martes, 15 de noviembre de 2011

La otra Alcestes



Por Alfred Jarry

Traducción Juana Bignozzi
Imágenes Sharird Leno

I
Relato del visir Assaf
El Ángel de la Muerte se le apareció a mi señor con seis rostros, con los que recoge el alma de los habitantes de Oriente, Occidente, del cielo, de la tierra, de los países de Jadjudi y Madjudi y del País de los Creyentes. Volvió hacia mi señor su sexto rostro. Ahora bien, los djins que trabajan en el templo cortando los metales, sin ruido, con la piedra Samur procurada por el cuervo, escucharán la caída del cuerpo del profeta sobre el piso de su sala de cristal y no querrán terminar de construir. Ven a mi señor de pie entre las murallas transparentes, apoyado en su bastón de cedro; y si el ángel le quita su alma en esa postura, el piso luminoso no vibrará, golpeado por el cuerpo terrestre, sino después de la ruptura del bastón, roído por los gusanos. Y tal vez el templo se terminará. Le aconsejé a mi señor que sostuviera sus palmas con una vara de oro incorruptible, para que los djins lo supieran eternamente de pie en la sala de cristal. Pero el profeta no quiere impedir que los gusanos contradigan una eterna mentira y el ángel ha preparado la envoltura de seda verde en la que será insuflada su alma, confiada a un pájaro verde que la llevará al tribunal de los dos ángeles Ankir y Menkir. Pero yo levanté mis ojos hacia el cielo, y la reina Balkis, mujer de Salomón, que por él abjuró del culto del Sol, consentirá en confiar su alma al ángel que la insuflará en la envoltura de seda verde, y el Ángel de la Muerte, bajo cualquier forma que aparezca, recibirá un alma preparada para ofrecerla al pájaro Simurg, porque el alma debe alcanzar el Paraíso de los Creyentes por la Región del Aire y el Fuego; y un cuerpo astral para el barquero monstruoso que lo transportará por el país de los pantanos. Así, Salomón vivirá en cuerpo y alma hasta la terminación del templo.

II
Relato de Doblemano
Yo he visto al visir Assaf errar, con su cimitarra en la mano, alrededor de la sala de cristal, porque la sala tiene trescientas sesenta y cinco puertas, y no sabe por cuál entraré para ir hacia su señor. No quiero tomar en seguida el alma de Salomón, pero quisiera algo que emana de él y participa de su sabiduría y del esplendor de su cuerpo. Quiero con mis tijeras verdes tomar una mata del candor de su barba, al menos: ya que su cráneo cierra como una bóveda pulida el lagar de su cerebro, donde los djins sabios agitan su inteligencia. Pero cuando con mis tijeras haya trozado ese tentáculo visible del espíritu del rey de los profetas, la hoja de la que pende el principio de su vida caerá del árbol de Sidrad-Almuntaha, el pájaro verde absorberá su alma y su cuerpo astral navegará a la sombra de mis remos por las aguas calmas que mensulan el Paraíso de los Creyentes.
Quiera Dios que se me deje esta satisfacción, y que no encuentre al golpear una de las puertas de la sala de cristal —preferiría cruzar mis tijeras minúsculas con la cimitarra circular del visir— el cadáver extendido sobre el piso transparente, el alma volada hacia las alturas donde se balancea el Simurg y el cuerpo astral flotando en el aire móvil para venir a sentarse en la proa de mi barca, detrás de mí, advirtiéndome con su peso ligero, pero en mi barca todavía más débil, que debo remar hacia la justicia de Ankir y Menkir.

