Hoy se cumplen 50 años de la publicación de la ambiciosa novela Rayuela de Julio Cortázar, que vendría a constituir un punto de quiebra en la narrativa del siglo pasado, y que aún hoy en día constituye una apuesta estética pocas veces igualada, ya no solamente en Latinoamerica, sino en el mundo entero. A este propósito, extraemos del libro La vuelta al día en 80 mundos (en clara referencia a ese otro Julio que tanto habría fascinado al autor) el siguiente texto que narra la también ambiciosa estructura creada por el infalible Juan Esteban Fassio para leer Rayuela: El Rayuel-o-matic.
Por Julio Cortázar
Michel Sanouillet, Marchand du sel. La terrain
Vague, París, 1958, p. 7.
Jean Schuster, Marcel Duchamp, vite, en
Bizarre, No. 34/5, 1964.
En una nota complementaria se alude a un botón G,
que el lector apretará en caso extremo, y que tiene por función hacer saltar
todo el aparato.
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Fabriquées
à partir du langage, les machines sont cette fabrication en acte; elles sont
leur propre naissance répétée en elles-mêmes; entre leurs tubes, leurs roues
dentées, leurs systèmes de métal, I'écheveau de leurs fils, elles emboîtent
le procedé dans lequel elles sont emboîtés.
Michel
Foucault, Raymond Roussel
N'est-ce
pas des Indes que Raymond Roussel envoya un radiateur électrique à une amie
qui lui demandait un souvenir rare de là-bas?
Roger Vitrac, Raymond
Roussel
No tengo a mano los
medios de comprobarlo, pero en el libro de Michel Sanouillet sobre Marcel
Duchamp se afirma que el marchand du sel estuvo en Buenos Aires en
1918. Por misterioso que parezca, ese viaje debió responder a la legislación
de lo arbitrario cuyas cloves seguimos indagando algunos irregulares de la
literatura, y por mi parte estoy seguro de que su fatalidad la prueba la primera
página de las Impressions d'Afrique: "El 15 de marzo de 19...,
con la intención de hacer un largo viaje por las curiosas regiones de la
América del Sud, me embarqué en Marsella a bordo del Lyncée, rápido
paquebote de gran tonelaje destinado a la línea de Buenos Aires." Entre
los pasajeros que llenarían con la poesía de lo excepcional el libro
incomparable de Raymond Roussel, no podía faltar Duchamp que debió viajar de
incógnito pues jamás se habla de él, pero que sin duda jugó al ajedrez con
Roussel y habló con la bailarina Olga Tchewonenkoff cuyo primo, establecido
desde joven en la República Argentina, acababa de morir dejándole una pequeña
fortuna amasada con plantaciones de (sic) café. Tampoco cube dudar de que
Duchamp trabara amistad con personas tales como Balbet, campeón de pistola y
esgrima, con La Ballandière-Maisonnial, inventor de un florete mecánico, y
con Luxo, pirotécnico que iba a Buenos Aires para lanzar en las bodas del
joven barón Ballesteros un fuego artificial que desplegaría la imagen del
novio en el espacio, idea que según Roussel denunciaba el rastacuerismo del
millonario argentino pero que, agrega, no carecía de originalidad. Menos
probable me parece que se relacionara con los miembros de la compañía de
operetas o con la trágica italiana Adinolfa, pero es seguro que habló
largamente con el escultor Fuxier, creador de imágenes de humo y de
bajorrelieves líquidos; en resumen, no es difícil deducir que buena parte de
los pasajeros del Lyncée debieron interesar a Duchamp y beneficiarse a
su vez del contacto con alguien que de alguna manera los contenía
virtualmente a todos.
