domingo, 1 de mayo de 2011

Ernesto Sábato, el utópico. Breve nota biológica.


Acaba de fallecer en su residencia de Santos Lugares Ernesto Sábato, uno de los creadores más sensibles de la literatura latinoamericana y universal. Escribo “acaba”, como si hubiese sido apenas hace un instante, como si la muerte se preocupara por darnos algo de tiempo siquiera para reflexionarla, para sopesarla. Pero no es más que una ilusión, siempre llega cuando menos se la espera, aun cuando se la espere resignadamente, como me gusta imaginar que la esperaba tranquilamente, cercano al centenario de su nacimiento.


Parece mentira, apenas en la tarde de ayer pensaba precisamente en Sábato, en la necesidad personal de leer más a fondo su obra —de una profundidad tenebrosa, porque se hunde en nosotros mismos estrepitosamente— y también en una cita de El escritor y sus fantasmas que decidí poner a último momento en un texto de gran importancia para mí, en una página aparte de la totalidad del escrito como señalando una pequeña isla solitaria a la cual aferrarse en medio de esta marea de acontecimientos en que nos vemos envueltos: “Las grandes novelas son aquellas que nos dejan distintos a lo que éramos antes”, se puede leer lacónicamente en aquella página con la que pretendía yo marcar el final de un camino y el inicio de otro. Pues es de esta manera y no de otra como me veo a mí mismo frente a las ficciones y las diversas reflexiones de Ernesto Sábato, siempre hay algo que me carcome las entrañas y hace que se remuevan en sus recintos sellados, algo quizá incómodo porque retrata la condición de los seres humanos de la forma más fiel y desgarradora. No nos reconoceríamos en ese espejo, aunque nuestra condición sea el esperpento.


¿Qué sabemos realmente de este hombre que nos abandonó físicamente un 30 de abril, y cuyo pensamiento agudo aun podremos encontrar sumergiéndonos en las páginas que nos dejó escritas? Podríamos encontrar los mil y un folios biográficos que nos hablen de su vida y obra, pero no serían más que exactitudes perfectamente prescindibles. Lo que deberíamos tener claro es que esas grandes crisis personales que lo llevaron a alejarse definitivamente del mundo de las ciencias marca, precisamente, la crisis del hombre en el siglo XX tecnificado y en las que él mismo parece irse perdiendo irremediablemente. Su crítica al mundo cientifizado y al progreso materialmente entendido nos puede servir para entendernos en plena segunda década del siglo XXI, cuando los problemas de los otros nos tienen sin el menor cuidado, cuando justificamos el progreso mecanizado sin importar las consecuencias de nuestros propios actos. Si es verdad que poseemos una humanidad, entonces debemos hacer lo posible por recuperarla, y ese, creo, es el mensaje que Sábato quiso legarle a una generación de jóvenes que sienten la angustia del mundo sobre sus espaldas, para quienes el camino se ha extraviado; y también a esos otros a quienes el mundo y las acciones que toman los seres inteligentes les pasan a través y les dejan inamovibles como si nada, como si ellos no tuvieran nada que hacer o decir.

Quizá por esto su pasión férrea por la utopía, por la esperanza que debe siempre resistir en el corazón humano y cuya tenacidad debería tender a cambiar las cosas, en estos tiempos en que hemos ya caído en un sopor silencioso y humillante, en una anuencia cómplice de la barbarie progresista, debería contagiarnos y propagarse en este mundo que cada día se acerca más a su colapso. Bien escribía en aquel texto que pretendía ser algo así como su testamento para la humanidad, Antes del fin: “... el hombre sólo cabe en la utopía. Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”.


Sí, es verdad, solamente de utopías podría alimentarse el hombre del mañana. Pero no de utopías tecnológicas como quieren hacernos entrever los voceros del progreso material. La utopía aún está en construcción en el corazón del hombre. Quizá, llegué un día el momento de practicarla, de hacerla más tópica, más palpable, más diciente. Quizá, como todo en el mundo inestable de los hombres, llegué a marchitarse, a convertirse en su antinomia. Pero no por eso debemos dejar de luchar, no por eso debemos bajar nuestra mirada y entorpecerla atrapados en la cotidianidad.