III
Relato de Balkis
Mi guía me esperaba en la barca semejante al caparazón de un escarabajo disecado. Y en principio yo no vi el pantano semejante al plumaje de un pavo real verde, a causa de las miríadas apretadas de ojos de lentícula y no vi el rostro de mi guía como él no vio el mío. Su espalda se me apareció laminada en bronce, o cubierta de escamas parecidas a hojas de mirto, como son las de la culebra. Y sus brazos muy largos se perdían en el agua lateral, como si el gran escarabajo de los pantanos, cuyo caparazón era nuestra barca, hubiera remado con el par central y velludo de sus patas. Y después de la visión de su espalda verde, hombres rojos con cara de pájaro y ropas rectas, pasaron sucesivamente ante mis ojos por ambos lados de la barca y varias veces lo llamaron Doblemano.
Y con el movimiento percibí el agua y el fin de la costra de lentículas a la que sucedió un hielo más móvil.

Seres como huevos de mercurio sólido escribían y describían todos los números y el signo del infinito, deslizando sus relámpagos sobre la chapa de arena. Volví hacia ellos mis miradas de remero y reaparecieron los hombres rojos. Uno dijo:
—¡Doblemano! ¿Qué llevas en tu barca roída? ¿No será Salomón? ¿Qué hay más bello que lo útil y cuencos de barro soberbiamente colocados?
Y ese ser aún no salido de los limbos dijo que su nombre humano sería en el futuro Jenofonte.
—¡Paz! —exclamó mi guía, hablando a los rojos o advirtiendo a los patinadores de hidrargirio que precedían la barca—; ¡Paz! o el agua tersa, con mi voz, va a volverse barrosa y móvil, y vuestros pies de acero se atascarán en los huesos de la tierra.
Dicho esto, rema.
—¿Qué hay de más bello —dijo Jenofonte—, que platos geométricamente dispuestos?
Y se aparta, echado por un gran insecto largo que caminaba por el agua con miembros en forma de hilos.
Con las voces y los ruidos, los huevos de mercurio que giraban estallaron en el agua desplegando alas de carne y sangraron en el aire la sangre de los pinos; seres planos parecidos a pies con cuernos arrastrando talares desplumadas se elevaron hacia la superficie del agua como las escamas del fango. Doblemano murmuró que ya era tiempo de que hundiera sus brazos hasta el Libro y hojeará Hidrófilo.
Y exhumó de lo hondo de un escarabajo monstruoso, color resina, el vientre triangular vidriado como una ventana sobre su corazón, lo estableció en la barca en el caballete de sus patas y abriendo en dos hojas los élitros, hojeó las alas despegadas. Volviendo mi mirada hacia el pantano vi reaparecer la forma roja, y Jenofonte rió ácidamente:
—No inscribirás a Salomón.
—¿Qué hay más hermoso, oh Doblemano, que pares de zapatos alineados según el orden militar? Llevas a Salomón, ah, ah, y a su alma.Doblemano inclinado sobre el viviente tríptico lo levantó con cólera; y pareció que sostuviera en la delantera de la barca una proa, y en el medio de la barca una vela crujiente y sonora y encima de la vela un oriflama desplegado y en medio una linterna rojiza. Y crucificó en el mástil al gran escarabajo, las alas abiertas flotantes, los lados triangulares y vidriados brillaban rosas. La barca bogó con mayor rapidez y se hundió en la niebla gris entre formas cenicientas. Y en el momento de abandonar la región clara, Jenofonte dijo:
Y estuvimos en un agua desierta, el carrusel de metal siempre girando, ahora detrás de nosotros, con el cielo bajo. Reventaban burbujas con una pequeña humareda. Contra nosotros zumbaba el suplicio del escarabajo.
Y volvimos en medio de la huida dispersa de los seres del agua, Doblemano vuelto a la barca puntiaguda en los dos extremos que no había virado, remando de cara a mí y diciendo:
—¡Hidrófilo, perdón! Me postrerno frente a tu espalda curvada y al ángulo diedro de tu vientre. Permíteme que me aproxime sin miedo y te desclave. El zumbido de tus alas alrededor de tu cuerpo estridente es espantoso. Libro, cierra tus hojas donde estuve a punto de inscribir la fealdad sin alma. ¡Elena! ¡Elena! Éste es el cuerpo estrangulado artificialmente en el medio que tiene la pretensión de figurar el signo del infinito cuando está acostado; en la parte superior las dos glándulas flageladas y escoriadas en el centro que se descomponen y se disuelven cuando un ser inconsciente, antes de haber adquirido la nobleza de moler huesos, debe empezar a vivir de putrefacción, después de surgir de la sangre y de las sanies de un tumor perforado, porque un hombre atolondrado orinó en la mata de musgo que disimula la vergüenza y la llaga siempre supurante de la hinchazón inferior. ¡Elena! El hombre no puede plagiar el uso de esta llaga sino ofreciendo como simulacro la salida condenada por Dios de excretar las inmundicias del cuerpo. ¡Hidrófilo! Tú que te sacias, como todos en el infierno, de excrementos, llévate éste (tal vez entonces disculparás mi reciente violencia) y lleva también sobre tu vientre y contra tus tráqueas aire respirable en medio del limo del pantano, pues (Hidrófilo desapareció bajo el agua, hacia el país de los vivos, amasado por sus patas) no veo elevarse hacia la superficie del agua la burbuja que estalla en humo y prueba que el cuerpo sabe expirar un alma.
Cuando lo hubo dicho, sobre nuestra huida glauca planeó el vuelo quebrado del reflejo de sus remos.

