Emma
Goldman, anarquista, ferviente defensora de las libertades civiles y del feminismo,
terminaría siendo considerada por el mismo J. Edgar Hoover la mujer más peligrosa de América. Activista conjurada, envuelta (directa
o indirectamente) en más de un intento de asesinato a líderes políticos norteamericanos,
y encarcelada múltiples veces por hacer públicas sus ideas acerca de la
emancipación femenina, terminaría expulsada a las frías tierras de la Unión Soviética
—de las que había huido en respuesta a las imposiciones patriarcales—, por
conspiración y su evidente oposición a la guerra y la militarización. Estaríamos
tentados a creer que una vez en las tierras bolcheviques se encontraría
plenamente en libertad de movimientos, al ser una patria afín a sus
concepciones. Pero sería una enorme equivocación. Una vez instalada en el
corazón de la revolución de Octubre, la represión y la hostilidad soviéticas le
llevaron a renunciar a sus esperanzas respecto del nuevo régimen y a ser una de
sus primeras críticas, razones por las que terminaría radicándose en Canadá.
* *
*
LA FILOSOFÍA DEL ATEÍSMO
Por
Emma
Goldman
Para exponer como es debido la
filosofía del ateísmo, habría que abordar los cambios sufridos a lo largo de la
historia por la fe en una divinidad, desde los tiempos más remotos hasta el
momento actual, análisis que queda fuera del alcance de este ensayo. No estará
fuera de lugar, de todos modos, señalar de pasada que el concepto de Dios,
Poder Sobrenatural, Espíritu, Deidad o cualquier otro término en el que se haya
plasmado la esencia del teísmo, se ha vuelto más indefinido y vago con el paso
del tiempo y el progreso. La idea de Dios, por decirlo de otro modo, se está
volviendo más impersonal y nebulosa a medida que la mente humana aprende a
comprender los fenómenos naturales, y que la ciencia establece progresivamente
una correlación entre los hechos humanos y sociales.
Hoy en día, Dios ya no representa las
mismas fuerzas que al principio de su existencia; tampoco dirige los destinos
humanos con la mano de hierro de otros tiempos. Lo que expresa la idea de Dios
es más bien una especie de estímulo espiritualista para satisfacer los caprichos
y manías de todo el abanico de flaquezas humanas. Durante el desarrollo de la
humanidad, la idea de Dios se ha visto obligada a adaptarse a todas las fases
del quehacer humano, algo completamente acorde, por otro lado, con los orígenes
de dicha idea.
La noción de los dioses tuvo su origen
en el miedo y la curiosidad. El hombre primitivo, que no entendía los fenómenos
de la naturaleza, pero sufría su acoso, veía en cualquier manifestación
aterradora una fuerza siniestra que se desencadenaba expresamente contra él; y
como todas las supersticiones tienen como padres a la ignorancia y el miedo, la
inquieta fantasía del hombre primitivo urdió la idea de Dios.
Acierta plenamente Mijaíl Bakunin, ateo
y anarquista de fama mundial, cuando afirma en su gran obra Dios y el
Estado: «Todas las religiones, con
sus semidioses, profetas, mesías y santos, fueron creadas por la fantasía llena
de prejuicios de hombres que aún no habían desarrollado del todo sus
facultades, ni estaban en plena posesión de ellas. En consecuencia, el cielo
religioso no es más que el espejismo en el que el hombre, exaltado por la
ignorancia y la fe, descubrió su propia imagen, pero acrecida e invertida; esto
es, divinizada. La historia de las religiones, la del nacimiento, apogeo y
decadencia de los dioses que se han sucedido en la fe humana, no es otra cosa,
por lo tanto, que el desarrollo de la inteligencia y la conciencia colectivas
de la humanidad. A lo largo de su trayectoria históricamente progresiva, en
cuanto descubrían en sí mismos, o en la naturaleza que les rodeaba, alguna
cualidad, o incluso un gran defecto, fueran de la índole que fuesen, los
atribuían a sus dioses, no sin antes exagerarlos y ampliarlos desmesuradamente,
a la manera de los niños, siguiendo el dictado de su fantasía religiosa. [...]
