domingo, 13 de julio de 2014

La melancolía



Por Emil Cioran



Todo estado de ánimo tiende a adaptarse a un ámbito que corresponda a su condición, o, si no, a transformarlo en visión adaptada a su propia naturaleza. Porque en todos los estados profundos existe una correspondencia íntima entre los niveles subjetivo y objetivo. Sería absurdo concebir un entusiasmo desenfrenado en un ambiente anodino y obtuso; en el caso de que, a pesar de todo, se produjera, sería a causa de una plenitud excesiva capaz de subjetivar el ámbito entero. Los ojos del ser humano ven en el exterior lo que, en realidad, es una tortura interior. Y ello a causa de una proyección subjetiva, sin la cual los estados de ánimo y las experiencias intensas no pueden realizarse plenamente —el éxtasis no es nunca un fenómeno meramente interno. El éxtasis transfiere al exterior la ebriedad luminosa del interior. Basta mirar el rostro de un místico para comprender enteramente su tensión espiritual.
¿Por qué la melancolía exige una infinitud exterior? Porque su estructura implica una dilatación, un vacío, cuyas fronteras no es posible establecer. La superación de los límites puede realizarse de manera positiva o negativa. El entusiasmo, la exuberancia, la ira, etc., son estados de desahogo cuya intensidad destruye toda barrera y rompe el equilibrio habitual —impulso positivo de la vida que es el resultado de un suplemento de vitalidad y de una expansión orgánica. Cuando la vida sobrepasa sus condiciones normales, no lo hace para negarse a sí misma, sino para liberar energías latentes, que correrían el peligro de explotar. Todo estado extremo es una emanación de la vida a través de la cual ésta se defiende contra sí misma. El desbordamiento de los límites producido por estados negativos, por su parte, tiene otro sentido totalmente diferente: no procede de la plenitud, sino, por el contrario, de un vacío cuyos límites resultan indefinibles, y ello tanto más cuanto que el vacío parece surgir de las profundidades del ser para extenderse progresivamente como una gangrena. Proceso de disminución más que de crecimiento; siendo lo contrario de la expansión en la existencia, constituye un retorno hacia la vacuidad.
La sensación de vacío y de proximidad de la Nada —sensación presente en la melancolía— posee un origen más profundo aún: una fatiga característica de los estados negativos.
La fatiga separa al ser humano del mundo y de todas las cosas. El ritmo intenso de la vida se reduce, las pulsaciones viscerales y la actividad interior pierden parte de esa tensión que singulariza a la vida en el mundo y que hace de ella un momento inmanente de la existencia. La fatiga representa la primera causa orgánica del saber, pues ella produce las condiciones indispensables para una diferenciación del ser humano en el mundo: a través de ella se alcanza esa perspectiva singular que sitúa el mundo ante el hombre. La fatiga nos hace vivir por debajo del nivel normal de la vida y no nos concede más que un presentimiento de las tensiones vitales. Los orígenes de la melancolía se encuentran, por consiguiente, en una región en la que la vida es vacilante y problemática. Así se explican la fertilidad de la melancolía para el saber y su esterilidad para la vida.
Si en las experiencias corrientes domina la intimidad ingenua con los aspectos individuales de la existencia, la separación respecto a ellos engendra, en la melancolía, un sentimiento vago del mundo. Una experiencia secreta, una extraña visión anulan las formas consistentes y los yugos individuales y diferenciados, para sustituirlos por un hábito de una transparencia inmaterial y universal. El desapego progresivo de todo lo que es concreto e individualizado nos eleva a una visión total, que gana en extensión lo que pierde en precisión. No existe estado melancólico sin esta ascensión, sin una expansión hacia las cimas, sin una elevación por encima del mundo. Lejos de la producida por el orgullo o el desprecio, por la desesperación o la inclinación desenfrenada hacia la negatividad, la engendrada por la melancolía es el resultado de una larga reflexión y de un ensueño vaporoso nacidos de la fatiga. Si el hombre en estado de melancolía se halla inspirado, no es para gozar del mundo, sino para estar solo. ¿Qué sentido adquiere la soledad en la melancolía? ¿No está acaso vinculada al sentimiento de lo infinito, tanto interior como exterior? La mirada melancólica permanece inexpresiva mientras sea concebida sin la perspectiva de lo ilimitado. Lo ilimitado y la vaguedad interiores, que no deben confundirse con la infinitud fecunda del amor, exigen imperiosamente una extensión cuyos límites sean inaccesibles. La melancolía implica un estado vago, sin ninguna intención determinada. Las experiencias corrientes necesitan objetos palpables y formas cristalizadas. El contacto con la vida se realiza, en ese caso, a través de lo individual, contacto íntimo y seguro.
El desapego hacia la existencia y el abandono de sí mismo a lo ilimitado elevan al ser humano para arrancarlo de su ambiente natural. La perspectiva de lo infinito le deja solo en el mundo. Cuanto más aguda es la conciencia que tiene de la infinitud del mundo, más se intensifica el sentimiento de su propia finitud. Si en ciertos estados esa conciencia deprime y tortura, en la melancolía se vuelve mucho menos dolorosa gracias a una sublimación que hace de la soledad y el abandono, estados menos penosos, y a veces, incluso, les confiere un carácter voluptuoso.
