«Dijo el cuervo: “Jamás”», y se quedó por el resto de la eternidad
en el dintel de la historia de la literatura, picoteando de vez en cuando como
para que no se olvidaran de su terrible presencia. Bien le habría valido la
eternidad a quien le diera vida. Sin embargo, como ha sucedido con otros
autores, han sido sus narraciones las que le han perpetuado en la memoria de
los lectores y le han dado su justo lugar como el gran iniciador del relato
moderno, pero que han terminado por opacar de alguna manera su trabajo poético,
siendo la principal —y en algunos casos, única— referencia para los lectores
modernos El cuervo.
Dominan en la obra
poética de Poe las imágenes opresivas de la muerte y la melancolía, la obsesión
y la locura propias del atormentado personaje de la poesía de su época, deudora
de la tradición inglesa. Como si las imágenes de sus relatos no fuesen
suficientemente oscuras y angustiosas, Poe instaura en el lenguaje de la poesía
la pesadilla y el asfixiante ambiente de sus narraciones más temibles. ¿Pero
qué otro tema podría dominar la obra de Poe, sino el de la muerte y la angustia
de la melancolía? Y escribo dominar, porque decir que el total de la obra de
Poe es una larga disección del temor y la angustia y la locura sería reducir de
forma excesiva una obra que por su ambición podría haber abarcado todo el
ámbito de la humanidad. Pero resulta innegable ver una constante en la gran
mayoría de su obra escrita, el cauce inagotable de las pesadillas y los
ensueños insanos. De tal fuente proviene su mínima antología. ♠Richard León♠
El
cuervo
I
En una noche pavorosa, inquieto
releía un vetusto mamotreto
cuando creí escuchar
un extraño ruido, de repente
como si alguien tocase suavemente
a mi puerta: «Visita impertinente
es, dije y nada más » .
II
¡Ah! me acuerdo muy bien; era en invierno
e impaciente medía el tiempo eterno
cansado de buscar
en los libros la calma bienhechora
al dolor de mi muerta Leonora
que habita con los ángeles ahora
¡para siempre jamás!
III
Sentí el sedeño y crujidor y elástico
rozar de las cortinas, un fantástico
terror, como jamás
sentido había y quise aquel ruido
explicando, mi espíritu oprimido
calmar por fin: «Un viajero perdido
es, dije y nada más ».
IV
Ya sintiendo más calma: «Caballero
exclamé, o dama, suplicaros quiero
os sirváis excusar
mas mi atención no estaba bien despierta
y fue vuestra llamada tan incierta...»
Abrí entonces de par en par la puerta:
tinieblas nada más.
V
Miro al espacio, exploro la tiniebla
y siento entonces que mi mente puebla
turba de ideas cual
ningún otro mortal las tuvo antes
y escucho con oídos anhelantes
«Leonora » unas voces susurrantes
murmurar nada más.
VI
Vuelvo a mi estancia con pavor secreto
y a escuchar torno pálido e inquieto
más fuerte golpear;
«algo, me digo, toca en mi ventana,
comprender quiero la señal arcana
y calmar esta angustia sobrehumana »:
¡el viento y nada más!
VII
Y la ventana abrí: revolcando
vi entonces un cuervo venerando
como ave de otra edad;
sin mayor ceremonia entró en mis salas
con gesto señorial y negras alas
y sobre un busto, en el dintel, de Palas
posóse y nada más.
VIII
Miro al pájaro negro, sonriente
ante su grave y serio continente
y le comienzo a hablar,
no sin un dejo de intención irónica:
«Oh cuervo, oh venerable ave anacrónica,
¿cuál es tu nombre en la región plutónica? »
Dijo el cuervo: «Jamás ».
IX
En este caso al par grotesco y raro
maravilléme al escuchar tan claro
tal nombre pronunciar
y debo confesar que sentí susto
pues ante nadie, creo, tuvo el gusto
de un cuervo ver, posado sobre un busto
con tal nombre: «Jamás ».
X
Cual si hubiese vertido en ese acento
el alma, calló el ave y ni un momento
las plumas movió ya,
«otros de mí han huido y se me alcanza
que él partirá mañana sin tardanza
como me ha abandonado la esperanza »;
dijo el cuervo: «¡Jamás! »
XI
Una respuesta al escuchar tan neta
me dije, no sin inquietud secreta,
«Es esto nada más.
