Por
Richard León
Exit through the gift shop
constituye una de las bromas críticas (en su sentido más profundo, ¿qué broma
no lo sería?) más características de Banksy respecto al boom del street art. Este
inquieto y prolífico artista inglés ha demostrado que los límites no existen,
ha demostrado que su capacidad crítica y de burla lo incluye todo, incluso su
propia forma de vida, su quehacer artístico. Para él no sólo no existen los
límites, sino que prácticamente no existen los pedestales que aseguren su justo
lugar al ídolo o la moda del momento, ni siquiera las convicciones sociales que
nos aseguran como especie. Todo debe ser destruido, es decir, burlado, pasado
por un arsenal de cinismo absoluto que lo termine corroyendo hasta mostrar su
rostro verdadero y último, escondido bajo el ornamento y el maquillaje que nos
pretende decir todo está bien, no se
preocupen, todo anda perfectamente bien, ustedes nomás déjense tratar bien,
déjense vaciar los bolsillos y las cabezas, crean en la justa retribución, en
las modas juveniles, en la perfección de una vida comodísima, los gobernantes
somos los buenos, los medios de información masiva no exhibimos mentiras ni
medias partes, la verdad pura, ustedes tranquilos que aquí no se engaña a nadie.
Por supuesto, las
bromas en Banksy siempre resultan reveladoras del gran vacío, de la gran falta,
del absurdo que terminan representando nuestras creencias y nuestros
consentimientos. Detrás de sus chistes, detrás de sus bromas, siempre queda la
realidad desenmascarada, cruda, esta vez ya no inadmisible sino insoportable,
porque nos refriega en nuestra cara, como si de una comida putrefacta y olorosa
se tratase, el cómodo sinsentido, nuestro insípido letargo.
Si Mister
Brainwash es una copia, deberíamos creer que es una copia desde el lado del
vacío de sentido, desde el lado de la economía, produciendo obras en masa en el
sentido más vulgar y espantoso de la industria
cultural. El Anti-Banksy por antonomasia, representación absoluta de la
vaciedad de sentido propia de la vida moderna y mercantilizada. Sí, MBW es una
copia, un fracasado en el más estricto significado de la palabra. “Los malos artistas copian, los buenos roban”,
leía alguna vez en el portal de Banksy. Cita de Picasso, cuyo nombre aparece
tachado y en su lugar la rúbrica de Banksy, en una de las tan acertadas bromas
del artista. MBW es un fenómeno de la naturaleza, pero no de la naturaleza del
arte sino de la naturaleza del mercado, de la naturaleza de la moda, está allí
para producir en el sentido que la sociedad desea y busca y propicia: no está
comprometido con absolutamente nada, a no ser con la producción por la
producción, sin más; para él el arte no es más que una pantomima, una
caricatura, un medio para llenarse los bolsillos de dinero. Mientras Banksy
toma un ícono y lo transforma despojándolo del lenguaje en que se encuentra
enmarcado social, política y culturalmente, dotándolo de uno nuevo o, mejor, de
uno quizá menos explícito, un lenguaje casi extinto bajo la piel del lenguaje
oficial, mucho más profundo y diciente que nos permite también darle una nueva
interpretación, siempre más terrible y desenmascaradora, MBW no sale de la
trampa que llegó a creer comprender y sus nuevos íconos no escapan del
estereotipo —a no ser por accidente—, no logran hacer estallar el lenguaje en
que se encuentran enclavados, no logran encontrar ese otro lenguaje oculto que
nos permita leer las obras más allá
de sí mismas.
Exit through the gift shop
no es ni más ni menos el manifiesto apoteósico de un movimiento urbano
detestado y criticado durante años, es más bien la fiel muestra de cómo la
sociedad termina absorbiendo incluso a sus más encarnizados enemigos,
encauzándolos en su propia lógica, deglutiéndolos y expulsándolos de nuevo al
mundo ya bajo la lógica de su propia maquinaria. Constituye entonces una
denuncia de sí misma, valga la paradoja. Como un graffiti, una obra artística,
que se pensase a sí misma, que criticara su propia ejecución y finalidad, al
mismo ejecutante y sus instrumentos. Una obra que se deconstruye a sí misma,
fijándose muy bien en su propio funcionamiento y los mecanismos que operan en
ella y de esta manera fijarse entonces en los mecanismos que operan en quien
observa y lee a la obra misma,
desmontando el funcionamiento de la interacción misma. Este es el arte del
futuro, el verdadero arte. Bienvenido sea.
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