Sea dicho, pues, con todo respeto a los metafísicos e idealistas, filósofos,
políticos o poetas religiosos: la idea de Dios comporta la abdicación de la
razón y la justicia humanas; es la más rotunda negación de la libertad humana,
y desemboca necesariamente en la esclavización de la humanidad, tanto en la
teoría como en la práctica».
Así es como la idea de Dios
(revitalizada, adaptada y ampliada o restringida en función de las necesidades
de cada época) ha dominado a la humanidad, y lo seguirá haciendo hasta que el
ser humano salga a la luz del Sol con la cabeza bien erguida, sin temor, con
voluntad propia y despierta. Cuanto más aprende el hombre a realizarse, y a dar
forma a su propio destino, más queda el teísmo como algo superfluo. La medida
en la que el hombre sea capaz de hallar su relación con sus congéneres
dependerá completamente del grado en que pueda dejar atrás su dependencia de
Dios.
Ya se advierten señales de que el
teísmo, que es la teoría de la especulación, está siendo sustituido por el
ateísmo, ciencia de la demostración; si el uno flota en las nubes metafísicas
del Más Allá, el otro tiene raíces fuertes en la Tierra; y es la Tierra, no el
cielo, lo que debe redimir el hombre si desea alcanzar la plena salvación.
El declive del teísmo es un espectáculo
de un interés enorme, sobre todo tal como se manifiesta en la inquietud de los
teístas, sean de la confesión que sean. Les angustia darse cuenta de que las
masas se vuelven cada vez más ateas, más antirreligiosas, y de que no tienen
reparos en dejar el Más Allá y sus celestes dominios a los ángeles y los
gorriones; y es que las masas se enfrascan más y más en los problemas de su
existencia inmediata.
¿Cómo hacer que las masas regresen a la
idea de Dios, el Espíritu, la Causa Primera, etc.? He ahí la cuestión más
acuciante para todos los teístas. Podrán parecer cuestiones metafísicas, pero
tienen una base física muy pronunciada, en la medida en que la religión, la
«Verdad Divina», las recompensas y los castigos son los distintivos de la
industria más potente y lucrativa de todo el mundo, sin exceptuar la de la
fabricación de armas de fuego y municiones: la industria de nublar la mente
humana y reprimir el corazón humano. En tiempos de necesidad, cualquier remedio
es bueno; por eso la mayoría de los teístas pillan al vuelo cualquier tema, por
carente que esté de relación con la divinidad, la revelación o el Más Allá. Tal
vez intuyan que la humanidad se está cansando de las mil y una marcas de Dios.
La lucha contra este estancamiento de
la fe teísta es nada menos que una cuestión de vida o muerte para todas las
confesiones; de ahí su tolerancia, una tolerancia nacida no de la comprensión,
sino de la debilidad, lo cual podría explicar el empeño de todas las
publicaciones religiosas por aunar filosofías religiosas de lo más variopinto,
y teorías teístas que se contradicen entre sí, en un solo conglomerado de la
fe. Cada vez se minimiza más, con tolerancia, la diversidad de conceptos de
«único Dios verdadero, único espíritu puro, única religión cierta», en un
esfuerzo frenético por establecer un terreno común desde el que rescatar a las
masas modernas de la influencia «perniciosa» de las ideas ateas.
Esta «tolerancia» teísta se caracteriza
porque a nadie le importa lo que crea la gente mientras crea, o finja creer; y
a este fin se emplean los métodos más burdos y vulgares. Acampadas, reuniones
de evangelización con Billy Sunday como gran paladín... Métodos que no pueden
menos de indignar a cualquier intelecto refinado, y cuyo efecto en los
ignorantes y curiosos tiende a generar un moderado estado de locura que en
muchos casos va de la mano de la erotomanía. Estos frenéticos esfuerzos cuentan
siempre con el beneplácito, y también con el respaldo, de los poderes
terrenales, desde el déspota ruso al presidente de Estados Unidos, y desde
Rockefeller y Wanamaker al empresario más insignificante. Saben que el capital
invertido en Billy Sunday, la YMCA, la Ciencia Cristiana y una larga serie de
instituciones religiosas redundará en enormes beneficios, en forma de masas
sometidas, mansas y adormiladas.