No podemos hundirnos en la depresión, porque es de alguna manera, un lujo que no pueden darse los padres de los chiquitos que se mueren de hambre. Y no es posible que nos encerremos cada vez con más seguridades en nuestros hogares.


Tenemos que abrirnos al mundo. No considerar que el desastre está afuera, sino que arde como una fogata en el propio comedor de nuestras casas. Es la vida y nuestra tierra las que están en peligro.





La modernidad nos ha ofrecido la ventaja de facilitarnos lugares donde escondernos. Nos escondemos tras empleos agobiantes, tras las mil cerraduras de nuestra casa, tras los mil cerrojos de nuestra subjetividad malinterpretada, tras la fatuidad de las relaciones interpersonales efímeras, sin vínculos de hombre a hombre, tras los sueños y fantasías que los medios de distracción masiva imponen a nuestro inconsciente, tras las excusas con que nos desentendemos los unos de los otros. Nos protegemos cuando el peligro yace junto a nosotros bajo las sábanas. No tomamos las riendas de nuestra propia vida, por más que queramos hacerlo parecer así. No nos hemos hecho conscientes de lo que implican nuestras propias acciones. Y aquí quisiera volver a citar a Sábato: “Un escritor puede rehacer algo imperfecto o tirarlo a la basura. La vida, no: lo que se ha vivido no hay forma de arreglarlo, ni de limpiarlo, ni de tirarlo”... A duras penas nos alcanzará el vivir con ello.


Quería escribir sobre Ernesto Sábato, esta su tan poco querida partida, pero parece inevitable que cada vez que escriba de Sábato deje de contar lo que me lleva a pensar su literatura, lo que siento bullir en el fondo de mí mismo. Supongo que también es una forma de celebrar su vida, su pensamiento, y de olvidar un poco que una sensibilidad tan necesaria nos haya abandonado. Espero que a Sábato no le hubiera molestado que escribiera menos acerca de su vida y más de su pensamiento, que no es otro que el del hombre mismo.

sábado, 5 de febrero de 2011

PVC-1





Por Lenard Örich.
Imágenes Fotogramas extraídos de la película,
propiedad de Kosmokrator Sinema.


Título original: PVC-1.
Dirección: Spiros Stathoulopoulos.
Guión: Spiros Stathoulopoulos, Dwight Istanbulian.
Reparto: Mérida Urquía, Daniél Páez, Alberto Zornoza, Hugo Pereira, Christian Lamus, Liz Pulido.
País: Colombia.
Año: 2008.
Género: Drama.
Duración: 85 min. aproximadamente.



Cuando hacia mediados del 2008 me enteré de la
existencia de una película sin cortes de ningún tipo, quedé absolutamente fascinado con la idea. Para mí, incipiente cinéfilo, era una forma
completamente novedosa dentro del plano cinematográfico que apenas conocía. Valga reconocer que por la época en que se estrenó en Colombia este filme, me encontraba bastante alejado —y aún hoy siento que lo estoy— de lo que se debe considerar un cinéfilo, por lo que desconocía los orígenes de lo que después vendría a conocer como plano secuencia, la dichosa forma en que la narrativa visual corre en tiempo real sin ninguna adulteración temporal. Y en ello radica, a la vez, la fuerza y la debilidad de la cinta.

Primero, tracemos a grandes rasgos la historia que retrata el filme.

Spiros Stathoulopoulos nos da su versión —arriesgada, como toda versión— de uno de los hechos más infames que hayan tenido lugar en el territorio colombiano, lo que no excluye el que hayan podido suceder en cualquier otro lugar del mundo en el que la violencia y la ambición hagan su festín. Hecha esta ínfima defensa del filme —que bien se defiende solo—, entremos en la historia.

