miércoles, 25 de abril de 2012

Con el culo cagado


Por Richard León


Aquí en nuestro país tenemos un muy pintoresco y lindo proverbio: “Con la cara bonita y el culo cagado”, perfectamente alusivo a nuestro gusto en la apariencia, de nuestro afán por fingir. Por supuesto, por mera especulación uno puede llegar a creer que este bochornoso proverbio ha de haber sido fraguado en la tranquilidad del hogar más humilde, con baño de día de por medio incluido, cuando en realidad deberíamos empinar nuestra mirada un poco y buscar su prominente origen en el sutil mundo de la política. No de otra forma podríamos observar el derroche de fastuosidad con que el país dio bienvenida a la Cumbre de las Américas, en días pasados, en la apestosa ciudad de Cartagena de Indias.
Pero es apenas obvio. Cuando un visitante importante está por visitar nuestra humilde morada, no escatimamos en arreglar, limpiar o esconder los que consideramos los defectos más evidentes y molestos de nuestro hogar: recogemos apresuradamente calzones y medias, ropa sucia, limpiamos el polvo, posponemos el polvo, organizamos, tapamos, escondemos; que todo aparente encontrarse en su justo lugar para que el consuelo de tener una casa limpia y en orden deslumbre y descreste a los visitantes, les pique la envidia, se sientan incómodos con sus propios desórdenes ocultos. Y si por alguna casualidad innombrable vienen los comentarios ensalzadores, de muy buena gana los aceptamos con una humildad hipócrita y desbordante. Y si no, tratamos de hacerle notar al otro, suscitamos su respuesta.
Por tanto, y en perspectiva, resulta absolutamente comprensible el afán que movió a la administración cartagenera a desaparecer sus fealdades más notorias para hacer de su ciudad un lugar mucho más agradable y placentero para sus insignes visitantes. No solamente recogieron sus calzones del tendedero, sino que, con una vehemencia asombrosa, prácticamente secuestraron de las calles a los cientos de indigentes que las habitan para proporcionarles, a cambio, una ventajosa estancia en los calabozos locales, un buen corte de pelo y sus tres comidas reglamentarias durante su estadía. No es para menos la inusitada alegría de los habitantes de la calle, que ven perfectamente remunerado (ya era hora!) su acogimiento a las leyes temporales.
En otras medidas, se prohibió a los vendedores ambulantes y callejeros salir a afear la ciudad con su comparsa multicolor y sus gritos conminatorios, no sea que impidan el espejismo de paraíso tropical con sus ventas y alaridos y demás. Y, para cerrar con broche de oro, en un acto profundamente organizativo y caritativo, los perros callejeros desaparecieron para su pronta recuperación en centros veterinarios especializados, según se dijo en su momento.
Yo no sé si a los perros los atendieron como dijeron o si optaron por medidas más económicas y certeras, si los vendedores se quedaron en casa o si los indigentes se sintieron a gusto en sus mazmorras. Lo único que puedo notar de todo esto, es que el culo de esta nación fervorosa y temerosa de Dios está cagado hasta el hartazgo, así pretendamos limpiarnos la carita y aparecer lo más limpios y asépticos posible. Que sí, muy bonito darle la cara buena al mundo, pero eso carece de importancia si a los habitantes se les muestra un culo descolorido y manchado, si no se limpia la suciedad de una vez por todas. Porque si es cierto que hay que aparentar, más que mostrar, al mundo que Colombia es un país pujante, turístico y atractivo, también es cierto que de tanta pujadera la mierda está colmando a nuestras instituciones y el panorama no es nada atractivo, mucho menos para los que nos encontramos calzones adentro, sacándonos la mierda de encima como podemos y limpiándonos la cara para que no se culpe a nadie, porque “mientras se viva, lo demás se va dando”.

Poséptico:

Y la carne no se haría esperar, ni mucho menos. El desfile de putas por La Heroica, cuyos encantos terminaron por eclipsar las labores de la escolta de Obama, ha indignado de forma hipócrita y estúpida a un país de cultura prepaguista, de cultura puta, de cultura burdelista. En un país donde “sintetasnohayparaíso”, “loshombreslasprefierenbrutas”, “pandillasguerraypazpazpazpaz”, donde elreinadodelaguayaba, elreinadodelapanela, elreinadodelaputaquemástetastiene... Resumiendo, en un país acostumbrado a su propia vergüenza, que unos escoltas vengan  a disfrutar también las delicias del paraísotropical no debería constituir la gota de indignación. Todo lo contrario, también es una razón para sentirse orgullosamente colombiano, por aquello de “no hay puta como la colombiana”. Y lo que quizá debiera avergonzarnos sea, a lo mejor, que la administración cartagenera no haya tomado en cuenta que también en esto debía tomarse el atrevimiento de invitar a sus visitantes, un detalle de la más fina coquetería que a cualquiera habría hecho sentir el “hayquéorgullosomesientodehabernacidoenmipatria”.

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