Por Richard León
Aquí en nuestro
país tenemos un muy pintoresco y lindo proverbio: “Con la cara bonita y el culo cagado”, perfectamente alusivo a
nuestro gusto en la apariencia, de nuestro afán por fingir. Por supuesto, por
mera especulación uno puede llegar a creer que este bochornoso proverbio ha de
haber sido fraguado en la tranquilidad del hogar más humilde, con baño de día
de por medio incluido, cuando en realidad deberíamos empinar nuestra mirada un
poco y buscar su prominente origen en el sutil mundo de la política. No de otra
forma podríamos observar el derroche de fastuosidad con que el país dio
bienvenida a la Cumbre de las Américas, en días pasados, en la apestosa ciudad
de Cartagena de Indias.
Pero es apenas
obvio. Cuando un visitante importante está por visitar nuestra humilde morada,
no escatimamos en arreglar, limpiar o esconder los que consideramos los
defectos más evidentes y molestos de nuestro hogar: recogemos apresuradamente
calzones y medias, ropa sucia, limpiamos el polvo, posponemos el polvo,
organizamos, tapamos, escondemos; que todo aparente encontrarse en su justo
lugar para que el consuelo de tener una casa limpia y en orden deslumbre y
descreste a los visitantes, les pique la envidia, se sientan incómodos con sus
propios desórdenes ocultos. Y si por alguna casualidad innombrable vienen los
comentarios ensalzadores, de muy buena gana los aceptamos con una humildad
hipócrita y desbordante. Y si no, tratamos de hacerle notar al otro, suscitamos
su respuesta.
Por tanto, y en
perspectiva, resulta absolutamente comprensible el afán que movió a la
administración cartagenera a desaparecer sus fealdades más notorias para hacer
de su ciudad un lugar mucho más agradable y placentero para sus insignes
visitantes. No solamente recogieron sus calzones del tendedero, sino que, con
una vehemencia asombrosa, prácticamente secuestraron de las calles a los
cientos de indigentes que las habitan para proporcionarles, a cambio, una
ventajosa estancia en los calabozos locales, un buen corte de pelo y sus tres
comidas reglamentarias durante su estadía. No es para menos la inusitada
alegría de los habitantes de la calle, que ven perfectamente remunerado (ya era
hora!) su acogimiento a las leyes temporales.
En otras
medidas, se prohibió a los vendedores ambulantes y callejeros salir a afear la
ciudad con su comparsa multicolor y sus gritos conminatorios, no sea que
impidan el espejismo de paraíso tropical con sus ventas y alaridos y demás. Y,
para cerrar con broche de oro, en un acto profundamente organizativo y
caritativo, los perros callejeros desaparecieron para su pronta recuperación en
centros veterinarios especializados, según se dijo en su momento.
Yo no sé si a
los perros los atendieron como dijeron o si optaron por medidas más económicas
y certeras, si los vendedores se quedaron en casa o si los indigentes se
sintieron a gusto en sus mazmorras. Lo único que puedo notar de todo esto, es
que el culo de esta nación fervorosa y temerosa de Dios está cagado hasta el
hartazgo, así pretendamos limpiarnos la carita y aparecer lo más limpios y
asépticos posible. Que sí, muy bonito darle la cara buena al mundo, pero eso
carece de importancia si a los habitantes se les muestra un culo descolorido y
manchado, si no se limpia la suciedad de una vez por todas. Porque si es cierto
que hay que aparentar, más que mostrar, al mundo que Colombia es un país
pujante, turístico y atractivo, también es cierto que de tanta pujadera la
mierda está colmando a nuestras instituciones y el panorama no es nada
atractivo, mucho menos para los que nos encontramos calzones adentro,
sacándonos la mierda de encima como podemos y limpiándonos la cara para que no
se culpe a nadie, porque “mientras se
viva, lo demás se va dando”.
Poséptico:
Y la carne no se haría esperar, ni
mucho menos. El desfile de putas por La Heroica, cuyos encantos terminaron por
eclipsar las labores de la escolta de Obama, ha indignado de forma hipócrita y
estúpida a un país de cultura prepaguista, de cultura puta, de cultura
burdelista. En un país donde “sintetasnohayparaíso”,
“loshombreslasprefierenbrutas”, “pandillasguerraypazpazpazpaz”, donde elreinadodelaguayaba, elreinadodelapanela, elreinadodelaputaquemástetastiene...
Resumiendo, en un país acostumbrado a su propia vergüenza, que unos escoltas
vengan a disfrutar también las delicias
del paraísotropical no debería
constituir la gota de indignación. Todo lo contrario, también es una razón para
sentirse orgullosamente colombiano, por aquello de “no hay puta como la colombiana”. Y lo que quizá debiera
avergonzarnos sea, a lo mejor, que la administración cartagenera no haya tomado
en cuenta que también en esto debía tomarse el atrevimiento de invitar a sus
visitantes, un detalle de la más fina coquetería que a cualquiera habría hecho
sentir el “hayquéorgullosomesientodehabernacidoenmipatria”.
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