Por Richard Leön
Imagen S.L.
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Nada como estar ante una puerta desconocida y traspasarla para transgredirse uno mismo y a los demás. Claro está que, la trasgresión ejecutada en las otras personas, no pasa de ser una mera ilusión que llegamos a tener: la de guiar (por la fuerza… de nuestros argumentos, por supuesto) a quienes nos rodean hacia nuestro pensamiento. Muchas personas niegan a la palabra ese don encantador que poseen, pasando por sobre ellas cual si no estuviesen allí para cumplir con un objetivo tan claro como el agua, que es, obviamente, el de comunicarnos. Aun cuando esto sucede, soy de los que creen en el valor universal de éstas y me esfuerzo por mostrárselo a las personas que me rodean. Eso sí, no tomaría ejemplos tan desusados y desacreditados como ese que reza “sin las palabras ¿cómo nos comunicaríamos?”. Para mí, un ejemplo clarísimo sería que con una palabra una persona puede quedar más herida que de un puñetazo en el rostro ¿Han visto la expresión de un profesor cuando se le dice que es un cretino, la de un amigo cuando se le dice que es un imbécil, la de una madre cuando se l
e trata de burra o la de un anciano cuando se le llama vetusto miserable? He ahí una parte visible del verdadero poderío de la palabra, del que no nos percatamos aunque lo usamos de forma continua.
e trata de burra o la de un anciano cuando se le llama vetusto miserable? He ahí una parte visible del verdadero poderío de la palabra, del que no nos percatamos aunque lo usamos de forma continua.
Por otro lado, existe la posibilidad de ser encerrado en la palabra por un usuario inescrupuloso, quien nos condena a vivir bajo palabra. Cuando nos llaman de cualquier forma, para describirnos ¿acaso no nos están encerrando en una palabra, cuando nos llaman cumplidos, serviciales o dúctiles? Inclusive, se llega a dar el caso en que son varias las cárceles que nos mantienen palabraclaustrados en juicios en los que la palabra es la clave determinante de toda la cuestión. Lo que se nombra (o empalabra) ya no puede aspirar a ser otra cosa más que la nominada, ya no puede soñar (soñar!! Qué palabra!!) con encarnar otra idea… ¿Ha existido un solo árbol que pudiera ser ave? ¿Un lince que pudiera ser liebre? Desde que se le otorgó al árbol su nombre, éste ya no pudo arrancarse de la tierra, se le condenó a vivir anclado ¿Qué decir del lince? ¿Qué decir del hombre?
El hombre (Homo erectus, homo sapiens sapiens, Homo messura, Homo-X) cuando se denomino a sí mismo como hombre, dejó de ser animal, para erigirse en superior y humano. Se ha llegado a llamar Dios (sutilmente) y ha llegado a considerarse mejor que los animales inferiores o ¿acaso el cerdo es tratado bien por ser quien es? ¿No es por su carne que lo queremos, cuidamos y criamos? Con una pequeña confusión histórica (que poco tendría de confusión, realmente), si nosotros fuésemos llamados como especie cerdos y los cerdos humanos ¿no veríamos a los humanos por encima del hombro y con ojos golosos? ¿No usaríamos el concepto de humano para ofendernos entre nosotros?
He ahí queridos cerdos cómo las palabras forman un laberinto intrincado y plagado de formas arbitrarias incambiables, que nos extravían de forma asombrosa. Pero, tranquilos pezuñientos, existen métodos para romper las reglas laberínticas. Sin embargo, estos métodos sólo se pueden adquirir por medio de la creatividad, de conocer las reglas retóricas y de la irreverencia para con ellas… Eso sí, buena irreverencia.
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