La desproporción entre la infinitud del mundo y la finitud del ser humano es un motivo grave de desesperación; sin embargo, cuando se la considera con una perspectiva onírica —como en los estados melancólicos— deja de ser torturadora, pues el mundo adquiere una belleza extraña y enfermiza. El sentido profundo de la soledad implica una suspensión del hombre en la vida —un hombre atormentado, en su aislamiento, por el pensamiento de la muerte. Vivir solo significa no pedirle ya nada a la vida, no esperar ya nada de ella. La muerte es la única sorpresa de la soledad. Los grandes solitarios no se aislaron nunca con el fin de prepararse para la vida, sino, por el contrario, para esperar, resignados, su desenlace. Imposible traer de los desiertos y de las grutas un mensaje para la vida. ¿Acaso no condena ésta, en efecto, a todas las religiones cuyos orígenes se sitúan en ellos? ¿No hay acaso en las iluminaciones y las transfiguraciones de los grandes solitarios una visión del final y del hundimiento, opuesta a toda idea de aureola y de resplandor?
El significado de la soledad de los melancólicos, mucho menos profunda, llega a adoptar, en ciertos casos, un carácter estético. ¿No se habla de melancolía dulce y voluptuosa? La propia actitud melancólica, por su pasividad y su desapego, ¿no está teñida de esteticismo?
La actitud del esteta frente a la vida se caracteriza por una pasividad contemplativa que goza de lo real según las exigencias de la subjetividad, sin normas ni criterios, y que convierte al mundo en un espectáculo al que el ser humano asiste pasivamente. La concepción “espectacular” de la vida elimina lo trágico y las antinomias inmanentes a la existencia, las cuales, una vez reconocidas y experimentadas, nos hacen aprehender, en un doloroso vértigo, el drama del mundo. La experiencia de lo trágico supone una tensión inconcebible para un diletante, pues nuestro ser se implica en ella total y decisivamente, hasta el punto de que cada instante deja de ser una impresión para convertirse en un destino. Presente en todo estado estético, el ensueño no constituye el elemento central de lo trágico. Ahora bien, lo que de estético hay en la melancolía se manifiesta precisamente en la tendencia al ensueño, a la pasividad y al encanto voluptuoso. Sus aspectos multiformes nos impiden, sin embargo, considerar íntegramente la melancolía como un estado estético. ¿Acaso no es muy frecuente en su forma sombría?
Pero, ¿qué es, en primer lugar, la melancolía suave? ¿Quién no conoce la extraña sensación de placer que se experimenta en las tardes de verano, cuando nos abandonamos a nuestros sentidos olvidando toda problemática definida y el sentimiento de una eternidad serena procura al alma un sosiego extraordinario? Parece entonces que todas las preocupaciones de este mundo y las incertidumbres espirituales son reducidas al silencio, como ante un espectáculo de una belleza excepcional, cuyos encantos volverían todo problema inútil. Más allá de la agitación, de la confusión y de la efervescencia, un ánimo tranquilo saborea, con una voluptuosidad reservada, todo el esplendor del ambiente. Entre los elementos esenciales de los estados melancólicos figuran la tranquilidad, la ausencia de una intensidad particular, la nostalgia, parte integrante de la melancolía, explica también esa ausencia de intensidad específica. Si a veces la nostalgia persiste, nunca tiene, sin embargo, suficiente intensidad para provocar un sufrimiento profundo. La actualización de algunos acontecimientos o inclinaciones pasadas, la adición a nuestra afectividad presente de elementos ya inactivos, la relación existente entre la tonalidad afectiva de las sensaciones y el ámbito en el que se produjeron y que abandonaron luego —todo ello es esencialmente determinado por la melancolía. La nostalgia expresa en un nivel afectivo un fenómeno profundo: el progreso hacia la muerte mediante el hecho de vivir. Siento nostalgia de lo que ha muerto en mí, de la parte muerta de mí mismo. No actualizo más que el espectro de realidades y de experiencias pasadas, pero ello basta para mostrar la importancia de la parte difunta. La nostalgia revela el significado demoníaco del tiempo, el cual, a través de las transformaciones que realiza en nosotros, provoca implícitamente nuestra aniquilación.
La nostalgia vuelve al ser humano melancólico sin paralizarlo, sin hacer fracasar sus aspiraciones, pues la conciencia de lo irreparable que supone no se aplica más que al pasado, y el porvenir permanece, en cierta manera, abierto. La melancolía no es un estado de gravedad rigurosa, provocada por una afección orgánica, pues en ella no se experimenta esa terrible sensación de irreparabilidad que domina la existencia entera y que se encuentra en algunos casos de tristeza profunda. La melancolía, incluso la más sombría, es más un estado de ánimo transitorio que una disposición constitutiva, estado de ánimo que no excluye nunca totalmente el ensueño y que no permite, pues, considerar la melancolía como una enfermedad. Formalmente, la melancolía suave y voluptuosa y la melancolía sombría presentan aspectos idénticos: vacío interior, sensación de infinitud exterior, vaguedad de las sensaciones, ensueño, sublimación, etc. La diferencia sólo es evidente en lo que a la tonalidad afectiva de la visión respecta. Es posible que la multipolaridad de la melancolía dependa más de la estructura de la subjetividad que de su naturaleza. El estado melancólico adoptaría entonces, dada su vaguedad, formas diversas, según los individuos en los que se produce. Carente de intensidad dramática, es el estado que más varía y oscila. Siendo sus propiedades más poéticas que activas, posee una especie de gracia discreta (razón por la cual es más frecuente en las mujeres) que resulta imposible encontrar en la tristeza profunda.
Esa gracia aparece asimismo en los paisajes que poseen un aspecto melancólico. La amplia perspectiva del paisaje holandés o del paisaje renacentista, con sus eternidades de sombra y de luz, con sus valles cuyas ondulaciones simbolizan lo infinito y sus rayos de sol que dan al mundo un carácter de inmaterialidad, las aspiraciones y las nostalgias de los personajes que esbozan en ellos una sonrisa de comprensión y de benevolencia —todo ello refleja una gracia ligera y melancólica. En semejante ámbito el ser humano parece decir, resignado y lleno de nostalgia: “¡Qué queréis! Esto es todo lo que poseemos”. Al final de toda melancolía existe la posibilidad de un consuelo o de una resignación.