Esta inicia con un grupo de cinco personas (niño incluido) transportándose en un jeep a través de una accidentada carretera. De entre los cinco, uno de ellos lleva un misterioso paquete, del que cuida con recelo. Hacen una parada, mientras el jefe del grupo (don Benjamín) los prepara mediante amenazas e imprecaciones. Se encapuchan antes de llegar a destino y luego bajan del auto mientras la cámara sigue sus movimientos. Entonces, es cuando empieza la violencia: la familia se ve asaltada en la tranquilidad de su hogar por este grupo de personas sin explícita filiación política y táctica con algún grupo armado. El objetivo del grupo, claro e irrevocable, no es otro más que la extorsión. El método emerge del misterioso paquete cuidado con recelo: se trata de un complejo aparato hecho de tubos de PVC y explosivos, lo que desde entonces reconocemos como collar bomba. Puesto que a Simón el collar no le habría quedado (según medidas tomadas por los delincuentes a su cuello), el aparato termina alrededor del cuello de Ofelia, su esposa. La demanda es inapelable, 15 millones de pesos son pedidos para la desactivación del artefacto. Como buenos seres humanos que somos, la primera reacción por parte de las víctimas es la de la incredulidad: la familia se une en un esfuerzo vano por liberar a Ofelia del aparato. Al desesperar en lo infructuoso de esto, y después de escuchar un cassette que los delincuentes han dejado para ellos, deciden avisar a la policía de lo sucedido. A partir de aquí, acompañamos a Ofelia en una angustiosa travesía a contratiempo a través de una geografía, si bien limitada, tortuosa y accidentada. Y en ese mismo camino deben encontrarse con la iniquidad humana que hace burla (“¿Ésa es la nueva moda?”) y desaire (“¡Se bajan ya de mi carro!”), por el bien infundado temor. Y, también, encontrarse con la particular forma en que hacemos frente los seres humanos a nuestros problemas (dentro de lo que podríamos citar el artesanal “equipo” de trabajo del “experto” antiexplosivos).

El resultado del titánico esfuerzo del director, guionista, productor y camarógrafo —todos estos roles encarnados en la misma persona de Spiros Stathoulopoulos—, además de los actores, no podría ser más interesante y experimental. Desde La soga, de Alfred Hitchcock, no se había hecho una película íntegramente filmada siguiendo el plano secuencia (al menos, no que yo sepa). En PVC-1 no solamente encontramos el ímpetu de la narrativa visual, sino un intento por aproximarnos a la violencia que vivimos de una forma diametralmente diferente a la que venía usándose en el cine contemporáneo de nuestro país. Sin necesidad —ni ganas— de recurrir a una personalidad atractiva desde el plano visual —Flora Martínez, por ejemplo, personificando a una desarraigada joven de comuna, los innumerables personajes que abundan en el cine colombiano enclavados entre el gracioso y el feo y el pusilánime—, sin recurrir a la figura ambigua del victimario que se ha erigido como tal debido a un pasado lleno de oscuridad e injusticias, y que busca redimirse por algún medio —y al que en cierta forma terminamos admirando, cuando no idolatrando de forma ciega—, PVC-1 va del otro lado, del lado no solamente de la víctima, sino
del lado del silencio, del lado de una violencia mucho más cruda y menos sofisticada y maquillada lightmente (disculpen el neologismo) como lo han hecho otros filmes de esta nuestra época.




No obstante, quedan algunas cosas que no nos dejan un buen sabor de boca. La primera, me parece, es la elección de la actriz cubana Mérida Urquía como protagonista del filme. No es que esté dudando de las dotes actorales de la señora Urquía, sino que simplemente me pareció demasiado obvio su acento al interior de la historia, me sonó extranjero y, en cierta medida, no permitió que me conectara de una forma más directa con la historia. En una entrevista, el director afirmó que el papel de doña Ofelia era tan extenuante que prefería confiarle su desempeño a un actor de teatro, acostumbrado a estar en escena por horas. Sin embargo en nuestro país existen buenas actrices cultivadas en el teatro que bien podrían haber personificado a la protagonista. Claro que no puedo demeritar el desempeño de Mérida Urquía —casi podemos sentir la angustia y el peso del collar sobre nuestros hombros.

Sin duda, esta es una de las pocas películas de las que conocemos perfectamente el final —claro, cuando no son pretenciosamente predecibles—. Y, aún más indudable, una de esas historias cuyo final quisiéramos fuera diferente o que, por lo menos, fuera irrepetible. Y, también, una de esas películas que después de vista no podremos olvidar —en parte gracias al ritmo frenético y sin pausa de la cámara, al tiempo que corre en contra de todo—. Precisamente por esto, el crudo relato de Spiros Stathoulopoulos desemboca en un ejercicio necesario e implacable para nuestra memoria, para no olvidar de dónde venimos y hacia dónde deberíamos pretender ir.