Como es lógico, la
crítica seria sabe que todo esto no es posible, primero porque el Lyncée
era un navío imaginario, y segundo porque Duchamp y Roussel no se
conocieron nunca (Duchamp cuenta que vio una sola vez a Roussel en el café de
La Régence, el del poema de César Vallejo, y que el autor de Locus
Solus jugaba al ajedrez con un amigo. "Creo que omití
presentarme", agrega Duchamp). Pero hay otros para quienes esos inconvenientes
físicos no desmienten una realidad más digna de fe. No solamente Duchamp y
Roussel viajaron a Buenos Aires, sino que en esta ciudad habría de
manifestarse una réplica futura enlazada con ellos por razones que tampoco la
crítica seria tomaría demasiado en cuenta. Juan Esteban Fassio abrió el
terreno preparatorio inventando en pleno Buenos Aires una máquina para leer
las Nouvelles impressions d'Afrique en la misma época en que yo, sin
conocerlo, escribía los primeros monólogos de Persio en Los premios apoyándome
en un sistema de analogías fonéticas inspirado por el de Roussel; años más
tarde Fassio se aplicaría a crear una nueva máquina destinada a la lectura de
Rayuela, completamente ajeno al hecho de que mis trabajos más
obsesionantes de esos años en París eran los raros textos de Duchamp y las
obras de Roussel. Un doble impulso abierto convergía poco a poco hacia el
vértice austral donde Roussel y Duchamp volverían a encontrarse en Buenos
Aires cuando un inventor y un escritor que quizá años atrás también se habían
mirado de lejos en algún café del centro, omitiendo presentarse, coincidieran
en una máquina concebida por el primero para facilitar la lectura del
segundo. Si el Lyncée naufragó en las costas africanas, algunos de sus
prodigios llegaron a estas tierras y la prueba está en lo que sigue, que se
explicará como en broma para despistar a los que buscan con cara solemne el
acceso a los tesoros.
Cronopios, vino tinto y cajoncitos
Por Paco y Sara Porrúa,
dos lados del indefinible polígono que va urdiendo mi vida con otros lados
que se llaman Fredi Guthmann, Jean Thiercelin, Claude Tarnand y Sergio de
Castro (puede haber otros que ignoro, partes de la figura que se manifestarán
algún día o nunca), conocí a Juan Esteban Fassio en un viaje a la Argentina,
creo que hacia 1962. Todo empezó como debía, es decir en el café de la
estación de Plaza Once, porque cualquiera que tenga un sentimiento sagaz de
lo que es el café de una estación ferroviaria comprenderá que allí los
encuentros y los desencuentros tenían que darse de entrada en un territorio
marginal, de tránsito, que eran cosa de borde. Esa tarde hubo como una
oscura voluntad material y espesa, un alquitrán negativo contra Sara, Paco,
mi mujer y yo que debíamos encontrarnos a esa hora y nos desencontramos, nos
telefoneamos, buscamos en las mesas y los andenes y acabamos por reunirnos al
cabo de dos horas de interminables complicaciones y una sensación de estar
abriéndonos paso los unos hacia los otros como en las peores pesadillas en
que todo se vuelve postergación y goma. El plan era ir desde allí a la casa
de Fassio, y si en el momento no sospeché el sentido de la resistencia de las
cosas a esa cita y a ese encuentro, más tarde me pareció casi fatal en la
medida en que todo orden establecido se forma en cuadro frente a una sospecha
de ruptura y pone sus peores fuerzas al servicio de la continuación.
Que todo siga como siempre es el ideal de una realidad a la medida burguesa y
burguesa ella misma (por ser de medida); Buenos Aires y especialmente el café
del Once se coaligaron sordamente para evitar un encuentro del que no podía
salir nada bueno para la República. Pero lo mismo llegamos a la calle
Misiones (hay nombres que...), y antes de las ocho de la noche estábamos
bebiendo el primer vaso de vino tinto con el Proveedor Propagador en la
Mesembrinesia Americana, Administrador Antártico y Gran Competente OGG,
además de regente de la cátedra de trabajos prácticos rousselianos. Tuve en
mis manes la máquina para leer las Nouvelles impressions d'Afrique, y
también la valija de Marcel Duchamp; Fassio, que hablaba poco, servía en
cambio unos sándwiches de tamaño natural y mucho vino tinto, y acabó sacando
una kodak del tiempo de los pterodáctilos con la que nos fotografió a todos
debajo de un paraguas y en otras actitudes dignas de las circunstancias. Poco
después volví a Francia, y dos años más tarde me llegaron los documentos,
anunciados sigilosamente por Paco Porrúa que había participado con Sara en la
etapa experimental de la lectura mecánica de Rayuela. No me parece
inútil reproducir ante todo el membrete y encabezamiento de la trascendental
comunicación:
Seguían diversos
diagramas, proyectos y diseños, y una hojita con la explicación general del
funcionamiento de la máquina, así como fotos de los cientificos de las
Subcomisiones Electrónica y de Relaciones Patabrownianas en plena labor.