IV
Relato de Salomón
Es en vano que tenga un anillo formado por cuatro piedras que me da total autoridad sobre el mundo de los espíritus, de los animales, de la tierra y de los vientos. Ya no recuerdo las divisas escritas en las cuatro piedras, pero sí la máxima del águila de que, por larga que sea la vida, es sólo una larga tardanza de la muerte... Y recuerdo también la sentencia del gallo: Pensad en Dios, oh hombres livianos. Pero la máxima más hermosa de todas es la del halcón, de que hay que tener piedad de los otros hombres. Para obedecer las dos máximas del halcón y del gallo quisiera haber terminado mi templo, para que Dios sea dignamente glorificado después de mí entre los hombres. Después de mi muerte ningún hombre podrá manejar mi anillo sin ser reducido a cenizas. Y los espíritus que a mi orden edifican el templo se dispersarán en un torbellino.

No sería injusto, como me lo aconsejó mi vissir Assaf, que alguien tomara mi lugar ante el enviado del ángel de la muerte. ¡Oh si yo hubiera imitado a ese hombrecillo, que murió en mi presencia después de haber hecho voto de vida, a la vista de una estrella errante, hasta encontrar al más grande profeta! Mi padre David está muerto; y he pedido a Dios que fuera posible deshacer el piadoso subterfugio de mi mujer Balkis: porque no se debe dar un alma de mujer a cambio del alma de un profeta; y recuerdo que antes de desposarla la hice entrar en una sala pavimentada de espejos, para ver si no tenía pies de asno.
Roboam, mi hijo, está en la plenitud del cuerpo y del espíritu; y tengo hacia él un amor que sería sacrílego prostituir en una mujer, pues en él vuelvo a mirarme en mi pasado; observo con mi sabiduría centenaria el crecimiento de mi cuerpo y de mi espíritu de veinte años; y tal vez está demasiado penetrado por el reflejo de amor de mi sabiduría para —después de ofrecerse como rescate de la vida terrestre de mi alma— animarse a luchar con el acero contra el enviado del ángel de la muerte, y tomar de nuevo, debajo de la mía, su hoja vital en la rama de Sidrat-Almuntaha.