Luis Carlos "el tuerto" López.





A Rosalbina

Bien sabéis, adorable Rosalbina,
que ante vuestro mirar de ojos de gato,
me sentí como calle sin esquina,
¡bizco y sordo y maltrecho y turulato!
… ¿Por qué sois para mí luciferina?...
¡Si ha mucho tiempo estoy que disparato
bajo el piramidón y la morfina
y del bromuro y del bicarbonato!
Tanta hiel guarda el fondo de mi copa,
que hasta en un corredor del “Club la Popa”,
vuestro marido viéndome patojo
y con ganas de hacer un disparate,
me preguntó solícito: –¿Qué hay, vate?
Y yo le dije irónico: –Un mal de ojo.

Despilfarros

XI
¡Qué cosas en el proscenio
risible de la creación,
que muchas veces un genio
depende del comadrón!


XV
Persigo entre las ruinas de una calle,
sin pensar en la teja
que puede caerme, el talle
flexible de una moza. Es muy compleja

la misión de vivir. Y hay mucha gente
que camina a mi lado,
dizque prácticamente
viendo para el tejado…

XVIII
Se casaron ayer
y se marchan hoy
sin saber
lo que dice Tolstoy.

A un condiscípulo
“El hombre es digno
De sus propias obras”.
BARONESA DE WILSON

¡Qué situación la tuya!... ¡Qué situación la mía!
Los dos fuimos alumnos de griego y de latín
y desde aquellos años de olímpica alegría,
tú no pasaste nunca de ser un adoquín.
Mas hoy, por un prodigio quizás de hechicería,
ya eres académico, tú casa es un jardín,
y sabiamente preñas de duros tu alcancía,
mientras que tu cofrade no guarda ni un chelín…
Después surgió el político. Yo apenas soy un cero.
Viajas en automóvil. Y yo por mi sendero
cabalgo en Rocinante sin humos de chofer.
Y yo, cuando te encuentro, con qué efusión te acojo
—siempre andas por la calle más serio que un cerrojo—
con una de las cáusticas sonrisas de Voltaire.

De sobremesa
Se vive, amada mía,
según y cómo… Yo
por la mañana tengo hipocondría
y por la noche bailo un rigodón.
¿Y qué? Pura ironía
del hígado, muchacha. En el amor
y en otras cosas de mayor cuantía
todo depende de la digestión.
Que no fume, que olvide la lectura,
que no maldiga en ratos de amargura
y mil consejos más de este jaez,
como si se pudiera
vivir a la manera
de las calles tiradas a cordel…

Medio ambiente
“—Papá, ¿quién es el rey?
—Cállate, niño, que
me comprometes.”
Swift
Mi buen amigo el noble Juan de Dios, compañero
de mis alegres años de juventud, ayer
no más era un artista genial, aventurero…
—Hoy vive en un poblacho con hijos y mujer.
… Y es hoy panzudo y calvo. Se quita ya el sombrero
delante de un don Sabas, de un don Lucas… ¿Qué hacer?
La cuestión es asunto de catre y de puchero,
sin empeñar la “Singer” que ayuda a mal comer…
Quimeras moceriles —mitad sueño y locura—;
quimeras y quimeras de anhelos infinitos,
y que hoy —como las piedras tiradas al mar—
se han ido a pique oyendo las pláticas del cura,
junto con la consorte, la suegra y los niñitos…
¡Qué diablo!... Si estas cosas dan ganas de llorar.

Calle de las flores
En esa oscura calle que pudiera
ser un primor entre diez mil primores
no existe ni una flor, ni una siquiera
y se llama “la Calle de las Flores”…!
Bizcos solares… Ni una triste acera
de aquel jardín abierto a los amores
clandestinos del barrio, allá en la era
de los muy sapientísimos oidores…!
Marchito el ramillete y roto el vaso,
las gallinas escarban en los restos
de inconfesables cosas, entre olores
que si no surgen de un vergel, acaso
vengan de algún zambullo y de otros tiestos…
¡Y aún se llama la Calle de las Flores!

