierta la llanura
Para hacer bajo mis pies una más suave alfombra,
Una alfombra de amor que se mueve y palpita;
Y puesto que a menudo he tenido un vestido verde
No sé... estos días... me gusta el rojo.


Madrigal.

Hija mía —mía, aunque seas de todos,
Y por tanto nadie es tu verdadero dueño—,
Durmamos ya y cerremos la ventana:
La vida se cerró y estamos en nuestra casa.
El mundo se termina demasiado alto
Y lo absoluto no se puede ya negar;
Es tan grande llegar el último
Ya que ese día cansó a Mesalina.
Hete ahí sola, toda ojos y oídos,
Caer a menudo hace que se olvide descender.
El ruido terrestre está lejos, tal la ceniza
Que yace desconocida en el incienso azul de los dioses.
Como el chapoteo de las gordas carpas
En Fontainebleau
Las voces asesinas tienen
Besos en el agua.
¿Cómo se unió el doble destino?
En tanto que no pisé tu acera
Tú eras virgen y aún no habías nacido,
Como un pasado que se ahoga en un espejo.
Apenas el cielo ha besado el zapato
De tu piel infinitesimal,
Y por haber mordido en todo el mal
Te ha hecho una boca tan pura.

* * *

Alfred Jarry, mundialmente famoso por ser el autor de Ubú Rey, ha sido injustamente olvidado como poeta simbolista allegado al círculo de Mallarmé, consumido por el sombrío y excéntrico mito que se ha tejido alrededor de su vida —y eso sin hablar del total desconocimiento de la mayoría respecto del voluminoso número de novelas escritas entre 1896 y 1907. En vida no llegó a publicar más que un volumen recopilatorio de algunos de sus poemas —Les minutes de sable Mémorial— y entre los que abundaban farsas y poesías en prosa —incluyendo el premiado, por el Mercure de France, Guignol, el primer escrito impreso en que se menciona a Papá Ubú—. No obstante, en sus diversas novelas incluía una que otra producción en verso bajo la rúbrica de sus múltiples personajes.

En Líneas poéticas hemos querido brindar una ligera muestra de la lírica jarryana, una poética siempre dispuesta a encontrar caminos alternos y complementarios (¿acaso no es esa la función de toda poética?) que nos desvíen y hagan reflexionar sobre la lógica de ciertas costumbres y creencias —allí está esa otra forma de comprender el mito de la inocente belleza raptada de Helena—; una poética también dada a la evocación de contrarios, de imágenes contrapuestas que dan como resultado, sin lugar a dudas, lo que nuestro autor nominaba como monstruo.


Juan P. Castel.

lunes, 29 de agosto de 2011

Revista Esperpento No. 1: Alfred Jarry: 'Patafísica, excepción y singularidad.


Bajo la égida del escritor francés Alfred Jarry, Revista Esperpento ha sido creada como documento que testimonie la actividad del Colectivo UDistritopía y de su consecuente Proyecto Esperpento. Como objetivos trazados, se ha propuesto la difusión de la literatura en español no solamente de este no tan reconocido poeta, sino de los inapreciables continuadores de su labor (el renombrado Colegio de ‘Patafísica y sus múltiples sucursales mundiales) y, por qué no, de aquellos escritores y artistas noveles que deseen participar en este proyecto.

¿Por qué entonces Revista Esperpento?, se preguntarán algunos. Baste remitir a “Presentación del proyecto Esperpento”, que se encuentra en nuestro blog. Y con ello queremos dar a entender, también, que la literatura será para nosotros un espejo cóncavo, una estética valiosamente deformada en la que bien podremos vernos de forma aproximada a como realmente somos.
A continuación, los links desde los que podrán acceder a esta publicación, utópica, distópica y atópica.

Link de descarga Mediafire:


Agradecemos, de antemano, a nuestros virtuales lectores la lectura y comentarios.

domingo, 29 de mayo de 2011

Banksy: Existencilism, versión en español.