Consciente o inconscientemente, la
mayoría de los teístas ven en dioses y demonios, cielos e infiernos,
recompensas y castigos un látigo con el que obtener obediencia, sumisión y
conformidad a base de azotes. La verdad es que hace tiempo que el teísmo se
habría venido abajo sin el apoyo simultáneo del dinero y el poder. Hasta qué
punto es completa su quiebra es algo que se ve ahora mismo en las trincheras y
los campos de batalla de Europa.
¿No pintaban todos los teístas a su
Deidad como el dios del amor y la bondad? Pues bien, tras miles de años
predicando en estos términos, los dioses siguen sordos a la agonía de la
especie humana. A Confucio no le importa la pobreza, la miseria y el dolor del
pueblo chino. La indiferencia filosófica de Buda no cede un ápice ante el
hambre y la inanición de los ultrajados hindúes. Yahvé persiste en su sordera a
los amargos lloros de Israel, mientras Jesús se niega a resucitar para poner
remedio a la masacre de cristianos por cristianos.
La esencia de los cánticos y alabanzas
al «Altísimo» ha sido siempre presentar a Dios como el gran defensor de la
justicia y la misericordia, pero cada vez hay más injusticia entre los hombres;
solo con las atrocidades infligidas a las masas de este país parecería que
pudieran desbordarse los mismísimos cielos. ¿Y dónde están los dioses que
pongan fin a estos horrores, a estas ofensas, a este trato inhumano contra el
ser humano? Pero no, no son los dioses, sino el HOMBRE quien debe levantarse con
terrible cólera; él es, él, quien engañado por todas las deidades, y
traicionado por sus emisarios, debe resolverse a llevar la justicia a esta
Tierra.
La filosofía del ateísmo pone de
manifiesto la expansión y el crecimiento de la mente humana. La filosofía del
teísmo, si podemos llamarla filosofía, es estática e inamovible. Desde el punto
de vista del teísmo, el mero hecho de intentar elucidar estos misterios supone
no creer en la omnipotencia que todo lo abarca, y hasta negar la sabiduría de
los poderes divinos que existen más allá del ser humano. Afortunadamente, sin embargo,
la mente humana no se deja ni se ha dejado nunca atar por nada inamovible. De
ahí que no ceje en su incansable marcha hacia el conocimiento y la vida. La mente
humana empieza a comprender que «el universo no es fruto de un decreto creador
por parte de una inteligencia divina, que produjo una obra maestra de la nada,
en una operación perfecta», sino de fuerzas caóticas que se ejercen durante
siglos y siglos, de choques y cataclismos, repulsiones y atracciones que,
siguiendo el principio de selección, cristalizan en lo que llaman los teístas
«el universo conducido al orden y la belleza». Como bien sostiene Joseph McCabe
en La existencia de Dios, «una ley
de la naturaleza no es una fórmula establecida por un legislador, sino un mero
resumen de los hechos observados, un "haz de hechos". No es que las
cosas funcionen de un modo determinado debido a que existe una ley, sino que
nosotros formulamos la "ley" porque funcionan de ese modo».
La filosofía del ateísmo representa un
concepto de la vida sin ningún Más Allá metafísico, o Regulador Divino. Es el
concepto de un mundo real, existente, con sus posibilidades de liberación,
crecimiento y hermoseamiento, frente a un mundo irreal que, con todos sus
espíritus, oráculos y mísera conformidad, ha mantenido a la humanidad en un
estado inerme de degradación.
Podría parecer el colmo de la paradoja,
pero tristemente es cierto: este mundo real, y nuestra vida, han permanecido
sujetos mucho tiempo a la influencia de la especulación metafísica, no a la de
fuerzas físicas demostrables. Bajo el azote de la idea teísta, esta Tierra no
ha servido de otra cosa que de escala temporal para poner a prueba la capacidad
humana de inmolación a la voluntad de Dios. Pero bastaba con que el hombre
intentase averiguar cuál era esa voluntad para que se le dijese que a la
«inteligencia humana finita» no le estaba dado ir más allá de aquella voluntad
omnipotente e infinita. El tremendo peso de esta omnipotencia ha doblegado al
hombre hasta morder el polvo, convertido en un ser sin voluntad, roto y tiznado
en la oscuridad. La victoria de la filosofía del ateísmo es liberar al hombre
de la pesadilla de los dioses; significa la desaparición de los fantasmas del
más allá. La luz de la razón ha disipado una y otra vez la pesadilla teísta,
pero la pobreza, el dolor y el miedo recreaban siempre los fantasmas, que, por
lo demás, bien poco diferían entre sí, al margen de su novedad o forma externa.