Serenata
“Asómate a la ventana
para tirarte un limón.”
Victor Hugo
¡Ay, Camila, no vuelvo
ni al portón de tu casa,
porque tú, la más bella
del contorno, me matas
con promesas que saben
a bagazo de caña!
¡Nada valen mis besos
y achuchones!... ¡Y nada
si murmuro en tu oreja,
tu orejita de nácar,
cuatro cosas que tumban
bocarriba a una estatua!
¡Ah, te juro que nunca
tornaré por tu casa
ya que tú, más bonita
que agridulce manzana,
tienes ¡ay! la simpleza
del icaco y la guama!
¡Y eres más que imposible,
pues tus mismas palabras
son candados, pestillos,
cerraduras y aldabas
de tus brazos abiertos
y tus piernas cerradas!

Mitin
Se salió de plomada
la colectiva estupidez, camino
del rebenque, del tajo y la picota.
Apóstol del derecho, un petardista
de frac y cubilete,
volcó sobre la turba
de los descamisados
todo un cajón de frases…
Su vibrante discurso
causa fue de apoplético entusiasmo,
que tuvo que sangrar tranquilamente
la científica guardia pretoriana,
con el cañón y con la bayoneta.
Y yo, del caballete de un tejado,
mire la rebujiña
—como no soy Apóstol del Derecho—-
con toda la frialdad de un erudito.

Así habló Zaratustra
No hay que hacerse ilusiones
sobre tibios colchones
de algodón y de seda.
La vida que nos queda
puede servirnos para
vencer. Y cara a cara
y contra la corriente
tenderemos el puente
de ribera a ribera…
Después, sin un suspiro,
disuelta la quimera,
nos pegamos un tiro.

Otra emoción
“Es una vieja historia.”
Nietzsche
Y la cocina,
que no huele a rosas,
se encuentra junto a la letrina.
Cosas
de la raza latina.

Desde mi celda
“Este siglo está dislocado.”
Hamlet
Vivo en un caserón
que fue convento,
a cuatro leguas de la población,
porque mi pensamiento
necesita
mucho recogimiento
y la insípida paz
del cenobita.
Penetra por la cruz de mi ventana
la faz
del sol, lozana
perspectiva: la verde ondulación
de la sabana…
Y en este campesino
caserón,
que luce a trechos monacal verdín,
como sangrienta broma del destino
me ha tocado un vecino
que aprende cornetín.

Esto pasó en el reinado de Hugo
“Y a ti, Magdalena sin arrepentir,
también yo te perdono.”
Ricardo, Corazón de León
Subí por la escalera
del ideal,
siguiendo una ilusión.
Pero me fue de una manera
mal,
porque di un resbalón.
¡Y enorme desengaño!
Me atormenta
y mortifica
mucho más el daño
de una cuenta
que adeudo en la botica.

Autor-izado.

Aquél antiguo proverbio que reza: “En tierra de ciegos, el tuerto es rey”, no habría podido ser más acertado respecto a nuestro poeta. Con la salvedad, claro está, de que “el tuerto” López no era tuerto, sino estrábico o como decimos más coloquialmente, bizco. Y quizá en la desviación de su vista descanse, irónicamente, la agudeza de su mirada poética, dada al doble sentido, al humor negro y al anticlímax amoroso. Y es que la obra de “el tuerto” vendría a establecerse en medio de un romanticismo tan tardío como desusado, en medio de una poética ensimismada que no quería ensuciarse con la realidad que la circundaba. Podríamos decir, incluso, que la máxima antítesis de la poética de “el tuerto” estaba representada en la poesía de Guillermo Valencia, quien usaba (y abusaba) de las formas poéticas más artificiales y melodramáticas, y un lenguaje mucho más estereotipado en defensa de su idea del arte por el arte. Mucho más humilde, Luis Carlos López nos legó una poesía desprovista de artificialidad y, en cambio, mucho más desenfadada y armada ya no del drama sino de la picaresca y la comicidad. Léase, por citar apenas uno, el poema Serenata en el que la pena amorosa se liga de forma abierta al acto sexual irrealizable sin preámbulos de tipo dulzón o meloso, es claro que lo que el narrador quiere es algo no tan sublimado como el amor imperecedero y cándido aducible más al niño que al amante. Y, quizá, podamos ver también una crítica no solamente a la poesía romántica, tanto como al fogoso machismo que busca solamente la consumación del acto sexual. Léase, en Medio ambiente, la crítica al conformismo cerril de quien no persigue sus sueños renunciando a ellos vendiéndose a mejores postores o relegándose a una vida apacible. Pero no nos detengamos allí, queda la subsecuente burla a la búsqueda del ideal en Esto pasó en el reinado de Hugo. Creo que ya es hora de recordar a este poeta no tan reconocido más allá de los zapatos viejos, porque su poesía constituyó uno de los pilares de la modernidad y el principal antídoto contra un modernismo exacerbado. En definitiva, nosotros somos los ciegos y “el tuerto” (López) es rey.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Presentación del Proyecto Esperpento


