Por Julio Cortázar
Casi siempre empieza igual, notable acuerdo político en montones
de cosas y gran confianza recíproca, pero en algún momento los militantes no
literarios se dirigirán amablemente a los militantes literarios y les
plantearán por archienésima vez la cuestión del mensaje, del contenido
inteligible para el mayor número de lectores (o auditores o espectadores, pero
sobre todo de lectores, oh sí).
En esos casos Lucas tiende a callarse, puesto que sus libritos
hablan vistosamente por él, pero como a veces lo agreden más o menos
fraternalmente, y ya se sabe que no hay peor trompada que la de tu hermano,
Lucas pone cara de purgante y se esfuerza por decir cosas como las que siguen,
a saber:
—Compañeros, la cuestión jamás será planteada
por escritores que entiendan y vivan su tarea como las máscaras
de proa,
adelantadas en la carrera de la nave, recibiendo todo el viento
y la sal de las espumas. Punto.
Y no será planteada porque ser escritor poeta
novelista
narrador
es decir ficcionante, imaginante, delirante,
mitopoyético, oráculo o llámale equis,
quiere decir en primerísimo lugar
que el lenguaje es un medio, como siempre,
pero este medio es más que medio,
es como mínimo tres cuartos.
Abreviando dos tomos y un apéndice,
lo que ustedes le piden
al escritor poeta
narrador
novelista
es que renuncie a adelantarse
y se instale hic
et nunc (¡traduzca, López!)
para que su mensaje no rebase
las esferas semánticas, sintácticas,
cognoscitivas, paramétricas
del hombre circundante. Ejem.
Dicho en otras palabras, que se abstenga
de explorar más allá de lo explorado,
o que explore explicando lo explorado
para que toda exploración se integre
a las exploraciones terminadas.
Diréles en confianza
que ojalá se pudiera
frenarse en la carrera
a la vez que se avanza. (Esto me salió flor.)
Pero hay leyes científicas que niegan
la posibilidad de tan contradictorio esfuerzo,
y hay otra cosa, simple y grave:
no se conocen límites a la imaginación
como no sean los del verbo,
lenguaje e invención son enemigos fraternales
y de esa lucha nace la literatura,
el dialéctico encuentro de musa con escriba,
lo indecible buscando su palabra,
la palabra negándose a decirlo
hasta que le torcemos el pescuezo
y el escriba y la musa se concilian
en ese raro instante que más tarde
llamaremos Vallejo o Maiakovski.
Sigue un silencio más bien cavernoso.
—Ponele —dice alguien—, pero frente a la coyuntura histórica el
escritor y el artista que no sean pura Torredemarfil tienen el deber, oíme
bien, el deber de proyectar su mensaje en un nivel de máxima recepción.
-Aplausos.
—Siempre he pensado —observa modestamente Lucas— que los
escritores a que aludía son gran mayoría, razón por la cual me sorprende esa
obstinación en transformar una gran mayoría en unanimidad. Carajo, ¿a qué le
tienen tanto miedo ustedes? ¿Y a quién si no a los resentidos y a los
desconfiados les pueden molestar las experiencias digamos extremas y por lo
tanto difíciles (difíciles en
primer término para el escritor, y sólo después para el público,
conviene subrayarlo) cuando es obvio que sólo unos pocos las llevan adelante? ¿No
será, che, que para ciertos niveles todo lo que no es inmediatamente claro es culpablemente
oscuro? ¿No habrá una secreta y a veces siniestra necesidad de uniformar la escala
de valores para poder sacar la cabeza por encima de la ola? Dios querido,
cuánta pregunta.
—Hay una sola respuesta —dice un contertulio— y es ésta: Lo
claro suele ser difícil de lograr, por lo cual lo difícil tiende a ser una
estratagema para disimular lo difícil que es ser fácil. (Ovación retardada.)
—Y seguiremos años y más años —gime Lucas— y volveremos siempre
al mismo punto, ya que éste es un asunto lleno de desengaños. (Débil
aprobación.) Porque nadie podrá, salvo el poeta y a veces, entrar en la palestra
de la página en blanco donde todo se juega en el misterio de leyes ignoradas,
si son leyes, de cópulas extrañas entre ritmo y sentido, de últimas Thules en
mitad de la estrofa o del relato. Nunca podremos defendernos porque nada
sabemos de este vago saber,
de esta fatalidad que nos conduce
a nadar por debajo de las cosas, a trepar a un adverbio
que nos abre un compás, cien nuevas islas,
bucaneros de Remington o pluma
al asalto de verbos o de oraciones simples
o recibiendo en plena cara el viento de un sustantivo
que contiene un águila.
—O sea que, para simplificar ––concluye Lucas tan harto como sus
compañeros— yo propongo digamos un pacto.
—Nada de transacciones —brama el de siempre en estos casos.
—Un pacto, simplemente. Para ustedes, el primum vivere, deinde filosofare se vuelca a fondo en el vivere
histórico, lo cual está muy bien y a lo
mejor es la única manera de preparar el terreno para el filosofar y el
ficcionar y el poetizar del futuro. Pero yo aspiro a suprimir la divergencia
que nos aflige, y por eso el pacto consiste en que ustedes y nosotros
abandonemos al mismo tiempo nuestras más extremadas conquistas a fin de que el contacto
con el prójimo alcance su radio máximo. Si nosotros renunciamos a la creación verbal
en su nivel más vertiginoso y rarefacto, ustedes renuncian a la ciencia y a la tecnología
en sus formas igualmente vertiginosas y rarefactas, por ejemplo, las computadoras
y los aviones a reacción. Si nos vedan el avance poético, ¿por qué van a usufructuar
tan panchos el avance científico?
—Está completamente piantado —dice uno con anteojos.
—Por supuesto —concede Lucas—, pero hay que ver lo que me
divierto. Vamos, acepten. Nosotros escribimos más sencillo (es un decir, porque
en realidad no podremos), y ustedes suprimen la televisión (cosa que tampoco
van a poder). Nosotros vamos a lo directamente comunicable, y ustedes se dejan
de autos y de tractores y agarran la pala para sembrar papas. ¿Se dan cuenta de
lo que sería esa doble vuelta a lo simple, a lo que todo el mundo entiende, a
la comunión sin intermediarios con la naturaleza?
—Propongo defenestración inmediata previa unanimidad —dice un
compañero que ha optado por retorcerse de risa.
—Voto en contra —dice Lucas, que ya está manoteando la cerveza
que siempre llega a tiempo en esos casos.
Buenos días. Que quiere decir Cortázar con "un sustantivo que contiene un águila"?
ResponderEliminarGracias por su respuesta.
Un lector Griego.