En esta breve entrevista
realizada a Albert Camus en el ’49 podemos encontrar una entrada directa al
pensamiento de su autor respecto de los caminos del hombre y su búsqueda de la
paz. Camus, alejado de los extremos de una izquierda tendenciosa y una derecha opresora,
terminaría tomando partido por el hombre en lo que de forma general éste
comparte: sus necesidades, sus miedos, sus tensiones. Terminaría convirtiéndose
así en una conciencia peligrosa, en un hombre que vive en el vértigo del
peligro que implica toda búsqueda de la verdad.
* * *
—El FUTURO es muy sombrío.
—¿Por qué? No hay nada que temer, pues ya nos hemos enfrentado
a lo peor. No hay, pues, sino razones para esperar y para luchar.
—¿Con quién?
—A favor de la paz.
—¿Pacifista incondicional?
—Hasta nueva orden, resistente incondicional -y a
todas las locuras que nos propongan.
—En suma, y como suele decirse, usted no
está en el ajo.
—No en ése.
—No resulta muy cómodo.
—No. He tratado lealmente de estar en él. ¡Y me lo
tomé muy a pecho! Pero después me resigné: hay que llamar criminal a lo que es
criminal. Estoy en otro ajo.
—El no integral.
—El sí integral. Como es lógico, hay gente más
prudente, que trata de apañárselas con lo que hay. No tengo nada en contra.
—¿Y entonces?
—Entonces, estoy a favor de la pluralidad de
posiciones. ¿Es que se puede crear el partido de quienes no están
seguros de tener razón? Ése sería el mío. En cualquier caso, no insulto
a quienes no están conmigo. Es mi única originalidad.
—¿Y si precisáramos un poco?
—Precisemos. Los gobernantes actuales, rusos,
norteamericanos y a veces europeos, son criminales de guerra, según la
definición del tribunal de Nuremberg. Todas las políticas interiores que los
apoyan de una forma u otra, todas las Iglesias, espirituales o no, que no denuncian
la falsificación de la que el mundo es víctima, participan de esa culpabilidad.
—¿Qué falsificación?
—La que quiere hacernos creer que la política de
poder, sea cual sea, puede llevarnos a una sociedad mejor en la que por fin se
realizará la liberación social. La política de poder significa la preparación
para la guerra. La preparación para la guerra y, con mayor razón la guerra
misma, imposibilitan justamente esa liberación social.
—¿Y qué ha elegido usted?
—Yo apuesto por la paz. Ése es mi optimismo. Pero
hay que hacer algo por ella y eso será duro. Ése es mi pesimismo. De todas
formas, hoy sólo cuentan con mi adhesión los movimientos por la paz que traten
de desarrollarse en el plano internacional. En ellos se encuentran los
verdaderos realistas. Y estoy con ellos.
—¿Ha pensado usted en Munich?
—He pensado en ello. Los hombres que conozco no
comprarán la paz a cualquier precio. Pero en consideración a la desgracia que
acompaña a toda preparación para la guerra y a los desastres inimaginables que
acarrearía una nueva guerra, consideran que no es posible renunciar a la paz
sin haber agotado antes todas las posibilidades. Y además Munich se ha firmado
ya, y dos veces. En Yalta y en Postdam. Por los mismos que hoy quieren
desentenderse de ello. No fuimos nosotros quienes entregamos a los liberales,
los socialistas y los anarquistas de las democracias populares del Este a los tribunales
soviéticos. No fuimos nosotros quienes ahorcamos a Petkov. Fueron los
signatarios de los pactos que consagraron el reparto del mundo.
—Esos mismos hombres lo acusan de ser un
soñador.
—Hacen falta soñadores. Y yo, personalmente,
aceptaría ese papel, pues no me siento inclinado al oficio de asesino.
—Le responderán que también éstos son
necesarios.
—Candidatos no faltan, es cierto. Y experimentados,
parece. Con que podemos repartirnos el trabajo.
—¿Conclusión?
—Los hombres de los que he hablado, al mismo tiempo que
trabajan por la paz, deberían conseguir que se aprobase, internacionalmente, un
código que precisara estas limitaciones a la violencia: supresión de la pena de
muerte, denuncia de las condenas cuya duración no se precisa, de la
retroactividad de las leyes, y del sistema concentracionario.
—¿Qué más?
—Haría falta otro marco aún por precisar. Pero si
fuera ya posible que esos hombres se adhirieran en masa a los movimientos por
la paz existentes, que trabajaran por su unificación en el plano internacional,
redactaran y difundieran con la palabra y el ejemplo el nuevo contrato social
que necesitamos, creo que estarían en regla con la verdad.
Si tuviera tiempo, también diría que esos hombres
deberían tratar de preservar en su vida personal la porción de alegría que no
pertenece a la historia. Quieren hacernos creer que el mundo actual necesita
hombres identificados totalmente con su doctrina y que persigan fines
definitivos mediante la sumisión total a sus convicciones. Creo que ese tipo de
hombres, en la situación en que está el mundo, es más dañino que benéfico. Pero
admitiendo, lo que no creo, que acaben por conseguir el triunfo del bien al
final de los tiempos, creo que es preciso que exista otro tipo de hombres,
atentos a preservar el matiz delicado, el estilo de vida, la posibilidad de ser
felices, el amor, y por último el difícil equilibrio que los hijos de esos
mismos hombres necesitarán al cabo, incluso si se realiza la sociedad perfecta.
Déjense de
l'Homme, julio de 1949.
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