Por
Julio Cortázar
Ha sido cosa de empezar
y ya. Primera línea que leo de este texto y me rompo la cara contra todo porque
no puedo aceptar que Gago esté enamorado de Lil; de hecho sólo lo he sabido
varias líneas más adelante pero aquí el tiempo es otro, vos por ejemplo que empezás
a leer esta página te enteras de que yo no estoy de acuerdo y conoces así por adelantado
que Gago se ha enamorado de Lil, pero las cosas no son así: vos no estabas todavía
aquí (y el texto tampoco) cuando Gago era ya mi amante; tampoco yo estoy aquí puesto
que eso no es el tema del texto por ahora y yo no tengo nada que ver con lo que
ocurrirá cuando Gago vaya al cine Libertad para ver una película de Bergman y
entre dos flashes de publicidad barata descubra las piernas de Lil junto a las
suyas y exactamente como lo describe Stendhal empiece una fulgurante
cristalización (Stendhal piensa que es progresiva, pero Gago). En otros
términos rechazo este texto donde alguien escribe que yo rechazo este texto; me
siento atrapado, vejado, traicionado porque ni siquiera soy yo quien lo dice
sino que alguien me manipula y me regula y me coagula, yo diría que me toma el pelo
como de yapa, bien claro está escrito: yo diría que me toma el pelo como de
yapa.
También te lo toma a
vos (que empezás a leer esta página, así está escrito más arriba) y por si
fuera poco a Lil, que ignora no sólo que Gago es mi amante sino que Gago no
entiende nada de mujeres aunque en el cine Libertad etcétera. Cómo voy a
aceptar que a la salida ya estén hablando de Bergman y de Liv Ullmann (los dos
han leído las memorias de Liv y claro, tema para whisky y gran fraternización
estético-libidinosa, el drama de la actriz madre que quiere ser madre sin dejar
de ser actriz con atrás Bergman la más de las veces gran hijo de puta en el
plano paternal y marital): todo eso alcanza hasta las ocho y cuarto cuando Lil
dice me voy a casa, mamá está un poco enferma, Gago yo la llevo tengo el coche
estacionado en plaza Lavalle y Lil de acuerdo, usted me hizo beber demasiado, Gago
permítame, Lil pero sí, la firmeza tibia del antebrazo desnudo (dice así, dos
adjetivos dos sustantivos tal cual) y yo tengo que aceptar que suban al Ford
que entre otras cualidades tiene la de ser mío, que Gago lleve a Lil hasta San
Isidro gastándome la nafta con lo que cuesta, que Lil le presente a la madre
artrítica pero erudita en Francis Bacon, de nuevo whisky y me da pena que ahora
tenga que hacer todo ese camino de vuelta hasta el centro, Lil, pensaré en
usted y el viaje será corto, Gago, aquí le anoto el teléfono, Lil, oh gracias,
Gago.
De sobra se ve que de
ninguna manera puedo estar de acuerdo con cosas que pretenden modificar la realidad
profunda; persisto en creer que Gago no fue al cine ni conoció a Lil aunque el
texto procure convencerme y por lo tanto desesperarme. ¿Tengo que aceptar un
texto porque simplemente dice que tengo que aceptar un texto? Puedo en cambio
inclinarme ante lo que una parte de mí mismo considera de una pérfida
ambigüedad (porque a lo mejor sí; a lo mejor el cine) pero por lo menos las
frases siguientes llevan a Gago al centro donde deja el auto mal estacionado
como siempre, sube a mi departamento sabiendo que lo espero al final de este
párrafo ya demasiado largo como toda espera de Gago, y después de bañarse y
ponerse la bata naranja que le regalé para su cumpleaños viene a recostarse en
el diván donde estoy leyendo con alivio y amor que Gago viene a recostarse en
el diván donde estoy leyendo con alivio y amor, perfumado e insidioso es el Chivas
Regal y el tabaco rubio de la medianoche, su pelo rizado donde hundo suavemente
la mano para suscitar ese primer quejido soñoliento, sin Lil ni Bergman (qué
delicia leerlo exactamente así, sin Lil ni Bergman) hasta ese momento en que
muy despacio empezaré a aflojar el cinturón de la bata naranja, mi mano bajará
por el pecho liso y tibio de Gago, andará en la espesura de su vientre buscando
el primer espasmo, enlazados ya derivaremos hacia el dormitorio y caeremos
juntos en la cama, buscaré su garganta donde tan dulcemente me gusta
mordisquearlo y él murmurará un momento, murmurará espera un momento que tengo
que telefonear. A Lil of course, llegué muy bien, gracias, silencio, entonces
nos vemos mañana a las once, silencio, a las once y media de acuerdo, silencio,
claro a almorzar tontita, silencio, dije tontita, silencio, por qué de usted,
silencio, no sé pero es como si nos conociéramos hace mucho, silencio, sos un
tesoro, silencio, y yo que me pongo de nuevo la bata y vuelvo al living y al
Chivas Regal, por lo menos me queda eso, el texto dice que por lo menos me
queda eso, que me pongo de nuevo la bata y vuelvo al living y al Chivas Regal
mientras Gago le sigue telefoneando a Lil,—inútil releerlo para estar seguro,
lo dice así, que me vuelvo al living y al Chivas Regal mientras Gago le sigue telefoneando
a Lil.
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