Los elementos estéticos de la melancolía contienen las virtualidades de una armonía futura que la tristeza orgánica no depara. Esta conduce irremediablemente a lo irreparable, mientras que la melancolía se abre al sueño y a la gracia.

jueves, 19 de junio de 2014

Sus historias naturales



Por Julio Cortázar




LEÓN Y CRONOPIO

Un cronopio que anda por el desierto se encuentra con un león, y tiene lugar el diálogo siguiente:
León.-Te como.
Cronopio (afligidísimo pero con dignidad).-Y bueno.
León.-Ah, eso no. Nada de mártires conmigo. Échate a llorar, o lucha, una de dos. Así no te puedo comer. Vamos, estoy esperando. ¿No dices nada?
El cronopio no dice nada, y el león está perplejo, hasta que le viene una idea.
León.-Menos mal que tengo una espina en la mano izquierda que me fastidia mucho. Sácamela y te perdonaré.
El cronopio le saca la espina y el león se va, gruñendo de mala gana:
-Gracias, Androcles.


CÓNDOR Y CRONOPIO

Un cóndor cae como un rayo sobre un cronopio que pasa por Tinogasta, lo acorrala contra una pared de granito, y dice con gran petulancia, a saber:
Cóndor.-Atrévete a afirmar que no soy hermoso.
Cronopio.-Usted es el pájaro más hermoso que he visto nunca.
Cóndor.-Más todavía.
Cronopio.-Usted es más hermoso que el ave del paraíso.
Cóndor.-Atrévete a decir que no vuelo alto.
Cronopio.-Usted vuela a alturas vertiginosas, y es por completo supersónico y estratosférico.
Cóndor.-Atrévete a decir que huelo mal.
Cronopio.-Usted huele mejor que un litro entero de colonia jean-Marie Farina.
Cóndor.-Mierda de tipo. No deja ni un claro donde sacudirle un picotazo.


FLOR Y CRONOPIO

Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inútil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile, zumba como una abeja, huele su perfume, y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz.
La flor piensa: «Es como una flor».


FAMA Y EUCALIPTO

Un fama anda por el bosque y aunque no necesita leña mira codiciosamente los árboles. Los árboles tienen un miedo terrible porque conocen las costumbres de los famas y temen lo peor. En medio de todos está un eucalipto hermoso, y el fama al verlo da un grito de alegría y baila tregua y baila catala en torno del perturbado eucalipto, diciendo así:
-Hojas antisépticas, invierno con salud, gran higiene.
Saca un hacha y golpea al eucalipto en el estómago, sin importársele nada. El eucalipto gime, herido de muerte, y los otros árboles oyen que dice entre suspiros:
-Pensar que este imbécil no tenía más que comprarse unas pastillas Valda.


TORTUGAS Y CRONOPIOS

Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural.
Las esperanzas lo saben, y no se preocupan.
Los famas lo saben, y se burlan.
Los cronopios lo saben, y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga dibujan una golondrina.