Cuanto aprendió de un amo infortunado,
a quien tenaz ha perseguido el hado
y por solo estribillo ha conservado
¡ese jamás, jamás! »
XII
Rodé mi asiento hasta quedar enfrente
de la puerta, del busto y del vidente
cuervo y entonces ya
reclinado en la blanda sedería
en ensueños fantásticos me hundía,
pensando siempre que decir querría
aquel jamás, jamás.
XIII
Largo tiempo quedéme así en reposo
aquel extraño pájaro ominoso
mirando sin cesar,
ocupaba el diván de terciopelo
do juntos nos sentamos y en mi duelo
pensaba que Ella, nunca en este suelo
lo ocuparía más.
XIV
Entonces parecióme el aire denso
con el aroma de quemado incienso
de un invisible altar;
y escucho voces repetir fervientes:
«Olvida a Leonor, bebe el nepenthes
bebe el olvido en sus letales fuentes »;
dijo el cuervo: «¡Jamás! »
XV
«Profeta, dije, augur de otras edades
que arrojaron las negras tempestades
aquí para mi mal,
huésped de esta morada de tristura,
dí, fosco engendro de la noche oscura,
si un bálsamo habrá al fin a mi amargura »:
dijo el cuervo: «¡Jamás! »
XVI
«Profeta, dije, o diablo, infausto cuervo
por Dios, por mí, por mi dolor acerbo,
por tu poder fatal
dime si alguna vez a Leonora
volveré a ver en la eternal aurora
donde feliz con los querubes mora »;
dijo el cuervo: «¡Jamás! »
XVII
«Sea tal palabra la postrera
retorna a la plutónica rivera,»
grité: «¡No vuelvas más,
no dejes ni una huella, ni una pluma
y mi espíritu envuelto en densa bruma
libra por fin el peso que le abruma! »
dijo el cuervo: «¡Jamás! »
XVIII
Y el cuervo inmóvil, fúnebre y adusto
sigue siempre de Palas sobre el busto
y bajo mi fanal,
proyecta mancha lúgubre en la alfombra
y su mirada de demonio asombra...
¡Ay! ¿Mi alma enlutada de su sombra
se librará? ¡Jamás!
Versión de Carlos Arturo Torres
Un
sueño
¡Recibe en la frente este beso!
Y, por librarme de un peso
antes de partir, confieso
que acertaste si creías
que han sido un sueño mis días;
¿Pero es acaso menos grave
que la esperanza se acabe
de noche o a pleno sol,
con o sin una visión?
Hasta nuestro último empeño
es sólo un sueño dentro de un sueno.
Frente a la mar rugiente
que castiga esta rompiente
tengo en la palma apretada
granos de arena dorada.
¡Son pocos! Y en un momento
se me escurren y yo siento
surgir en mí este lamento:
¡Oh Dios! ¿Por qué no puedo
retenerlos en mis dedos?
¡Oh Dios! ¡Si yo pudiera
salvar uno de la marea!
¿Hasta nuestro último empeño
es sólo un sueño dentro de un sueño?
Versión de Carlos Arturo Torres
El
gusano vencedor
¡Mirad!
Noche de fiesta,
Solemne,
es del futuro
En
los postreros años de la vida.
Un
coro de querubes,
Alados
y con tules encubiertos,
Ajando
con sus lágrimas los tules,
A
un drama de terror y de esperanzas
Asisten
en grandioso coliseo
Mientras
exhala sobrehumana orquesta
La
música sublime de los cielos.
Mimos,
de Dios imagen,
Moviéndose
veloces, con cautela
Murmuran:
¡meros títeres que impulsa
La
voluntad de inmensos y disformes
Seres
que van mudando
La
escena y arrojando de sus alas
De
cóndor, agitadas en la sombra,
La
invisible desgracia!
¡Oh,
nunca este confuso
Drama
será olvidado!
Nunca
con Fantasma, eternamente
Por
un tropel en vano perseguido,
De
círculo a través, que siempre gira.