Personalmente nunca entendí demasiado la máquina, porque su creador no se
dignó facilitarme explicaciones complementarias, y como no he vuelto a la
Argentina sigo sin comprender algunos detalles del delicado mecanismo.
Incluso sucumbo a esta publicación quizá prematura e inmodesta con la
esperanza de que algún lector ingeniero descifre los secretes de la
RAYUEL-O-MATIC, como se denomina la máquina en uno de los diseños que, lo
diré abiertamente, me parece culpable de una frívola tendencia a introducirla
en el comercio, sobre todo por la nota que aparece al pie:
Se habrá advertido que
la verdadera máquina es la que aparece a la izquierda; el mueble con aire de
triclinio es desde luego un aflténtico triclinio, puesto que Fassio
comprendió desde un comienzo que Rayuela es un libro para leer en la
cama a fin de no dormirse en otras posiciones de luctuosas consecuencias. Los
diseños 4 y 5 ilustran admirablemente esta ambientación favorable, sobre todo
el número 5 donde no faltan ni el mate ni el porrón de ginebra (juraría que
también hay una tostadora eléctrica, lo que me parece una pituquería):
Nunca entenderé por qué
algunos diseños venían numerados mientras otros se dejaban situar en
cualquier parte, temperamento que he imitado respetuosamente. Pienso que éste
dará una idea general de la máquina:
No hay que ser Werner
von Braun para imaginar lo que guardan las gavetas, pero el inventor ha
tenido buen cuidado de agregar las instrucciones siguientes:
A — Inicia el
funcionamiento a partir del capítulo73 (sale la gaveta 73 ); al cerrarse ésta
se abre la No. l, y así sucesivamente. Si se desea interrumpir la lectura,
por ejemplo en mitad del capítulo 16, debe apretarse el botón antes de cerrar
esta gaveta.
B — Cuando se quiera
reiniciar la lectura a partir del momento en que se ha interrumpido, bastará
apretar este botón y reaparecerá la gaveta No. 16, continuándose el proceso.
C — Suelta todos los
resortes, de manera que pueda elegirse cualquier gaveta con sólo tirar de la
perilla. Deja de funcionar el sistema eléctrico.
D — Botón destinado a
la lectura del Primer Libro, es decir, del capítulo 1 al 56 de corrido. Al
cerrar la gaveta No. 1, se abre la No. 2, y así sucesivamente.
E — Botón para
interrumpir el funcionamiento en el momento que se quiera, una vez llegado al
circuito final: 58 - 131 - 58 - 131 - 58, etcétera.
F — En el modelo con
cama, este botón abre la parte inferior, quedando la cama preparada.
Los diseños 1, 2 y 3
permiten apreciar el modelo con cama, así como la forma en que sale y se abre
esta última apenas se aprieta el botón F. Atento a las previsibles exigencias
estéticas de los consumidores de nuestras obras, Fassio ha previsto modelos especiales
de la máquina en estilo Luis XV y Luis XVI.
En la imposibilidad de
enviarme la máquina por razones logísticas, aduaneras e incluso estratégicas
que el Colegio de Patafisíca no está en condiciones ni en ánimo de estudiar, Fassio
acompañó los diseños con un gráfico de la lectura de Rayuela (en la
cama o sentado).
La interpretación
general no es difícil: se indican claramente los puntos capitales comenzando
por el de partida (73), el capítulo emparedado (55) y Los dos capítulos del
ciclo final (58 y 131). De la lectura surge una proyección gráfica bastante
parecida a un garabato, aunque quizá los técnicos puedan explicarme algún día
por qué los pesos se amontonan tanto hacia los capítulos 54 y 64. El análisis
estructural utilizará con provecho estas proyecciones de apariencia
despatarrada; yo le deseo buena suerte.
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*Texto tomado de La vuelta al día en ochenta mundos.
Julio Cortázar, Siglo XXI, Buenos Aires, 1968.
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