miércoles, 4 de junio de 2014

Visita a Freud



Por  Giovanni Papini



Viena, 8 mayo



Había comprado en Londres, hacía dos meses, un hermoso mármol griego de la época helenista, que representa, según los arqueólogos, a Narciso. Sabiendo que Freud cumplía anteayer sus setenta años —nació el 6 de mayo de 1856— le envié como regalo la estatua, con una carta de homenaje al «descubridor del Narcisismo».
Este regalo bien elegido me ha valido una invitación del patriarca del Psicoanálisis. Ahora vuelvo de su casa y quiero, inmediatamente, apuntar lo esencial de la conversación.
Me ha parecido un poco abatido y melancólico.
—Las fiestas de los aniversarios —me ha dicho— se parecen demasiado a las conmemoraciones y recuerdan demasiado a la muerte.
Me ha impresionado el corte de su boca: una boca carnosa y sensual, un poco de sátiro, que explica visiblemente la teoría de la «libido». Se ha mostrado contento, sin embargo, al verme y me ha dado las gracias, con calor, por el Narciso.
—Su visita constituye para mí un gran consuelo. Usted no es ni un enfermo, ni un colega, ni un discípulo, ni un pariente. Yo vivo todo el año entre histéricos y obsesos que me cuentan sus liviandades —casi siempre las mismas—; entre médicos que me envidian cuando no me desprecian, y con discípulos que se dividen en papagayos crónicos y en ambiciosos cismáticos. Con usted puedo, al fin, hablar libremente. He enseñado a los demás la virtud de la confesión y no he podido nunca abrir enteramente mi alma. He escrito una pequeña autobiografía, pero más que nada para fines de propaganda, y si alguna vez he confesado, ha sido, por fragmentos, en la Traumdeutung. Nadie conoce o ha adivinado el verdadero secreto de mi obra. ¿Tiene una idea del Psicoanálisis?
Contesté que había leído algunas traducciones inglesas de sus obras y que únicamente para verle había venido a Viena.
—Todos creen —añadió— que yo me atengo al carácter científico de mi obra y que mi objetivo principal es la curación de las enfermedades mentales. Es una enorme equivocación que dura desde hace demasiados años y que no he conseguido disipar. Yo soy un hombre de ciencia por necesidad, no por vocación. Mi verdadera naturaleza es de artista. Mi héroe secreto ha sido siempre, desde la niñez, Goethe. Hubiera querido entonces llegar a ser un poeta y durante toda la vida he deseado escribir novelas. Todas mis aptitudes, reconocidas incluso por los profesores del Instituto, me llevaban a la literatura. Pero si usted tiene en cuenta las condiciones en que se hallaba la literatura en Austria en el último cuarto del siglo pasado, comprenderá mi perplejidad. Mi familia era pobre, y la poesía, según testimoniaban los más célebres contemporáneos, rendía poco o demasiado tarde. Además era hebreo, lo que me ponía en condiciones de manifiesta inferioridad en una monarquía antisemita. El destierro y el mísero fin de Heine me desalentaban. Elegí, siempre bajo la influencia de Goethe, las ciencias de la Naturaleza. Pero mi temperamento continuaba siendo romántico: en 1884, para poder ver algunos días antes a mi novia, alejada de Viena, emborroné un trabajo sobre la coca y me dejé arrebatar por otros la gloria y las ganancias del descubrimiento de la cocaína como anestésico.
»En 1885 y 1886 viví en París; en 1889 permanecí algún tiempo en Nancy. Estas permanencias en Francia ejercieron una decisiva influencia sobre mi espíritu. No sólo por lo que aprendí de Charcot y de Bernheim, sino también porque la vida literaria francesa era, en aquellos años, riquísima y ardiente. En París, como buen romántico, pasaba horas enteras en las torres de Notre Dame, pero por las noches frecuentaba los cafés del barrio latino y leía los libros más en boga en aquellos años. La batalla literaria se hallaba en pleno desarrollo. El Simbolismo levantaba su bandera contra el Naturalismo. El predominio de Flaubert y de Zola se iba sustituyendo, entre los jóvenes, por el de Mallarmé y de Verlaine. Al poco de haber llegado yo a París apareció A rebours, de Huysmans, discípulo de Zola, que se pasaba al decadentismo. Y me hallaba en Francia cuando se publicó Jadis et naguére, de Verlaine, y fueron recogidas las poesías de Mallarmé y las Illuminations, de Rimbaud. No le doy estas noticias para alardear de mi cultura, sino porque estas tres escuelas literarias —el Romanticismo, hacía poco tiempo muerto, el Naturalismo, amenazado, y el Simbolismo naciente— fueron las inspiraciones de mi trabajo ulterior.
Freud, por Juan Osborne.
»Literato por instinto y médico a la fuerza, concebí la idea de transformar una rama de la medicina —la psiquiatría— en literatura. Fui y soy poeta y novelista bajo la figura de hombre de ciencia. El Psicoanálisis no es otra cosa que la transformación de una vocación literaria en términos de psicología y de patología.
»El primer impulso para el descubrimiento de mi método nace, como era natural, de mi amado Goethe. Usted sabe que escribió Werther para librarse del íncubo morboso de un dolor: la literatura era, para él, «catarsis». ¿Y en qué consiste mi método para la curación del histerismo sino en hacérselo contar «todo» al paciente para librarle de la obsesión? No hice nada más que obligar a mis enfermos a proceder como Goethe. La confesión es liberación, esto es, curación. Lo sabían desde hace siglos los católicos, pero Víctor Hugo me había enseñado que el poeta es también sacerdote, y así sustituí osadamente al confesor. El primer paso estaba dado.
»Me di cuenta bien pronto de que las confesiones de mis enfermos constituían un precioso repertorio de «documentos humanos». Yo hacía, por tanto, un trabajo idéntico al de Zola. Él sacaba, de aquellos documentos, novelas; yo me veía obligado a guardarlos para mí. La poesía decadente llamó entonces mi atención sobre la semejanza entre el sueño y la obra de arte y sobre la importancia del lenguaje simbólico. El Psicoanálisis había nacido, no, como dicen, de las sugestiones de Breuer o de los atisbos de Schopenhauer y de Nietzsche, sino de la transposición científica de las Escuelas literarias amadas por mí.
»Me explicaré más claramente. El Romanticismo, que, recogiendo las tradiciones de la poesía medieval, había proclamado la primacía de la pasión y reducido toda pasión al amor, me sugirió el concepto del sensualismo como centro de la vida humana. Bajo la influencia de los novelistas naturalistas, yo di del amor una interpretación menos sentimental y mística, pero el principio era aquél.
»El Naturalismo, y sobre todo Zola, me acostumbró a ver los lados más repugnantes, pero más comunes y generales, de la vida humana; la sensualidad y la avidez bajo la hipocresía de las bellas maneras: en suma, la bestia en el hombre. Y mis descubrimientos de los vergonzosos secretos que oculta el subconsciente no son más que una nueva prueba del despreocupado acto de acusación de Zola.
»El Simbolismo, finalmente, me enseñó dos cosas: el valor de los sueños, asimilados a la obra poética, y el lugar que ocupan el símbolo y la alusión en el arte, esto es, en el sueño manifestado. Entonces fue cuando emprendí mi gran libro sobre la interpretación de los sueños como reveladores del subconsciente, de ese mismo subconsciente que es la fuente de la inspiración. Aprendí de los simbolistas, que todo poeta debe crear su lenguaje, y yo he creado, de hecho, el vocabulario de los sueños, el idioma onírico.
»Para completar el cuadro de mis fuentes literarias, añadiré que los estudios clásicos —realizados por mí como el primero de la clase—, me sugirieron los mitos de Edipo y de Narciso; me enseñaron, con Platón, que el estro, es decir, el surgir del inconsciente, es el fundamento de la vida espiritual, y finalmente, con Artemidoro, que toda fantasía nocturna tiene su recóndito significado.
»Que mi cultura es esencialmente literaria lo demuestran abundantemente mis continuas citas de Goethe, de Grillparzer, de Heine, y de otros poetas: la forma de mi espíritu se halla inclinada al ensayo, a la paradoja, al dramatismo, y no tiene nada de la rigidez pedante y técnica del verdadero hombre de ciencia. Hay una prueba irrefutable: en todos los países en donde ha penetrado el Psicoanálisis ha sido mejor entendido y aplicado por los escritores y por los artistas que por los médicos.
Mis libros, por otra parte, se semejan mucho más a las obras de imaginación que a los tratados de patología. Mis estudios sobre la vida cotidiana y sobre los movimientos del espíritu son verdadera y genuina literatura, y en Tolera y Tabú me he ejercitado incluso en la novela histórica. Mi más antiguo y tenaz deseo sería escribir verdaderas novelas; poseo un tesoro de materiales de primera mano que harían la fortuna de cien novelistas. Pero temo que ahora sea demasiado tarde.
»De todos modos he sabido vencer, soslayadamente, mi destino, y he logrado mi sueño: continuar siendo un literato aun haciendo, en apariencia, de médico. En todos los grandes hombres de ciencia existe el soplo de la fantasía, madre de las intuiciones geniales, pero ninguno se ha propuesto, como yo, traducir en teorías científicas las inspiraciones ofrecidas por las corrientes de la literatura moderna. En el Psicoanálisis se encuentran y se compendian, expresadas en la jerga científica, las tres mayores Escuelas literarias del siglo XIX: Reine, Zola y Mallarmé se unen en mí, bajo el patronato de mi viejo Goethe. Nadie se ha dado cuenta de este misterio que está a la vista y no lo hubiera revelado a nadie si usted no hubiese tenido la óptima idea de regalarme una estatua de Narciso.
Al llegar a este punto, la conversación se desvió; hablamos de América, de Keyserling y finalmente, de los vestidos de las vienesas. Pero lo único que vale la pena de ser consignado en el papel es lo que ya he escrito. En el momento de despedirme de Freud, éste me recomendó el silencio acerca de su confesión:
—Usted no es escritor ni periodista por fortuna. y estoy seguro de que no difundirá mi secreto.
Le tranquilicé, y con sinceridad: estos apuntes no están destinados a ser impresos.