UDistritopía

se complace en presentar

a la comunidad Colombiana

su más apreciada subversión,

el

Proyecto Esperpento,

con el que se espera causar

ampolla en la sociedad circundante, deambulante e

itinerante.



Ante la ociosa forma de autocontemplación propia de la raza humana

ante la autocomplacencia infame en que nos regodeamos

ante las consabidas y falsas representaciones de nuestra propia raza (la humana, queremos decir)

ante la falsa representación del espíritu de nuestras naciones

ante la falsa representatividad, insistimos, de los íconos que se han encumbrado como delegados de lo auténticamente nacional

ante el patrioterismo exaltado de los discursos oficiales y sus mensajes visuales

ante esto y mucho más que seguramente el tiempo propiciará, el Colectivo UDistritopía, en pleno derecho de sus facultades sub-versivas, per-versivas y denostativas, proclama la creación del Proyecto Esperpento, cuyas directivas decretan, a su vez:


  1. Los medios de comunicación son una mentira —especialmente este.
  2. La mentira reside en suprimir la multiplicidad de la personalidad humana.
  3. A través de los medios oficiales (posiblemente tan terroristas como las fuerzas armadas legales e ilegales) se busca mentir acerca de nuestra propia naturaleza.
  4. Los medios de comunicación en general distraen la atención de los sucesos que deberían captarla per se.
  5. La imagen sumamente positiva e im-positiva proyectada a través de los medios y campañas pro-patriotas es errada, puesto que hace a un lado a los demás por propiciar una imagen aparentemente negativa, y que vendría a completar plenamente el cuadro de nuestras costumbres. Además, esta imagen im-positiva nos distrae de lo otro que también somos, de lo otro que también hace parte de nuestra patria. Nos distrae de nuestros verdaderos problemas como nación, que bajo esa fingida y bien pagada sonrisa beneplácita y complaciente a la inversión extranjera esconde todas nuestras desgracias y faltas como nación y como cultura.

El esperpento, decía Ramón María del Valle-Inclán, se da cuando los héroes clásicos son reflejados en los espejos cóncavos. Y añadía: “El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”. Y lo que bien vale para la vida española vale para la totalidad de la humanidad y aún más para esta pequeña nación “cuya única tradición ha sido el fracaso”, para esta pequeña nación que pretende esconder su deformidad y mofarse de la de los demás, para esta pequeña nación que busca hacer de cada ciudadano un héroe pero que ha olvidado a quienes se han quedado como por fuera de la “cultura” representada idealmente light en los espacios audiovisuales. Repetimos y adaptamos, con todo el placer que ello nos permite, que el sentido trágico de la vida colombiana sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada, una estética que desnude al héroe hasta hacerlo ver como el pícaro que realmente es, como el misérrimo ser humano que esconde sus debilidades bajo la aparente faz de la superioridad, ya que no intelectual, preferiblemente estética.


Y no es que consideremos que no existan los héroes, que no exista lo loable, que no exista lo destacable. Es sólo que a la par de todo eso que posiblemente pueda considerarse hermoso y representativo de nosotros mismos, paralelo a este fingido mundo de perfección y delicadeza existe un mundo sórdido y oscuro, miserable y trágico. Esto es lo que forma la sociedad contemporánea, y en esta singular mezcla la belleza, también, pacta con la maldad, el orden pacta con el caos, la legalidad con la ilegalidad. Los engañados no son quienes critican de forma ferviente el orden de las cosas actuales, quienes ven enmascaramiento donde parece haber amabilidad y perfección. El engañado, como bien nos decía Pedro Gómez Valderrama en ése memorable texto acerca de la brujería, es quien asiste al espectáculo creyendo de forma ciega en la verdad representada en escena, quien acude y consciente la legalidad de la forma de la verdad oficial y quien, de esta forma, legitima el acto político que legaliza toda acción tomada frente a los atentados contra la razón oficial.