V
Relato de Roboam
Doblemano vendrá con tijeras de barbero o la arista cortante de sus antebrazos, y separará un bucle de mi cabellera para consagrarlo al ángel de la muerte, y así no tocará un pelo de la barba de Salomón, mi padre, y el ángel que vela con los ojos fijos en el árbol Sidrat-Almuntaha no verá amarillear y enroscarse la hoja que germinó cuando se animó la simiente de David.
Imbuido de esos pensamientos vine hacia el pantano y, como en los sueños de verano, corremos, en un espasmo doloroso o enamorado, sobre la arena seca, hacia el reflujo al que el flujo no hace ya equilibrio del mar, y uno aparta delante de sí la desbandada de las pequeñas olas blancas que murmuran sálvese quien pueda, no he visto el pantano sino un poco de agua, en una pradera, cerca de una pequeña roca entre las hierbas desecadas y la lubricidad en el fondo de esta agua del volumen cilíndrico de los libros de mi padre y de mi abuelo, desquiciados en el lugar por los animales brillantes de los charcos, que lo levantaban por momentos, llevados hacia la superficie por la burbuja que respiran, y la abandonaban por un poco de aire vital. He querido tomar el libro, entonces el charco se secó, el espejo palmó los intervalos hendidos de los gladiolos, los animales del agua cavaron la tierra. Y Doblemano vino sin caminar, con los pies unidos formando la figura de las dos aletas caudales de un pez erguido deslizándose muy derecho con el susurro de los cristales de la escarcha aplastada. Y al igual que la mujer de mi padre, Balkis, no vi su rostro. Dicen que no se ve su rostro con los ojos del cuerpo. Tenía una cara aparente de terciopelo verde, y yo sentí como una telaraña, una máscara de terciopelo blanco que se tejía hasta mis sienes, con un prurito delicioso, según una línea que partía de lo alto y del medio de la frente, y por la sien derecha rascaba el ala de la nariz derecha. Fue tan voluptuoso, descendiendo al contacto horizontal de mis labios donde la piel roja es más delgada, que yo apreté los dientes y vi que nuestras dos máscaras eran dos máscaras de esgrima, la mía tejida con los pelos engatusadores de los gatos, con plumas circunmorbitarias de los pájaros nocturnos, o más exactamente con pelos semejantes a plumas del pecho de los perros del país de Sin, que son comestibles. Doblemano tenía un techo sobre el rostro y por esto lo reconocí plenamente, escamas de bronce parecidas a hojas de mirto. Y cruzamos nuestras espadas de tan cerca que no pudimos parar en las hojas sino en nuestros antebrazos. Vi también que Doblemano tenía los brazos con dos codos, un segundo brazo nacía de los huesos de su muñeca, y según levantaba o bajaba los codos, de cada uno de sus hombros nacía una M o una W. Contraatacaba extendiendo la extremidad de su brazo que ya era todo un brazo; y cuando me sentía retroceder, sin separar sus piernas soldadas desarrollaba los cuatro huesos de su brazo doble en la horizontalidad sinuosa de un rayo verde triplemente quebrado.
Y paré el primer golpe segando con un corte de hacha, cerca del codo, la mano que sostenía la espada; y me pareció ver todo turbio como si una segunda telaraña se extendiera en la visera de mi máscara; y Doblemano intentaba parar con los tres huesos de su muñón; y con un segundo golpe del filo de mi hoja le golpeé el brazo en su segundo húmero, y creí tener la satisfacción de ver reducidos a lo normal sus miembros extraordinarios.
Pero mi máscara se hizo más oscura y vi la noche poblada de hombres rojos, y tendiendo mi estoque hacia el adversario con la mano derecha, quité mi falso rostro con la izquierda, mirando la visera que como los ojos de mi cara, se cerraban y pegaban y soldaban sus cejas; y golpeé por tercera vez gimiendo y temblando con todo mi cuerpo. Y sobre la silueta verdosa del recuerdo del muñón de un solo hueso rojo, el velo orbicular se cerraba muy lento, uniendo en una espesa membrana los pelos de las cejas blancas. Y yo vago ciego en la barca del remero manco, y cuyo brazo derecho sangra a mi izquierda para alimentar los animales metálicos del pantano muerto, y Doblemano rema poderosamente con su mano siniestra y mientras Salomón, mi padre, vigila a los djins que terminarán el templo, la barca gira dextrorsum, como un gerino gigantesco al que le hubieran quitado la mitad izquierda del cerebro.

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