lunes, 2 de junio de 2014

Lucas, sus discusiones partidarias



Por Julio Cortázar


Casi siempre empieza igual, notable acuerdo político en montones de cosas y gran confianza recíproca, pero en algún momento los militantes no literarios se dirigirán amablemente a los militantes literarios y les plantearán por archienésima vez la cuestión del mensaje, del contenido inteligible para el mayor número de lectores (o auditores o espectadores, pero sobre todo de lectores, oh sí).
En esos casos Lucas tiende a callarse, puesto que sus libritos hablan vistosamente por él, pero como a veces lo agreden más o menos fraternalmente, y ya se sabe que no hay peor trompada que la de tu hermano, Lucas pone cara de purgante y se esfuerza por decir cosas como las que siguen, a saber:

—Compañeros, la cuestión jamás será planteada
por escritores que entiendan y vivan su tarea como las máscaras de proa,
adelantadas en la carrera de la nave, recibiendo todo el viento y la sal de las espumas. Punto.
Y no será planteada porque ser escritor poeta
   novelista
   narrador
es decir ficcionante, imaginante, delirante,
mitopoyético, oráculo o llámale equis,
quiere decir en primerísimo lugar
que el lenguaje es un medio, como siempre,
pero este medio es más que medio,
es como mínimo tres cuartos.
Abreviando dos tomos y un apéndice,
lo que ustedes le piden
al escritor poeta
  narrador
  novelista
es que renuncie a adelantarse
y se instale hic et nunc (¡traduzca, López!)
para que su mensaje no rebase
las esferas semánticas, sintácticas,
cognoscitivas, paramétricas
del hombre circundante. Ejem.
Dicho en otras palabras, que se abstenga
de explorar más allá de lo explorado,
o que explore explicando lo explorado
para que toda exploración se integre
a las exploraciones terminadas.
Diréles en confianza
que ojalá se pudiera
frenarse en la carrera
a la vez que se avanza. (Esto me salió flor.)
Pero hay leyes científicas que niegan
la posibilidad de tan contradictorio esfuerzo,
y hay otra cosa, simple y grave:
no se conocen límites a la imaginación
como no sean los del verbo,
lenguaje e invención son enemigos fraternales
y de esa lucha nace la literatura,
el dialéctico encuentro de musa con escriba,
lo indecible buscando su palabra,
la palabra negándose a decirlo
hasta que le torcemos el pescuezo
y el escriba y la musa se concilian
en ese raro instante que más tarde
llamaremos Vallejo o Maiakovski.
Sigue un silencio más bien cavernoso.




—Ponele —dice alguien—, pero frente a la coyuntura histórica el escritor y el artista que no sean pura Torredemarfil tienen el deber, oíme bien, el deber de proyectar su mensaje en un nivel de máxima recepción. -Aplausos.

—Siempre he pensado —observa modestamente Lucas— que los escritores a que aludía son gran mayoría, razón por la cual me sorprende esa obstinación en transformar una gran mayoría en unanimidad. Carajo, ¿a qué le tienen tanto miedo ustedes? ¿Y a quién si no a los resentidos y a los desconfiados les pueden molestar las experiencias digamos extremas y por lo tanto difíciles (difíciles en primer término para el escritor, y sólo después para el público, conviene subrayarlo) cuando es obvio que sólo unos pocos las llevan adelante? ¿No será, che, que para ciertos niveles todo lo que no es inmediatamente claro es culpablemente oscuro? ¿No habrá una secreta y a veces siniestra necesidad de uniformar la escala de valores para poder sacar la cabeza por encima de la ola? Dios querido, cuánta pregunta.

—Hay una sola respuesta —dice un contertulio— y es ésta: Lo claro suele ser difícil de lograr, por lo cual lo difícil tiende a ser una estratagema para disimular lo difícil que es ser fácil. (Ovación retardada.)

—Y seguiremos años y más años —gime Lucas— y volveremos siempre al mismo punto, ya que éste es un asunto lleno de desengaños. (Débil aprobación.) Porque nadie podrá, salvo el poeta y a veces, entrar en la palestra de la página en blanco donde todo se juega en el misterio de leyes ignoradas, si son leyes, de cópulas extrañas entre ritmo y sentido, de últimas Thules en mitad de la estrofa o del relato. Nunca podremos defendernos porque nada sabemos de este vago saber,
de esta fatalidad que nos conduce
a nadar por debajo de las cosas, a trepar a un adverbio
que nos abre un compás, cien nuevas islas,
bucaneros de Remington o pluma
al asalto de verbos o de oraciones simples
o recibiendo en plena cara el viento de un sustantivo
que contiene un águila.

—O sea que, para simplificar ––concluye Lucas tan harto como sus compañeros— yo propongo digamos un pacto.
—Nada de transacciones —brama el de siempre en estos casos.

—Un pacto, simplemente. Para ustedes, el primum vivere, deinde filosofare se vuelca a fondo en el vivere histórico, lo cual está muy bien y a lo mejor es la única manera de preparar el terreno para el filosofar y el ficcionar y el poetizar del futuro. Pero yo aspiro a suprimir la divergencia que nos aflige, y por eso el pacto consiste en que ustedes y nosotros abandonemos al mismo tiempo nuestras más extremadas conquistas a fin de que el contacto con el prójimo alcance su radio máximo. Si nosotros renunciamos a la creación verbal en su nivel más vertiginoso y rarefacto, ustedes renuncian a la ciencia y a la tecnología en sus formas igualmente vertiginosas y rarefactas, por ejemplo, las computadoras y los aviones a reacción. Si nos vedan el avance poético, ¿por qué van a usufructuar tan panchos el avance científico?