Por esto, las directivas del Proyecto Esperpento, en presencia del comité del Colectivo UDistritopía, afirman vehementemente (y el Colectivo UDistritopía acepta plenamente) y con fiereza:


  1. Ser colombiano no es un Premio, es un mero accidente. Somos colombianos como bien podríamos haber sido venezolanos o moscovitas. Ser colombiano se acerca más al acto de fe, como dijera Borges. Somos colombianos por defecto, porque nos toca y no porque hayamos elegido (elegir no es opción en nuestro país).
  2. Estamos absolutamente de acuerdo en que Colombia Es Pasión. Colombia es Padecimiento, Colombia es Pasiva, Colombia es contraria a la Acción, Colombia es Perturbada y Desordenada de Ánimo.
  3. Colombia Soy Yo, sí. Así como también lo son los miles de desplazados que pueblan la urbe como población fantasmal (porque aquí en la ciudad, quizá como en el campo, no gozan de los mismos derechos y oportunidades de los que, en teoría, nosotros gozamos), así como también los son ladrones, indigentes, narcotraficantes, prostitutas, modelos, presentadores, vendedores de semáforo, profesores, taxistas, negros, indios, cantantes de autobús, víctimas de grupos armados ilegales y legales, timados por pirámides y por Gobierno por igual. Sí, creemos fervientemente que todos Somos Colombia, que ése patriotero Colombia Soy Yo vale por igual para todos y cada uno de los que nacimos y vivimos en este lugar, sin importar lo feos o desarraigados, lo viciosos o malolientes, lo abiertos de piernas o cerrados de brazos, y no solamente como fórmula contra uno de miles de golpes que recibimos a diario.
  4. No estamos adscritos a ninguna escuela de pensamiento, a ninguna ideología política, a ningún postulado filosófico o académico. No somos ni de izquierda ni de derecha ni aparentemente centrales. En este sentido estricto, no somos nada.
  5. Seremos terroristas (“Teroristas!”) visuales, gestuales, escriturales; seremos per-visionarios, sub-versionarios, denostationarios; seremos contrarios al patrioterismo y a los patrioteros sin dejar de ser patriotas y com(prometidos)patriotas; seremos esperpentos, esperpenticistas, esperpentadores, esperpentionarios; seremos, finalmente, una minúscula horda de Terroristas de los Sentidos (hoy que esta palabra es casi castigada con sólo mencionarla).

Todos aquellos que se sientan llamados por este anticompromiso con la Patria de las campañas publicitarias, todo aquel que se sienta mínimamente representado en las palabras anteriores y sus postulados, todo aquel que se sienta profeta en patria ajena, todo aquel que no se sienta patriotero, todo aquel que se sienta apátrida, todo aquel que sienta un mínimo resquicio de culpabilidad (que no la apague, por favor), todo aquel que sienta necesidad de hablar y de gritar también, todos están invitados a unírsenos en este que podríamos considerar un verdadero Grito de Independencia de la conquista audiovisual, todos están invitados a desacralizar como se debe estos símbolos económicos y mercantilizados de lo que se pretende afirmar como buen ciudadano, como buen patriota, como buen ser humano.


Filología.



Traducción José-Benito Alique
Imágenes Pierre Bonnard


Examen del Padre Ubú en el Saint-Sulpice colonial.

EL HERMANO IGNORANTINO. ¿Sabe usted escribir, Padre Ubú?
PADRE UBÚ. ¡Cuernoempanza! ¡Nos sabemos de todo! ¡Esa pregunta nos ofende! Y además, ¿quién es usted, señor, para permitirse dudar de nuestros conocimientos?
EL HERMANO. El hermano Margallón, ignorantino.
PADRE UBÚ. ¿Qué pasa? ¿Que no tiene demasiada instrucción? ¿Y entonces por qué se pone a hacer el maestro de escuela y a preguntarme si sé yo? Por lo menos debería tener el pudor de no pregonar su ignorancia a continuación de su nombre.
EL HERMANO. (Plácidamente.) He dicho ignorantino como podía haber dicho latino. Pero insisto, Padre Ubú, ¿sabe usted escribir?
PADRE UBÚ. A las mil maravillas, señor.
EL HERMANO. Entonces dígame, por favor, ¿de qué se compone la a minúscula?
PADRE UBÚ. La a minúscula se compone, ¡cuernoempanza!, de una especie de cosa redonda a la que de un lado le sale una especie de cosa alargada. ¡Mucho nos pesa vernos obligado a inculcarle tan elementales conceptos!
EL HERMANO. He aquí, Padre Ubú, un tierno negrito que va a corregir sus errores. Abre una caja de resorte, de la que sale el negro. Pavor del Padre Ubú.) Conteste, Zozó. ¿De qué se compone la a minúscula?