Es para el Proyecto Esperpento un gusto poder presentar en español (no sabríamos decir si por primera vez) un texto de un valor inmenso a la hora de comprender el arte contemporáneo y sus diversas implicaciones. En una edición digitalizada bastante sobria hemos decidido publicar este manifiesto de Banksy, uno de nuestros artistas preferidos, en el que se narran diversas historias acerca del arte callejero, en el que el artista nos confía algunas de sus apreciaciones respecto a su labor y en que nos revela algunas de sus correrías por el mundo expresando su pensamiento.
Existencilism es el segundo libro editado por Banksy en una serie de tres, que comprende Banging your head against a brick wall (2001), el presente Existencilism (2002)
y Cut it out (2004), recogidos posteriormente en el volumen Wall and piece (2005). En esta serie podemos encontrar no solamente grandes muestras de su labor artística, sino toda una serie de planteamientos a la concepción del arte, del artista y de su compromiso con la realidad que le circunda.
Esperamos sea de su total agrado este siempre interesante texto y no olviden dejar su comentario.





domingo, 1 de mayo de 2011

Ernesto Sábato, el utópico. Breve nota biológica.


Acaba de fallecer en su residencia de Santos Lugares Ernesto Sábato, uno de los creadores más sensibles de la literatura latinoamericana y universal. Escribo “acaba”, como si hubiese sido apenas hace un instante, como si la muerte se preocupara por darnos algo de tiempo siquiera para reflexionarla, para sopesarla. Pero no es más que una ilusión, siempre llega cuando menos se la espera, aun cuando se la espere resignadamente, como me gusta imaginar que la esperaba tranquilamente, cercano al centenario de su nacimiento.


Parece mentira, apenas en la tarde de ayer pensaba precisamente en Sábato, en la necesidad personal de leer más a fondo su obra —de una profundidad tenebrosa, porque se hunde en nosotros mismos estrepitosamente— y también en una cita de El escritor y sus fantasmas que decidí poner a último momento en un texto de gran importancia para mí, en una página aparte de la totalidad del escrito como señalando una pequeña isla solitaria a la cual aferrarse en medio de esta marea de acontecimientos en que nos vemos envueltos: “Las grandes novelas son aquellas que nos dejan distintos a lo que éramos antes”, se puede leer lacónicamente en aquella página con la que pretendía yo marcar el final de un camino y el inicio de otro. Pues es de esta manera y no de otra como me veo a mí mismo frente a las ficciones y las diversas reflexiones de Ernesto Sábato, siempre hay algo que me carcome las entrañas y hace que se remuevan en sus recintos sellados, algo quizá incómodo porque retrata la condición de los seres humanos de la forma más fiel y desgarradora. No nos reconoceríamos en ese espejo, aunque nuestra condición sea el esperpento.


¿Qué sabemos realmente de este hombre que nos abandonó físicamente un 30 de abril, y cuyo pensamiento agudo aun podremos encontrar sumergiéndonos en las páginas que nos dejó escritas? Podríamos encontrar los mil y un folios biográficos que nos hablen de su vida y obra, pero no serían más que exactitudes perfectamente prescindibles. Lo que deberíamos tener claro es que esas grandes crisis personales que lo llevaron a alejarse definitivamente del mundo de las ciencias marca, precisamente, la crisis del hombre en el siglo XX tecnificado y en las que él mismo parece irse perdiendo irremediablemente. Su crítica al mundo cientifizado y al progreso materialmente entendido nos puede servir para entendernos en plena segunda década del siglo XXI, cuando los problemas de los otros nos tienen sin el menor cuidado, cuando justificamos el progreso mecanizado sin importar las consecuencias de nuestros propios actos. Si es verdad que poseemos una humanidad, entonces debemos hacer lo posible por recuperarla, y ese, creo, es el mensaje que Sábato quiso legarle a una generación de jóvenes que sienten la angustia del mundo sobre sus espaldas, para quienes el camino se ha extraviado; y también a esos otros a quienes el mundo y las acciones que toman los seres inteligentes les pasan a través y les dejan inamovibles como si nada, como si ellos no tuvieran nada que hacer o decir.

Quizá por esto su pasión férrea por la utopía, por la esperanza que debe siempre resistir en el corazón humano y cuya tenacidad debería tender a cambiar las cosas, en estos tiempos en que hemos ya caído en un sopor silencioso y humillante, en una anuencia cómplice de la barbarie progresista, debería contagiarnos y propagarse en este mundo que cada día se acerca más a su colapso. Bien escribía en aquel texto que pretendía ser algo así como su testamento para la humanidad, Antes del fin: “... el hombre sólo cabe en la utopía. Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”.


Sí, es verdad, solamente de utopías podría alimentarse el hombre del mañana. Pero no de utopías tecnológicas como quieren hacernos entrever los voceros del progreso material. La utopía aún está en construcción en el corazón del hombre. Quizá, llegué un día el momento de practicarla, de hacerla más tópica, más palpable, más diciente. Quizá, como todo en el mundo inestable de los hombres, llegué a marchitarse, a convertirse en su antinomia. Pero no por eso debemos dejar de luchar, no por eso debemos bajar nuestra mirada y entorpecerla atrapados en la cotidianidad.