—Está completamente piantado —dice uno con anteojos.

—Por supuesto —concede Lucas—, pero hay que ver lo que me divierto. Vamos, acepten. Nosotros escribimos más sencillo (es un decir, porque en realidad no podremos), y ustedes suprimen la televisión (cosa que tampoco van a poder). Nosotros vamos a lo directamente comunicable, y ustedes se dejan de autos y de tractores y agarran la pala para sembrar papas. ¿Se dan cuenta de lo que sería esa doble vuelta a lo simple, a lo que todo el mundo entiende, a la comunión sin intermediarios con la naturaleza?

—Propongo defenestración inmediata previa unanimidad —dice un compañero que ha optado por retorcerse de risa.

—Voto en contra —dice Lucas, que ya está manoteando la cerveza que siempre llega a tiempo en esos casos.




sábado, 17 de mayo de 2014

Entrevista a No Escritores


Los No Escritores se definen a sí mismos desde la negación. En una época “afirmativa”, en la que la diferencia se señala abruptamente aquí y allá (marcando más abiertamente la desigualdad que la tolerancia), negarse es quizá la única forma de liberarse de la fuerza intrínseca de las etiquetas y los nombres.
Desde el año pasado han tenido la oportunidad de participar de la Red de Talleres Locales de Escritura, bajo la dirección del IDARTES, y este año podremos encontrarlos nuevamente en los talleres correspondientes a las localidades de San Cristóbal y Antonio Nariño.

A continuación la entrevista que amablemente concedieron a Revista Esperpento.




REVISTA ESPERPENTO: ¿Quién (o qué) es un No Escritor? ¿Qué puede caracterizarlo y diferenciarlo?

NO ESCRITORES: La categoría puede ser un poco engañosa en principio y hacer creer que estamos negando algo. Simplemente consideramos que eso que queríamos expresar se sintetizaba en la idea de “no somos escritores; escribimos”. Con ese principio pudimos extender la línea de la escritura a esas personas que no se consideran escritores pero que en su intimidad ejercen el silencioso ejercicio de decirse cosas mientras escriben.
No nos desvela ser diferencia de nada ni de nadie, eso se lo dejamos a los que se acerquen (seguidores o detractores), pero sí queremos hacer énfasis en la escritura como honestidad.
No es una idea nueva ni original. De hecho anoche la encontré en palabras de Raymond Carver, pero eso tampoco es lo importante.
Consideramos que es el principio esencial que sostiene a los No Escritores: hacer de la escritura un ejercicio de sinceridad.

Sí, comprendo. De hecho, en gran medida comparto ese cierto malestar que produce la etiqueta “escritor”, porque de alguna manera es una palabra que pierde filo cada vez que se usa. A ese respecto, entiendo la frase “no somos escritores; escribimos” como una forma de desetiquetarse, y, en ese sentido, desligar es también una forma de afirmar (en este caso, el oficio de escribir). ¿Podría entenderse también este “desligar” como una manera de desenredarse de una cierta formalización y normalización del oficio de escribir?

NE: Cada intento de desetiquetarnos es generar la enorme posibilidad de que otro nos ponga su contramarca y nos despersonalice. Aún así, sí, consideramos que es lo que queremos, quitarnos una marca impuesta y forjar una. El camino es hacer ver a esa persona que escribe y que quiere hacerlo con honestidad e ímpetu que no todo son normas y leyes, que no todo es una técnica (aunque necesaria pero no lo primero a ver); la escritura debe ser, en primera medida, el encuentro de quien escribe con sus palabras y, por ende, con una mirada de sí que, por la experiencia que hemos tenido, casi nunca ven o tienen en cuenta o tal vez ignoren. No le apostamos a los cánones ni a los géneros, eso es secundario. Si surge en la escritura de cada quien, excelente, si no, tampoco nos asustamos. No negamos la formalización de la escritura, pues hay a quienes les resulta la estrategia para sus intereses personales (creemos que toda escritura es eso y nada más), pero a esa persona que dice de sí que apenas comienza el camino, preferimos acompañarla por el sendero del gusto, de la curiosidad, de la sorpresa, del rechazo antes que una cuestión de argumento, trama, nodo, macroestructura, sinécdoque y todo lo demás.

La insistencia en la necesidad de “honestidad” es bastante latente. ¿Cómo podríamos entenderla dentro de la perspectiva de un No Escritor? ¿A qué hace referencia con exactitud?

NE: Esa perspectiva tiene mucho que ver con la manera como se ve la escritura desde los autores que ya tienen cierto reconocimiento o trayecto y que se refleja en los talleres de escritura. Pareciera que el problema fuera de forma nada más. Creemos que la escritura ha perdido su esencia de fondo y ese fondo vendría a sustentarte en una escritura con un vínculo estrecho con quien escribe. Contar, crear por el deseo de comunicar, creemos que es la base de la honestidad. No escribir por sus consecuencias (reconocimiento, premios, publicaciones, etc.). Por eso insistimos tanto en este aspecto y por eso lo hacemos pilar de los No Escritores, que no solo somos quienes creamos la etiqueta, sino todas aquellas personas que se quieran adscribir a este principio.

Esta idea me parece bastante interesante, porque lo que están buscando entonces es que quien se dedica a escribir empiece a tomar conciencia del encuentro entre él y su lenguaje, entre quien escribe y la materia que forma su escritura. Bueno, ya que tocamos el tema de los talleres de escritura, ¿consideran ustedes que juegan un papel importante en la formación del No Escritor? ¿No consideran que tal vez la oferta de talleres de escritura venga creciendo a raíz de un cierto mercado?