En cambio, el ateísmo, en su aspecto filosófico, no solo rechaza pagar tributo
a un concepto definido de Dios, sino cualquier servidumbre a la idea de Dios, y
se opone al principio teísta como tal. Los dioses, en su función individual, no
son ni la mitad de perniciosos que el principio del teísmo, el cual representa
creer en un poder sobrenatural, e incluso omnipotente, que gobierna al mundo, y
al hombre que en él vive. Es el absolutismo del teísmo, su influencia
perniciosa en la humanidad y sus efectos paralizadores en el pensamiento y la
acción lo que combate el ateísmo con todas sus fuerzas.
La filosofía del ateísmo hunde sus
raíces en la tierra, en esta vida; su meta es emancipar a la humanidad de todos
los Altísimos, sean judaicos, cristianos, mahometanos, budistas, brahmanistas o
de cualquier otra denominación. Largo y duro ha sido el castigo de la humanidad
por crear dioses; desde que aparecieron, para el ser humano todo ha sido dolor
y persecución. Esta equivocación tiene un solo remedio posible: el hombre debe
romper los grilletes que le han encadenado a las puertas del cielo y el
infierno, para poder empezar a moldear un nuevo mundo en esta tierra con su
conciencia despierta una vez más e iluminada.
La libertad y la belleza no podrán ser
realidad mientras no triunfe la filosofía del ateísmo en las mentes y los
corazones de la humanidad. Como don del cielo, la belleza ha demostrado ser
inútil, pero una vez que el hombre aprenda a ver que el único cielo a su medida
está en la Tierra, la belleza se convertirá en la esencia y el motor de la
vida. El ateísmo ya está contribuyendo a liberar al hombre de su dependencia
del castigo y de la recompensa, como baratillo para los pobres de espíritu.
¿No insisten todos los teístas en que
sin la fe en un poder divino no puede haber moralidad, justicia, honradez ni
fidelidad? Esta moral basada en el miedo y la esperanza siempre ha sido algo
vil, compuesto a partes iguales de fariseísmo e hipocresía. En cuanto a la
verdad, la justicia y la fidelidad, ¿quiénes han sido sus valerosos exponentes,
sus osados defensores? Casi siempre los impíos, los ateos, que han vivido,
luchado y muerto por ellos. Sabían que la justicia, la verdad y la fidelidad no
son algo forjado en los cielos, sino vinculado a los enormes cambios que
experimenta la vida social y material de la humanidad, e inseparable de ellos;
no algo fijo y eterno, sino fluctuante como la vida misma. Nadie puede
vaticinar a qué alturas llegará la filosofía del ateísmo, pero sí es posible predecir
lo siguiente: que las relaciones humanas solo se purgarán de los horrores del
pasado con su fuego regenerador.
Las personas reflexivas se empiezan a
dar cuenta de que los preceptos morales, impuestos a la humanidad mediante el
terror religioso, se han vuelto estereotipados, perdiendo con ello toda su
vitalidad. Basta una simple mirada a la vida actual, a su naturaleza
desintegradora, a sus conflictos de intereses, de los que se derivan odios,
crímenes y codicia, para que quede demostrada la esterilidad de la moral
teísta.
El ser humano debe volver a ser quien
es para aprender cuál es su relación con sus congéneres. Mientras siga
encadenado a la roca, Prometeo estará condenado a que hagan presa en él los
buitres de la oscuridad. Desencadenadle, y desharéis la noche y sus horrores.
El ateísmo, con su negación de los
dioses, es a la vez la afirmación más vigorosa del ser humano y, a través de
este último, el sí eterno a la vida, al sentido y a la belleza.