EL NEGRITO. (Recitando.) La a minúscula se compone de la c minúscula, letra madre, y de la i minúscula, igualmente letra madre.
PADRE UBÚ. Eso no nos interesa en modo alguno.
EL HERMANO. Veamos. ¿De qué se compone la t minúscula?
PADRE UBÚ. Bueno, eso es menos difícil. La t minúscula se compone de un tallo vertical con una pequeña astilla columpiándose en su parte superior.
EL HERMANO. (Después de mirar al Padre Ubú con conmiseración, pregunta al negrito.) ¿De qué se compone la t minúscula?
EL NEGRITO. La t minúscula se compone de la i minúscula, letra madre, prolongada hasta un poco más arriba del punto ideal de la i, lugar ideal en que dicho punto ideal se bifurca, convirtiéndose en una doble barra transversal.
El Padre Ubú hace gestos de evidente aburrimiento.
EL HERMANO. Está bien. ¿De qué se compone la q minúscula?
PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡Oh! ¡Esto comienza a interesarnos![1]
EL NEGRITO. La q minúscula se compone de la i minúscula, letra madre, prolongada hacia abajo en forma de rabo por uno que sobrepasaría ligeramente la posición del punto ideal de la i, si se tuviera la costumbre de poner los puntos bajo las ies, y de la c minúscula, letra madre, colocada arriba a la izquierda.
EL HERMANO. Francamente bien, hijo mío. Y ahora dime, ¿de qué se compone la Q mayúscula?
PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡Oh! ¡Esto nos interesa aún en mayor medida!
EL NEGRITO. La Q mayúscula se compone de la O mayúscula…
PADRE UBÚ. (Interrumpiéndole.) De la O mayúscula, de acuerdo jovencito. De la O mayúscula, letra madre, para decirlo todo…
EL NEGRITO. (Severo.) … de la O mayúscula, que no es una letra madre, y de la c minúscula, letra madre.
El Padre Ubú queda aplanado.
EL HERMANO. Observe, Padre Ubú, qué erudición tan sobrecogedora, fruto de mis enseñanzas, claro está, para alumno de tan tierna edad.
PADRE UBÚ. ¡Bah! No le veo ningún mérito. Es de cartón.

EL HERMANO. ¿De cartón? ¡De carne y hueso, y, además, relleno de ciencia! Por otro lado, Padre Ubú, ¿cree usted que usted mismo es de verdad? (Al negrito.) ¿Qué deber te tiene ocupado en este momento, hijo mío?
EL NEGRITO. Estoy volviendo a copiar en limpio mi cuaderno de apuntes, porque se me cayó un tintero encima de él.
EL HERMANO. ¿Y disfrutas con esa ocupación?
EL NEGRITO. Sí, querido hermano. Disfruto mucho.
EL HERMANO. ¿Y no sientes arrepentimiento por haber dejado caer el tintero sobre tu cuaderno de apuntes?
EL NEGRITO. Sí, querido hermano. Lo deploro amargamente. Si tal cosa no hubiera ocurrido, hubiese tenido la satisfacción de volver a copiarlo en limpio tan sólo por que sí.
PADRE UBÚ. (Explotando.) ¡Pues que lo haga otra vez por que sí cuando acabe de hacerlo! ¡Y, a continuación, que copie dos, tres, veinte veces su propia persona, sobre la cual, evidentemente, ha dejado caer un gran número de tinteros el muy gorrino!



[1] La pronunciación de la letra q, en francés, es muy parecida a la de la palabra que en dicho idioma sirve para designar el trasero (N. del T.) (Mejor dicho, el culo -N. del CUD.-).