No podemos hundirnos en la depresión, porque es de alguna manera, un lujo que no pueden darse los padres de los chiquitos que se mueren de hambre. Y no es posible que nos encerremos cada vez con más seguridades en nuestros hogares.


Tenemos que abrirnos al mundo. No considerar que el desastre está afuera, sino que arde como una fogata en el propio comedor de nuestras casas. Es la vida y nuestra tierra las que están en peligro.





La modernidad nos ha ofrecido la ventaja de facilitarnos lugares donde escondernos. Nos escondemos tras empleos agobiantes, tras las mil cerraduras de nuestra casa, tras los mil cerrojos de nuestra subjetividad malinterpretada, tras la fatuidad de las relaciones interpersonales efímeras, sin vínculos de hombre a hombre, tras los sueños y fantasías que los medios de distracción masiva imponen a nuestro inconsciente, tras las excusas con que nos desentendemos los unos de los otros. Nos protegemos cuando el peligro yace junto a nosotros bajo las sábanas. No tomamos las riendas de nuestra propia vida, por más que queramos hacerlo parecer así. No nos hemos hecho conscientes de lo que implican nuestras propias acciones. Y aquí quisiera volver a citar a Sábato: “Un escritor puede rehacer algo imperfecto o tirarlo a la basura. La vida, no: lo que se ha vivido no hay forma de arreglarlo, ni de limpiarlo, ni de tirarlo”... A duras penas nos alcanzará el vivir con ello.


Quería escribir sobre Ernesto Sábato, esta su tan poco querida partida, pero parece inevitable que cada vez que escriba de Sábato deje de contar lo que me lleva a pensar su literatura, lo que siento bullir en el fondo de mí mismo. Supongo que también es una forma de celebrar su vida, su pensamiento, y de olvidar un poco que una sensibilidad tan necesaria nos haya abandonado. Espero que a Sábato no le hubiera molestado que escribiera menos acerca de su vida y más de su pensamiento, que no es otro que el del hombre mismo.

sábado, 5 de febrero de 2011

PVC-1





Por Lenard Örich.
Imágenes Fotogramas extraídos de la película,
propiedad de Kosmokrator Sinema.


Título original: PVC-1.
Dirección: Spiros Stathoulopoulos.
Guión: Spiros Stathoulopoulos, Dwight Istanbulian.
Reparto: Mérida Urquía, Daniél Páez, Alberto Zornoza, Hugo Pereira, Christian Lamus, Liz Pulido.
País: Colombia.
Año: 2008.
Género: Drama.
Duración: 85 min. aproximadamente.



Cuando hacia mediados del 2008 me enteré de la
existencia de una película sin cortes de ningún tipo, quedé absolutamente fascinado con la idea. Para mí, incipiente cinéfilo, era una forma
completamente novedosa dentro del plano cinematográfico que apenas conocía. Valga reconocer que por la época en que se estrenó en Colombia este filme, me encontraba bastante alejado —y aún hoy siento que lo estoy— de lo que se debe considerar un cinéfilo, por lo que desconocía los orígenes de lo que después vendría a conocer como plano secuencia, la dichosa forma en que la narrativa visual corre en tiempo real sin ninguna adulteración temporal. Y en ello radica, a la vez, la fuerza y la debilidad de la cinta.

Primero, tracemos a grandes rasgos la historia que retrata el filme.

Spiros Stathoulopoulos nos da su versión —arriesgada, como toda versión— de uno de los hechos más infames que hayan tenido lugar en el territorio colombiano, lo que no excluye el que hayan podido suceder en cualquier otro lugar del mundo en el que la violencia y la ambición hagan su festín. Hecha esta ínfima defensa del filme —que bien se defiende solo—, entremos en la historia.

Esta inicia con un grupo de cinco personas (niño incluido) transportándose en un jeep a través de una accidentada carretera. De entre los cinco, uno de ellos lleva un misterioso paquete, del que cuida con recelo. Hacen una parada, mientras el jefe del grupo (don Benjamín) los prepara mediante amenazas e imprecaciones. Se encapuchan antes de llegar a destino y luego bajan del auto mientras la cámara sigue sus movimientos. Entonces, es cuando empieza la violencia: la familia se ve asaltada en la tranquilidad de su hogar por este grupo de personas sin explícita filiación política y táctica con algún grupo armado. El objetivo del grupo, claro e irrevocable, no es otro más que la extorsión. El método emerge del misterioso paquete cuidado con recelo: se trata de un complejo aparato hecho de tubos de PVC y explosivos, lo que desde entonces reconocemos como collar bomba. Puesto que a Simón el collar no le habría quedado (según medidas tomadas por los delincuentes a su cuello), el aparato termina alrededor del cuello de Ofelia, su esposa. La demanda es inapelable, 15 millones de pesos son pedidos para la desactivación del artefacto. Como buenos seres humanos que somos, la primera reacción por parte de las víctimas es la de la incredulidad: la familia se une en un esfuerzo vano por liberar a Ofelia del aparato. Al desesperar en lo infructuoso de esto, y después de escuchar un cassette que los delincuentes han dejado para ellos, deciden avisar a la policía de lo sucedido. A partir de aquí, acompañamos a Ofelia en una angustiosa travesía a contratiempo a través de una geografía, si bien limitada, tortuosa y accidentada. Y en ese mismo camino deben encontrarse con la iniquidad humana que hace burla (“¿Ésa es la nueva moda?”) y desaire (“¡Se bajan ya de mi carro!”), por el bien infundado temor. Y, también, encontrarse con la particular forma en que hacemos frente los seres humanos a nuestros problemas (dentro de lo que podríamos citar el artesanal “equipo” de trabajo del “experto” antiexplosivos).

El resultado del titánico esfuerzo del director, guionista, productor y camarógrafo —todos estos roles encarnados en la misma persona de Spiros Stathoulopoulos—, además de los actores, no podría ser más interesante y experimental. Desde La soga, de Alfred Hitchcock, no se había hecho una película íntegramente filmada siguiendo el plano secuencia (al menos, no que yo sepa). En PVC-1 no solamente encontramos el ímpetu de la narrativa visual, sino un intento por aproximarnos a la violencia que vivimos de una forma diametralmente diferente a la que venía usándose en el cine contemporáneo de nuestro país. Sin necesidad —ni ganas— de recurrir a una personalidad atractiva desde el plano visual —Flora Martínez, por ejemplo, personificando a una desarraigada joven de comuna, los innumerables personajes que abundan en el cine colombiano enclavados entre el gracioso y el feo y el pusilánime—, sin recurrir a la figura ambigua del victimario que se ha erigido como tal debido a un pasado lleno de oscuridad e injusticias, y que busca redimirse por algún medio —y al que en cierta forma terminamos admirando, cuando no idolatrando de forma ciega—, PVC-1 va del otro lado, del lado no solamente de la víctima, sino
del lado del silencio, del lado de una violencia mucho más cruda y menos sofisticada y maquillada lightmente (disculpen el neologismo) como lo han hecho otros filmes de esta nuestra época.




No obstante, quedan algunas cosas que no nos dejan un buen sabor de boca. La primera, me parece, es la elección de la actriz cubana Mérida Urquía como protagonista del filme. No es que esté dudando de las dotes actorales de la señora Urquía, sino que simplemente me pareció demasiado obvio su acento al interior de la historia, me sonó extranjero y, en cierta medida, no permitió que me conectara de una forma más directa con la historia. En una entrevista, el director afirmó que el papel de doña Ofelia era tan extenuante que prefería confiarle su desempeño a un actor de teatro, acostumbrado a estar en escena por horas. Sin embargo en nuestro país existen buenas actrices cultivadas en el teatro que bien podrían haber personificado a la protagonista. Claro que no puedo demeritar el desempeño de Mérida Urquía —casi podemos sentir la angustia y el peso del collar sobre nuestros hombros.

Sin duda, esta es una de las pocas películas de las que conocemos perfectamente el final —claro, cuando no son pretenciosamente predecibles—. Y, aún más indudable, una de esas historias cuyo final quisiéramos fuera diferente o que, por lo menos, fuera irrepetible. Y, también, una de esas películas que después de vista no podremos olvidar —en parte gracias al ritmo frenético y sin pausa de la cámara, al tiempo que corre en contra de todo—. Precisamente por esto, el crudo relato de Spiros Stathoulopoulos desemboca en un ejercicio necesario e implacable para nuestra memoria, para no olvidar de dónde venimos y hacia dónde deberíamos pretender ir.


Luis Carlos "el tuerto" López.