NE: Usted no se equivoca. Dentro de las posibilidades de mercado, una que se está explotando es la de los talleres (de lo que sea). Pero minimizando este aspecto, esto también dice que hay un grupo mayor de gente (más que antes) que piden, que buscan estos espacios y que éstos ya no están en manos de unos pocos “avalados”.
Un taller para un No Escritor puede ser, más que el lugar del aprendizaje, el espacio de encuentro con otros iguales que él (o ella). La escritura y su realización es un cúmulo de cosas que se pueden adquirir a través del ejercicio individual, pero los No Escritores no queremos islas en un desierto de palabras, también nos interesa acercarnos y tomarnos algo y charlar sobre las letras y el lenguaje y los gustos y, por qué no, escribir.

Bueno, pero no necesariamente habría que encontrarse en un taller de escritura, formalizado y perfectamente estructurado, que a lo mejor solamente sirva como una especie de mercado de oportunidades. Da la impresión que lo que se busca en última instancia es desplazar el ámbito literario —y mucho más el de la escritura— al puramente académico, como si un escritor se formara plenamente en una universidad o en un cierto taller, o no tuviera lugar de ser fuera de éste. ¿Consideran ustedes que este desplazamiento de ámbitos es visible? ¿Tendría alguna consecuencia tanto para escritores como para lectores?

NE: Soy de los que piensa (y esto va a título personal) que la academia no “hace” escritores. Por más pregrados y maestrías en escrituras creativas y esas cosas, ahí no es donde se forma un escritor, porque creo que un escritor no se forma (académicamente hablando). Un escritor tiene una necesidad, la de expresión y encuentra un camino, la estética literaria, y en la conjunción de la lectura de textos que le impacten y la escritura constante es que considero que va surgiendo, o emergiendo, un escritor. Ahora bien, hay muchos talleres que son la expansión de la academia a los espacios informales y hay quienes disfrutan de esos talleres, tal vez pensando que ser escritor es hallar la fórmula mágica (y cuando hay fórmulas o pociones o lecturas secretas el escritor va a salir a buscar reconocimiento antes que a crear una obra que evidencia una necesidad). Los lectores muchos persiguen lo que les ofrecen y eso va determinado por el mercado en su mayoría. Otros seguirán los pasos de sus profesores, maestros, tutores y los gustos personales de cada quien. Otros se arrojarán a una biblioteca a curiosear y a dejarse arrastrar por la incertidumbre. Ya el escritor debe asumirse de otra manera. Creemos (Los No Escritores) que si escribe es porque hay una fuerza que le impulsa a ello, que debe buscar su origen, su norte, su energía vital; debe leer, porque para escribir hay que leer (y no necesariamente al contrario), hay que buscar “amistades de letras” con quien se pueda charlar sobre lo que se hace y lo que gusta o disgusta. Así es que consideramos que debe ser un taller. No un lugar de síntesis de conocimiento académico y formal sino un espacio en el que confluyen personas, intereses y necesidades.

Por supuesto, estamos de acuerdo en el papel fundamental de la lectura en la “formación” del escritor (en otra ocasión tendríamos que hablar de la otra cara de la moneda No Escritores: No Lectores), y de la necesidad de búsqueda inherente al oficio de escribir. En cierta forma, un taller literario tendría que venir a suplir el papel que desempeñaban los cafés en el siglo pasado, como puntos neurálgicos de la cultura del país, y de la cultura del país con relación a la cultura mundial. A propósito de esto, ¿consideran que la apertura que hay a través de las redes sociales ha facilitado la tertulia literaria o, al contrario, ha propiciado que la cultura escrita se disgregue en islotes severamente aislados? ¿Consideran que hay un círculo cerrado (oficial) dentro de la literatura en Colombia?

NE: Las redes sociales han colaborado en acercar personas con intereses similares, con inquietudes que confluyen, pero creo que las tertulias siguen siendo escasas. Muchas veces las cosas no pasan de compartir unos cuantos enlaces, de postear escritos y estar dispuestos a la alabanza o al escarnio, pero creo que hace falta esa posibilidad de estar frente al otro, de compartir tiempo, bebidas, voces. Ahora, respecto a los círculos cerrados, creo que cada vez que se forma un círculo, por su naturaleza, se cierra. Siempre habrá escritores que están en esas posiciones privilegiadas por posición social o porque son apoyados por editoriales de renombre. Algunos pocos extienden su mano para acariciar algunas cabezas que, parece ser, son las elegidas para continuar llevando el fuego de la sabiduría, pero me parece que esto ya no es la regla. En los últimos años han surgido muchos más círculos no-oficiales que no necesitan de bendiciones de nadie y que existen por el deseo de sus integrantes de acercarse por gustos o intereses comunes, por inquietudes parecidas. Esto lo valoro enormemente porque así debe ser la relación con la literatura hoy en día, de pasiones.


Y de pasiones encontradas, en muchos casos. Hablando a nivel nacional, ¿cuál es la impresión de los No Escritores respecto de la literatura actual? ¿Existen voces pertinentes que la estén llevando por senderos menos desgastados o, por el contrario, se encuentra estancada?

NE: Debemos confesar que no somos lectores de la literatura hecha por acá. No hay alguna razón de peso, solo falta de motivación. Coincidimos en que Evelio Rosero es un tipo que tiene ingenio y gusto por el juego del lenguaje. Los demás parece que se quieren asegurar el cheque de fin de mes sin mayores aspiraciones estéticas.

¿Consideran que en esto influye el hecho que las nuevas voces de la literatura internacional, algunas representantes de una renovación literaria, no lleguen a ser leídas en nuestro país más que años después de hacer eclosión (los casos de los novelistas y poetas norteamericanos de los últimos veinte años, por ejemplo)?  ¿Que ha habido una especie de ensimismamiento y cerradura que ha mantenido a la literatura nacional como alejada de las corrientes más actuales?