Y
torna al mismo sitio;
Siendo
la esencia de la oscura trama
El
horror, la locura y el delito.
¡Mas
ved! Entre la turba
Mímica
se introdujo una rastrera
Figura,
¡ser inmundo!
Cuerpo
color de sangre que acechaba
Allá
en la soledad del escenario,
¡Se
tuerce! ¡Se retuerce!
Con
mortales
Tormentos
en su pasto se convierten
Los
mimos; y los ángeles gimieron
Cuando
sus viles uñas
Manchó
con sangre humana el vil insecto.
¡Las
luces se extinguieron!
¡Y
todo yace extinto!
Y,
por cubrir las formas
Trémulas,
el telón, fúnebre manto,
Cae
con la rapidez de una tormenta.
Y
pálidos y mustios los querubes,
Irguiéndose,
arrancándose sus velos,
Afirman
que la mísera comedia
Es
la tragedia "Hombre"
Y
el inmundo gusano
¡El
Héroe vencedor de esta tragedia!
La durmiente
Era
la medianoche, en junio, tibia, bruna.
Yo
estaba bajo un rayo de la mística luna,
Que
de su blanco disco como un encantamiento
Vertía
sobre el valle un vapor somnoliento.
Dormitaba
en las tumbas el romero fragante,
Y
al lago se inclinaba el lirio agonizante,
Y
envueltas en la niebla en el ropaje acuoso,
Las
ruinas descansaban en vetusto reposo.
¡Mirad!
también el lago semejante al Leteo,
Dormita
entre las sombras con lento cabeceo,
Y
del sopor consciente despertarse no quiere
Para
el mundo que en tomo lánguidamente muere
Duerme
toda belleza y ved dónde reposa
Irene,
dulcemente, en calma deleitosa.
Con
la ventana abierta a los cielos serenos,
De
claros laminares y de misterios llenos.
Oh,
mi gentil señora, ¿no te asalta el espanto?
¿Por
qué está tu ventana, así, en la noche abierta?
Los
aires juguetones desde el bosque frondoso,
Risueños
y lascivos en tropel rumoroso
Inundan
tu aposento y agitan la cortina
Del
lecho en que tu hermosa cabeza se reclina,
Sobre
los bellos ojos de copiosas pestañas,
Tras
los que el alma duerme en regiones extrañas,
Como
fantasmas tétricos, por el sueño y los muros
Se
deslizan las sombras de perfiles oscuros.
Oh,
mi gentil señora, ¿no te asalta el espanto?
¿Cuál
es, di, de tu ensueño el poderoso encanto?
Debes
de haber venido de los lejanos mares
A
este jardín hermoso de troncos seculares.
Extraños
son, mujer, tu palidez, tu traje,
Y
de tus largas trenzas el flotante homenaje;
Pero
aún es más extraño el silencio solemne
En
que envuelves tu sueño misterioso y perenne.
La
dama gentil duerme. ¡Que duerman para el mundo!
Todo
lo que es eterno tiene que ser profundo.
El
cielo lo ha amparado bajo su dulce manto,
Trocando
este aposento por otro que es más santo,
Y
por otro más triste, el lecho en que reposa.
Yo
le ruego al Señor, que con mano piadosa,
La
deje descansar con sueño no turbado,
Mientras
que los difuntos desfilan por su lado.
Ella
duerme, amor mío. ¡Oh!, mi alma le desea
Que
así como es eterno, profundo el sueño sea;
Que
los viles gusanos se arrastren suavemente
En
torno de sus manos y en torno de su frente;
Que
en la lejana selva, sombría y centenaria,
Le
alcen una alta tumba tranquila y solitaria
Donde
flotan al viento, altivos y triunfales,
De
su ilustre familia los paños funerales;
Una
lejana tumba, a cuya puerta fuerte
Piedras
tiró, de niña, sin temor a la muerte,
Y
a cuyo duro bronce no arrancará más sones,
Ni
los fúnebres ecos de tan tristes mansiones
¡Qué
triste imaginarse pobre hija del pecado
Que
el sonido fatídico a la puerta arrancado,
Y
que quizá con gozo resonara en tu oído,
de la muerte terrífica
era el triste gemido!