A Rosalbina

Bien sabéis, adorable Rosalbina,
que ante vuestro mirar de ojos de gato,
me sentí como calle sin esquina,
¡bizco y sordo y maltrecho y turulato!
… ¿Por qué sois para mí luciferina?...
¡Si ha mucho tiempo estoy que disparato
bajo el piramidón y la morfina
y del bromuro y del bicarbonato!
Tanta hiel guarda el fondo de mi copa,
que hasta en un corredor del “Club la Popa”,
vuestro marido viéndome patojo
y con ganas de hacer un disparate,
me preguntó solícito: –¿Qué hay, vate?
Y yo le dije irónico: –Un mal de ojo.

Despilfarros

XI
¡Qué cosas en el proscenio
risible de la creación,
que muchas veces un genio
depende del comadrón!


XV
Persigo entre las ruinas de una calle,
sin pensar en la teja
que puede caerme, el talle
flexible de una moza. Es muy compleja

la misión de vivir. Y hay mucha gente
que camina a mi lado,
dizque prácticamente
viendo para el tejado…

XVIII
Se casaron ayer
y se marchan hoy
sin saber
lo que dice Tolstoy.

A un condiscípulo
“El hombre es digno
De sus propias obras”.
BARONESA DE WILSON

¡Qué situación la tuya!... ¡Qué situación la mía!
Los dos fuimos alumnos de griego y de latín
y desde aquellos años de olímpica alegría,
tú no pasaste nunca de ser un adoquín.
Mas hoy, por un prodigio quizás de hechicería,
ya eres académico, tú casa es un jardín,
y sabiamente preñas de duros tu alcancía,
mientras que tu cofrade no guarda ni un chelín…
Después surgió el político. Yo apenas soy un cero.
Viajas en automóvil. Y yo por mi sendero
cabalgo en Rocinante sin humos de chofer.
Y yo, cuando te encuentro, con qué efusión te acojo
—siempre andas por la calle más serio que un cerrojo—
con una de las cáusticas sonrisas de Voltaire.

De sobremesa
Se vive, amada mía,
según y cómo… Yo
por la mañana tengo hipocondría
y por la noche bailo un rigodón.
¿Y qué? Pura ironía
del hígado, muchacha. En el amor
y en otras cosas de mayor cuantía
todo depende de la digestión.
Que no fume, que olvide la lectura,
que no maldiga en ratos de amargura
y mil consejos más de este jaez,
como si se pudiera
vivir a la manera
de las calles tiradas a cordel…

Medio ambiente
“—Papá, ¿quién es el rey?
—Cállate, niño, que
me comprometes.”
Swift
Mi buen amigo el noble Juan de Dios, compañero
de mis alegres años de juventud, ayer
no más era un artista genial, aventurero…
—Hoy vive en un poblacho con hijos y mujer.
… Y es hoy panzudo y calvo. Se quita ya el sombrero
delante de un don Sabas, de un don Lucas… ¿Qué hacer?
La cuestión es asunto de catre y de puchero,
sin empeñar la “Singer” que ayuda a mal comer…
Quimeras moceriles —mitad sueño y locura—;
quimeras y quimeras de anhelos infinitos,
y que hoy —como las piedras tiradas al mar—
se han ido a pique oyendo las pláticas del cura,
junto con la consorte, la suegra y los niñitos…
¡Qué diablo!... Si estas cosas dan ganas de llorar.

Calle de las flores
En esa oscura calle que pudiera
ser un primor entre diez mil primores
no existe ni una flor, ni una siquiera
y se llama “la Calle de las Flores”…!
Bizcos solares… Ni una triste acera
de aquel jardín abierto a los amores
clandestinos del barrio, allá en la era
de los muy sapientísimos oidores…!
Marchito el ramillete y roto el vaso,
las gallinas escarban en los restos
de inconfesables cosas, entre olores
que si no surgen de un vergel, acaso
vengan de algún zambullo y de otros tiestos…
¡Y aún se llama la Calle de las Flores!

Serenata
“Asómate a la ventana
para tirarte un limón.”
Victor Hugo
¡Ay, Camila, no vuelvo
ni al portón de tu casa,
porque tú, la más bella
del contorno, me matas
con promesas que saben
a bagazo de caña!
¡Nada valen mis besos
y achuchones!... ¡Y nada
si murmuro en tu oreja,
tu orejita de nácar,
cuatro cosas que tumban
bocarriba a una estatua!
¡Ah, te juro que nunca
tornaré por tu casa
ya que tú, más bonita
que agridulce manzana,
tienes ¡ay! la simpleza
del icaco y la guama!
¡Y eres más que imposible,
pues tus mismas palabras
son candados, pestillos,
cerraduras y aldabas
de tus brazos abiertos
y tus piernas cerradas!

Mitin
Se salió de plomada
la colectiva estupidez, camino
del rebenque, del tajo y la picota.
Apóstol del derecho, un petardista
de frac y cubilete,
volcó sobre la turba
de los descamisados
todo un cajón de frases…
Su vibrante discurso
causa fue de apoplético entusiasmo,
que tuvo que sangrar tranquilamente
la científica guardia pretoriana,
con el cañón y con la bayoneta.
Y yo, del caballete de un tejado,
mire la rebujiña
—como no soy Apóstol del Derecho—-
con toda la frialdad de un erudito.

Así habló Zaratustra
No hay que hacerse ilusiones
sobre tibios colchones
de algodón y de seda.
La vida que nos queda
puede servirnos para
vencer. Y cara a cara
y contra la corriente
tenderemos el puente
de ribera a ribera…
Después, sin un suspiro,
disuelta la quimera,
nos pegamos un tiro.

Otra emoción
“Es una vieja historia.”
Nietzsche
Y la cocina,
que no huele a rosas,
se encuentra junto a la letrina.
Cosas
de la raza latina.

Desde mi celda
“Este siglo está dislocado.”
Hamlet
Vivo en un caserón
que fue convento,
a cuatro leguas de la población,
porque mi pensamiento
necesita
mucho recogimiento
y la insípida paz
del cenobita.
Penetra por la cruz de mi ventana
la faz
del sol, lozana
perspectiva: la verde ondulación
de la sabana…
Y en este campesino
caserón,
que luce a trechos monacal verdín,
como sangrienta broma del destino
me ha tocado un vecino
que aprende cornetín.

Esto pasó en el reinado de Hugo
“Y a ti, Magdalena sin arrepentir,
también yo te perdono.”
Ricardo, Corazón de León
Subí por la escalera
del ideal,
siguiendo una ilusión.
Pero me fue de una manera
mal,
porque di un resbalón.
¡Y enorme desengaño!
Me atormenta
y mortifica
mucho más el daño
de una cuenta
que adeudo en la botica.

Autor-izado.

Aquél antiguo proverbio que reza: “En tierra de ciegos, el tuerto es rey”, no habría podido ser más acertado respecto a nuestro poeta. Con la salvedad, claro está, de que “el tuerto” López no era tuerto, sino estrábico o como decimos más coloquialmente, bizco. Y quizá en la desviación de su vista descanse, irónicamente, la agudeza de su mirada poética, dada al doble sentido, al humor negro y al anticlímax amoroso. Y es que la obra de “el tuerto” vendría a establecerse en medio de un romanticismo tan tardío como desusado, en medio de una poética ensimismada que no quería ensuciarse con la realidad que la circundaba. Podríamos decir, incluso, que la máxima antítesis de la poética de “el tuerto” estaba representada en la poesía de Guillermo Valencia, quien usaba (y abusaba) de las formas poéticas más artificiales y melodramáticas, y un lenguaje mucho más estereotipado en defensa de su idea del arte por el arte. Mucho más humilde, Luis Carlos López nos legó una poesía desprovista de artificialidad y, en cambio, mucho más desenfadada y armada ya no del drama sino de la picaresca y la comicidad. Léase, por citar apenas uno, el poema Serenata en el que la pena amorosa se liga de forma abierta al acto sexual irrealizable sin preámbulos de tipo dulzón o meloso, es claro que lo que el narrador quiere es algo no tan sublimado como el amor imperecedero y cándido aducible más al niño que al amante. Y, quizá, podamos ver también una crítica no solamente a la poesía romántica, tanto como al fogoso machismo que busca solamente la consumación del acto sexual. Léase, en Medio ambiente, la crítica al conformismo cerril de quien no persigue sus sueños renunciando a ellos vendiéndose a mejores postores o relegándose a una vida apacible. Pero no nos detengamos allí, queda la subsecuente burla a la búsqueda del ideal en Esto pasó en el reinado de Hugo. Creo que ya es hora de recordar a este poeta no tan reconocido más allá de los zapatos viejos, porque su poesía constituyó uno de los pilares de la modernidad y el principal antídoto contra un modernismo exacerbado. En definitiva, nosotros somos los ciegos y “el tuerto” (López) es rey.