NE: No sé si ensimismamiento pero en la actualidad hay tanta literatura publicada (por medios "oficiales" y por medios virtuales) que es difícil acceder a toda ella. Mucho de lo que nos termina llegando a las manos sigue siendo gracias a editoriales (grandes y pequeñas) y a sus procesos de distribución. La otra forma es por medio de esas recomendaciones entre amistades y conocidos. Son movimientos más lentos pero creo que no hay mucho afán para llegar a ellos y ellas. Personalmente soy un tanto escéptico al que se le da mucha resonancia mediática, así que es mejor que se vayan cocinado a fuego lento para ver qué propuesta como obra (y no como libro o publicación) se va dando con cada autor. A nivel general, siempre pienso en el caso de Bolaño. Sobrevalorado y subvalorado por los diversos círculos. Ya a diez años de su muerte todavía sigue siendo un autor poco leído por personas que no hacen parte de academias. Creo que estos procesos no deben preocuparse por los afanes contemporáneos.

Y eso que Bolaño escribe en español. Incluso parece ser mejor conocido en lengua inglesa, pero ya sabemos el tipo de “fiebre” que suelen suscitar algunos autores latinoamericanos en la cultura popular de los Estados Unidos. Pero, parece que tratan de evitar una respuesta explícita respecto de la literatura nacional, por lo que voy a ser bastante sucinto en la siguiente cuestión: ¿Existe una tradición literaria estéticamente comprometida en nuestro país?

NE: La evito por lo que le decía anteriormente, no soy un buen conocedor de la literatura colombiana. Aún así, es claro que acá hay representantes de una literatura comprometida: Vallejo, Mutis, Espinosa, solo por citar unos que distingo. Que a unos gusten y a otros no, eso ya viene en la subjetividad propia de la experiencia lectora. Que los odien o los amen por lo que son, esas cuestiones deben estar al margen de toda discusión. Creo que debería haber más autores con un mayor compromiso estético para la cantidad que vemos en estanterías y en ferias. Pero eso va en las determinaciones de cada que escribe y quiere ver sus libros rodar por otras manos.

Bien. Yendo un poco más lejos, en el tiempo, ¿qué papel pueden jugar las vanguardias literarias, pasado ya prácticamente un siglo desde su explosión, en la reformulación de la literatura? ¿Constituyen un grito apagado o aún tienen algo que decirnos a nosotros, habitantes del siglo XXI?

NE: Yo creo que las vanguardias siguen dando de comer por estas latitudes a pesar suyo. Es decir, aportaron mucho a nuevas formas de ver y apreciar y decir del mundo, pero hoy en día o se apuesta por un hipercultismo de las mismas o se llega a ellas por instinto. Yo no las he sentido mucho en las creaciones recientes, parece que hemos vuelto a un extraño clasicismo, a una épica formalista, a una literatura preocupada por ser aséptica. Creo que todo esto nada más lejos de las vanguardias.

Entonces, ¿qué debería tener la literatura del futuro para recuperar lo que ha perdido? O mejor, ¿de qué tendría que carecer?

NE: Casualmente hace un par de días charlaba con una amiga al respecto. Considero que la literatura que se hace acá debe desprenderse de la imperiosa necesidad de ser la memoria de nuestro pueblo. El gusto de los escritores por sustentar sus creaciones en hechos históricos relevantes está haciendo que las historias sean una excusa, casi que un escenario que queda vacío de sentido estético y termina funcionando como una pobre justificación del hecho que refieren. Soy de los que cree que hay que perseguir las historias mínimas, esas que se escapan y se refunden entre los días y las noches que se suceden y que nadie voltea a mirar. Hay que recuperar la imaginación pero eso es tarea de cada autor. Hay que recuperar la ingenuidad y desprenderse de la pretensión.

Sin embargo, no puede negarse que hay momentos importantes en la literatura nacional en que la idea de Historia no ha sido particularmente privilegiada. ¿Podría decirse que la óptica del escritor, en este momento, está siendo viciada por un historicismo impostado? ¿A qué factores consideran que se debe este fenómeno literario?

NE: Claro, hay una parte de la literatura colombiana que no se ha interesado por ese afán histórico, pero mi percepción es que es realmente poca. Ahora bien, creería yo que es un fenómeno de mercadeo muy similar a lo que pasa en televisión en la actualidad. Hay que contar historias cuyos referentes estén cercanos a la mayoría de personas, lo cual podría asegurar numerosas ventas. Si se escriben novelas sobre, por ejemplo, asesinatos de políticos, atentados, paramilitares, las referencias están a la mano de las personas, cosa que, cuando esos libros lleguen a las manos de los lectores-consumidores, puedan sentir que esa historia está cerca, así nunca haya vivido ninguna de dichas situaciones. Pero, ¿acaso los medios nos hablan de algo más? Quiero creer que esas no son decisiones de los autores sino decisiones editoriales. De nuevo, hay que rescatar esa literatura que no busca entrar al juego de superventas sino a construir universos a partir de necesidades estéticas.

Bueno, eso en cuanto a la prosa, pero ¿y la poesía?

La poesía parece que tiene una vida saludable. Muchas son las variantes y las producciones y los canales por los que la poesía fluye en nuestros medios. Podrá no ser la más vendida en términos editoriales pero es la que más inquieta.

El año pasado se adelantaron una serie de talleres de escritura subvencionados por el IDARTES, entre los que ustedes participaron como directores, ¿cómo fue la experiencia y qué frutos se lograron recoger de ella?

Y este año vuelven esos talleres y volvemos como No Escritores. Fue una muy grata experiencia ya que el grupo que tuvimos fue heterogéneo, lo cual alimenta mucho el trabajo de escritura y lectura. Fue el espacio propicio para poner en práctica nuestros principios y consideramos que obtuvimos buenos resultados: un grupo unido que se motivó desde las primeras sesiones a ser leídos y a escuchar a los demás.

Para cerrar, ¿qué nos tienen preparado los No Escritores para lo que resta del año? ¿Dónde los pueden encontrar quienes estén interesados de contactarlos?

Estaremos en San Cristóbal y Antonio Nariño en el marco de la Red de Escrituras Locales. Nos concentraremos en esta actividad. Quienes nos quieren contactar nos encuentran en Facebook o si nos quieren escribir por curiosidad o inquietud noescritores@gmail.com


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Los interesados en contactar a No Escritores, podrán encontrarlos en:



Y para quienes deseen inscribirse a la convocatoria de los Talleres Locales de Escritura: