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martes, 22 de noviembre de 2011

Saberes útiles e inventos nuevos.


Por Alfred Jarry

Traducción Jesús Benito Alique
Imágenes Pierre Bonnard


Carta confidencial
DEL PADRE UBÚ
Al señor POSIBLE, de la oficina de inventos y patentes
Señor,
Le ruego haga lo necesario para patentar a nuestro nombre, con la máxima urgencia, los tres objetos que a continuación describo, y que han sido inventados últimamente por nos, el Señor de las Phinanzas.

Primer invento: Paseándonos cierto día de lluvia bajo los soportales de la rue de Rivoli, nos congratulamos de poder constatar que ninguna gota de líquido llegaba a humedecer la superficie de nuestra barriga. ¡Cuál no sería nuestra desesperación al ver que, al acabarse los soportales, terminaba también el amparo del que veníamos sirviéndonos! Mas, por aquella vez, tomamos la decisión de resultar empapados, habiendo vislumbrado, gracias a nuestro ingenio natural, el medio de evitar dicha calamidad para lo por venir. Desde un primer momento se nos ocurrió la posibilidad de hacernos acompañar por determinado número de pilares dotados de ruedas que sostuvieran un tejadillo. Cuatro serían suficientes y, dado de lo que se trataba, no sería preciso que fuesen de piedra, sino que bastaría con que fueran de madera, con un doselete uniendo las respectivas partes superiores. La majestad de nuestro bamboleante paso no quedaría más que acrecentada con ayuda de tal artilugio, sobre todo si los cuatro várganos fueran transportados por esclavos negros.
Mas como los negros no hubiesen podido resistir la tentación de participar mínimamente del refugio reservado para nuestra barriga, lo que, de una parte, hubiera resultado irreverente; de otra, poco propia de nuestra suntuosa fama y capaz de dar lugar a que se nos tachase de tacañería, pues los viandantes, al ver a los negros amorosamente a cubierto de toda humedad, hubieran aceptado difícilmente que se tratase de verdaderos negros de buena calidad; y por último en exceso gravoso, pues, por completo incapaces de aceptar que se nos imputase tal defecto, nos hubiéramos visto forzado, con harto dolor de nuestro corazón, a convertirnos en propietario de negros auténticos o, cuando más, un poco paliduchos...; considerando todo lo cual, repito, decidimos suprimir la idea de los negros o, cuando menos, reservarla para desarrollarla de más amplia manera en la segunda parte de nuestro Almanaque. Ello, y también mantener por nos mismo, alto, firme y con un solo brazo, los cuatro soportes de la telilla protectora, reunidos en un haz gracias a la firmeza de nuestro puño.
Tomada dicha decisión, no tardó en ocurrírsenos la simplificación consistente en pasar a un solo astil de madera, o tal vez metálico, que en su parte superior irradiase en cuatro o incluso más varillas (el número no tenía ya importancia, dado que el mango había acabado por ser único), que mantuviesen en tensión la acogedora cubierta.
Considerando que la invención descrita, no menos nueva que ingeniosa y práctica, tiene por finalidad resguardarnos de las precipitaciones, alejar de nos la lluvia del mismo modo que el rayo se aleja del pararrayos, creemos lógico y natural bautizarla con el sencillo nombre de paraguas.
Segundo invento: Muchas veces habíamos deplorado que el lamentable estado de nuestras phinanzas no nos permitiese cubrir todos los suelos de nuestra mansión con muelles alfombras. Por supuesto que tenemos una en nuestro salón de recepciones, pero ninguna, ¡ay!, en nuestros cuartos de baño ni en nuestra cocina. En un primer momento pensamos en transportar la alfombra del salón a los demás lugares, cuando tuviéramos alguna necesidad de ello. Pero en tal caso sería el mencionado salón el que quedaría sin alfombra, dándose el inconveniente, por añadidura, de que ésta habría de resultar demasiado ancha para las otras habitaciones, dada la estrechez de las mismas. Por la cabeza se nos pasó la idea de circuncidarla, mas pronto nos dimos cuenta de que quedaría menguada para prestar servicio en su principal destino. Tal mengua, sin embargo, no llegaría a ser redhibitoria si conseguíamos el objetivo de tener siempre bajo nuestros pies, en el lugar donde nos hallásemos, al menos un pedazo, por pequeño que fuese, de alfombra.

Animado por tales consideraciones, llegamos a considerar indiferente el sacrificio de nuestra alcatifa, si con ello conseguíamos que nos prestase mejor servicio. Así, manteniéndonos de pie en su mismo centro, procedimos a cortar las partes situadas bajo nuestras suelas y, para decirlo en términos geométricos, sendas porciones equivalentes al conjunto de nuestros poliedros de sustentación, o pies. A continuación, pusimos toda la coquetería posible, así como la exquisita atención que de continuo nos exige nuestra perenne obsesión por la comodidad, en ajustarnos a la perfección las cálidas envolturas, a fin de conseguir que el conjunto de nuestras plantas pisara siempre en mullido, y ello con seguridad y solidez.
A tal par de novedosos hallazgos portátiles e incluso portadores, lo bautizamos con el nombre de aislantes universales, y también con el mucho más eufónico de pantuflas.
Tercer invento: Siendo así que habíamos adquirido un muy precioso bastón, al punto experimentamos la desazón de pensar que nos veríamos obligados a lavarnos las manos de vez en cuando si es que no queríamos contagiar su puño (del bastón). Para evitarnos tan molesta tarea, pensamos en proteger la parte superior del tantas veces mencionado utensilio mediante una pequeña envoltura de cuero fino. Pero, además de no considerarlo demasiado, estético, nos pareció que ello vendría a impedir la pública admiración del hermoso mango... Del perfeccionamiento de esta primera idea que a continuación queda resumido, hemos de reconocer que nos sentimos particularmente orgulloso.
Doblando de manera pertinente —pensamos— una pieza de cuero fino algo más grande que la inicialmente prevista, llegaríamos a obtener la ventaja supletoria de conseguir que se adhiriese a nuestra mano, no cerrándose sobre el pomo del bastón más que cuando ésta sintiera deseos de reposar sobre él... El caso es que, familiarizado que estábamos con la idea de par desde cuando inventamos las pantuflas (véase un poco más arriba el significado de este neologismo), decidimos construir dos artilugios simétricos que nos han parecido ser dignos de ostentar el sonoro nombre de guantes.
Este ha sido —insistimos— el más feliz de nuestros descubrimientos, pues ni la Mamá Ubú, ni nadie, podrá controlar a partir de ahora si nos lavamos o no las manos.

martes, 15 de noviembre de 2011

La otra Alcestes



Por Alfred Jarry

Traducción Juana Bignozzi
Imágenes Sharird Leno

I
Relato del visir Assaf
El Ángel de la Muerte se le apareció a mi señor con seis rostros, con los que recoge el alma de los habitantes de Oriente, Occidente, del cielo, de la tierra, de los países de Jadjudi y Madjudi y del País de los Creyentes. Volvió hacia mi señor su sexto rostro. Ahora bien, los djins que trabajan en el templo cortando los metales, sin ruido, con la piedra Samur procurada por el cuervo, escucharán la caída del cuerpo del profeta sobre el piso de su sala de cristal y no querrán terminar de construir. Ven a mi señor de pie entre las murallas transparentes, apoyado en su bastón de cedro; y si el ángel le quita su alma en esa postura, el piso luminoso no vibrará, golpeado por el cuerpo terrestre, sino después de la ruptura del bastón, roído por los gusanos. Y tal vez el templo se terminará. Le aconsejé a mi señor que sostuviera sus palmas con una vara de oro incorruptible, para que los djins lo supieran eternamente de pie en la sala de cristal. Pero el profeta no quiere impedir que los gusanos contradigan una eterna mentira y el ángel ha preparado la envoltura de seda verde en la que será insuflada su alma, confiada a un pájaro verde que la llevará al tribunal de los dos ángeles Ankir y Menkir. Pero yo levanté mis ojos hacia el cielo, y la reina Balkis, mujer de Salomón, que por él abjuró del culto del Sol, consentirá en confiar su alma al ángel que la insuflará en la envoltura de seda verde, y el Ángel de la Muerte, bajo cualquier forma que aparezca, recibirá un alma preparada para ofrecerla al pájaro Simurg, porque el alma debe alcanzar el Paraíso de los Creyentes por la Región del Aire y el Fuego; y un cuerpo astral para el barquero monstruoso que lo transportará por el país de los pantanos. Así, Salomón vivirá en cuerpo y alma hasta la terminación del templo.

II
Relato de Doblemano
Yo he visto al visir Assaf errar, con su cimitarra en la mano, alrededor de la sala de cristal, porque la sala tiene trescientas sesenta y cinco puertas, y no sabe por cuál entraré para ir hacia su señor. No quiero tomar en seguida el alma de Salomón, pero quisiera algo que emana de él y participa de su sabiduría y del esplendor de su cuerpo. Quiero con mis tijeras verdes tomar una mata del candor de su barba, al menos: ya que su cráneo cierra como una bóveda pulida el lagar de su cerebro, donde los djins sabios agitan su inteligencia. Pero cuando con mis tijeras haya trozado ese tentáculo visible del espíritu del rey de los profetas, la hoja de la que pende el principio de su vida caerá del árbol de Sidrad-Almuntaha, el pájaro verde absorberá su alma y su cuerpo astral navegará a la sombra de mis remos por las aguas calmas que mensulan el Paraíso de los Creyentes.
Quiera Dios que se me deje esta satisfacción, y que no encuentre al golpear una de las puertas de la sala de cristal —preferiría cruzar mis tijeras minúsculas con la cimitarra circular del visir— el cadáver extendido sobre el piso transparente, el alma volada hacia las alturas donde se balancea el Simurg y el cuerpo astral flotando en el aire móvil para venir a sentarse en la proa de mi barca, detrás de mí, advirtiéndome con su peso ligero, pero en mi barca todavía más débil, que debo remar hacia la justicia de Ankir y Menkir.

III
Relato de Balkis
Mi guía me esperaba en la barca semejante al caparazón de un escarabajo disecado. Y en principio yo no vi el pantano semejante al plumaje de un pavo real verde, a causa de las miríadas apretadas de ojos de lentícula y no vi el rostro de mi guía como él no vio el mío. Su espalda se me apareció laminada en bronce, o cubierta de escamas parecidas a hojas de mirto, como son las de la culebra. Y sus brazos muy largos se perdían en el agua lateral, como si el gran escarabajo de los pantanos, cuyo caparazón era nuestra barca, hubiera remado con el par central y velludo de sus patas. Y después de la visión de su espalda verde, hombres rojos con cara de pájaro y ropas rectas, pasaron sucesivamente ante mis ojos por ambos lados de la barca y varias veces lo llamaron Doblemano.
Y con el movimiento percibí el agua y el fin de la costra de lentículas a la que sucedió un hielo más móvil.

Seres como huevos de mercurio sólido escribían y describían todos los números y el signo del infinito, deslizando sus relámpagos sobre la chapa de arena. Volví hacia ellos mis miradas de remero y reaparecieron los hombres rojos. Uno dijo:
—¡Doblemano! ¿Qué llevas en tu barca roída? ¿No será Salomón? ¿Qué hay más bello que lo útil y cuencos de barro soberbiamente colocados?
Y ese ser aún no salido de los limbos dijo que su nombre humano sería en el futuro Jenofonte.
—¡Paz! —exclamó mi guía, hablando a los rojos o advirtiendo a los patinadores de hidrargirio que precedían la barca—; ¡Paz! o el agua tersa, con mi voz, va a volverse barrosa y móvil, y vuestros pies de acero se atascarán en los huesos de la tierra.
Dicho esto, rema.
—¿Qué hay de más bello —dijo Jenofonte—, que platos geométricamente dispuestos?
Y se aparta, echado por un gran insecto largo que caminaba por el agua con miembros en forma de hilos.
Con las voces y los ruidos, los huevos de mercurio que giraban estallaron en el agua desplegando alas de carne y sangraron en el aire la sangre de los pinos; seres planos parecidos a pies con cuernos arrastrando talares desplumadas se elevaron hacia la superficie del agua como las escamas del fango. Doblemano murmuró que ya era tiempo de que hundiera sus brazos hasta el Libro y hojeará Hidrófilo.
Y exhumó de lo hondo de un escarabajo monstruoso, color resina, el vientre triangular vidriado como una ventana sobre su corazón, lo estableció en la barca en el caballete de sus patas y abriendo en dos hojas los élitros, hojeó las alas despegadas. Volviendo mi mirada hacia el pantano vi reaparecer la forma roja, y Jenofonte rió ácidamente:
—No inscribirás a Salomón.
—¿Qué hay más hermoso, oh Doblemano, que pares de zapatos alineados según el orden militar? Llevas a Salomón, ah, ah, y a su alma.Doblemano inclinado sobre el viviente tríptico lo levantó con cólera; y pareció que sostuviera en la delantera de la barca una proa, y en el medio de la barca una vela crujiente y sonora y encima de la vela un oriflama desplegado y en medio una linterna rojiza. Y crucificó en el mástil al gran escarabajo, las alas abiertas flotantes, los lados triangulares y vidriados brillaban rosas. La barca bogó con mayor rapidez y se hundió en la niebla gris entre formas cenicientas. Y en el momento de abandonar la región clara, Jenofonte dijo:
Y estuvimos en un agua desierta, el carrusel de metal siempre girando, ahora detrás de nosotros, con el cielo bajo. Reventaban burbujas con una pequeña humareda. Contra nosotros zumbaba el suplicio del escarabajo.
Y volvimos en medio de la huida dispersa de los seres del agua, Doblemano vuelto a la barca puntiaguda en los dos extremos que no había virado, remando de cara a mí y diciendo:
—¡Hidrófilo, perdón! Me postrerno frente a tu espalda curvada y al ángulo diedro de tu vientre. Permíteme que me aproxime sin miedo y te desclave. El zumbido de tus alas alrededor de tu cuerpo estridente es espantoso. Libro, cierra tus hojas donde estuve a punto de inscribir la fealdad sin alma. ¡Elena! ¡Elena! Éste es el cuerpo estrangulado artificialmente en el medio que tiene la pretensión de figurar el signo del infinito cuando está acostado; en la parte superior las dos glándulas flageladas y escoriadas en el centro que se descomponen y se disuelven cuando un ser inconsciente, antes de haber adquirido la nobleza de moler huesos, debe empezar a vivir de putrefacción, después de surgir de la sangre y de las sanies de un tumor perforado, porque un hombre atolondrado orinó en la mata de musgo que disimula la vergüenza y la llaga siempre supurante de la hinchazón inferior. ¡Elena! El hombre no puede plagiar el uso de esta llaga sino ofreciendo como simulacro la salida condenada por Dios de excretar las inmundicias del cuerpo. ¡Hidrófilo! Tú que te sacias, como todos en el infierno, de excrementos, llévate éste (tal vez entonces disculparás mi reciente violencia) y lleva también sobre tu vientre y contra tus tráqueas aire respirable en medio del limo del pantano, pues (Hidrófilo desapareció bajo el agua, hacia el país de los vivos, amasado por sus patas) no veo elevarse hacia la superficie del agua la burbuja que estalla en humo y prueba que el cuerpo sabe expirar un alma.
Cuando lo hubo dicho, sobre nuestra huida glauca planeó el vuelo quebrado del reflejo de sus remos.

IV
Relato de Salomón
Es en vano que tenga un anillo formado por cuatro piedras que me da total autoridad sobre el mundo de los espíritus, de los animales, de la tierra y de los vientos. Ya no recuerdo las divisas escritas en las cuatro piedras, pero sí la máxima del águila de que, por larga que sea la vida, es sólo una larga tardanza de la muerte... Y recuerdo también la sentencia del gallo: Pensad en Dios, oh hombres livianos. Pero la máxima más hermosa de todas es la del halcón, de que hay que tener piedad de los otros hombres. Para obedecer las dos máximas del halcón y del gallo quisiera haber terminado mi templo, para que Dios sea dignamente glorificado después de mí entre los hombres. Después de mi muerte ningún hombre podrá manejar mi anillo sin ser reducido a cenizas. Y los espíritus que a mi orden edifican el templo se dispersarán en un torbellino.

No sería injusto, como me lo aconsejó mi vissir Assaf, que alguien tomara mi lugar ante el enviado del ángel de la muerte. ¡Oh si yo hubiera imitado a ese hombrecillo, que murió en mi presencia después de haber hecho voto de vida, a la vista de una estrella errante, hasta encontrar al más grande profeta! Mi padre David está muerto; y he pedido a Dios que fuera posible deshacer el piadoso subterfugio de mi mujer Balkis: porque no se debe dar un alma de mujer a cambio del alma de un profeta; y recuerdo que antes de desposarla la hice entrar en una sala pavimentada de espejos, para ver si no tenía pies de asno.
Roboam, mi hijo, está en la plenitud del cuerpo y del espíritu; y tengo hacia él un amor que sería sacrílego prostituir en una mujer, pues en él vuelvo a mirarme en mi pasado; observo con mi sabiduría centenaria el crecimiento de mi cuerpo y de mi espíritu de veinte años; y tal vez está demasiado penetrado por el reflejo de amor de mi sabiduría para —después de ofrecerse como rescate de la vida terrestre de mi alma— animarse a luchar con el acero contra el enviado del ángel de la muerte, y tomar de nuevo, debajo de la mía, su hoja vital en la rama de Sidrat-Almuntaha.

V
Relato de Roboam
Doblemano vendrá con tijeras de barbero o la arista cortante de sus antebrazos, y separará un bucle de mi cabellera para consagrarlo al ángel de la muerte, y así no tocará un pelo de la barba de Salomón, mi padre, y el ángel que vela con los ojos fijos en el árbol Sidrat-Almuntaha no verá amarillear y enroscarse la hoja que germinó cuando se animó la simiente de David.
Imbuido de esos pensamientos vine hacia el pantano y, como en los sueños de verano, corremos, en un espasmo doloroso o enamorado, sobre la arena seca, hacia el reflujo al que el flujo no hace ya equilibrio del mar, y uno aparta delante de sí la desbandada de las pequeñas olas blancas que murmuran sálvese quien pueda, no he visto el pantano sino un poco de agua, en una pradera, cerca de una pequeña roca entre las hierbas desecadas y la lubricidad en el fondo de esta agua del volumen cilíndrico de los libros de mi padre y de mi abuelo, desquiciados en el lugar por los animales brillantes de los charcos, que lo levantaban por momentos, llevados hacia la superficie por la burbuja que respiran, y la abandonaban por un poco de aire vital. He querido tomar el libro, entonces el charco se secó, el espejo palmó los intervalos hendidos de los gladiolos, los animales del agua cavaron la tierra. Y Doblemano vino sin caminar, con los pies unidos formando la figura de las dos aletas caudales de un pez erguido deslizándose muy derecho con el susurro de los cristales de la escarcha aplastada. Y al igual que la mujer de mi padre, Balkis, no vi su rostro. Dicen que no se ve su rostro con los ojos del cuerpo. Tenía una cara aparente de terciopelo verde, y yo sentí como una telaraña, una máscara de terciopelo blanco que se tejía hasta mis sienes, con un prurito delicioso, según una línea que partía de lo alto y del medio de la frente, y por la sien derecha rascaba el ala de la nariz derecha. Fue tan voluptuoso, descendiendo al contacto horizontal de mis labios donde la piel roja es más delgada, que yo apreté los dientes y vi que nuestras dos máscaras eran dos máscaras de esgrima, la mía tejida con los pelos engatusadores de los gatos, con plumas circunmorbitarias de los pájaros nocturnos, o más exactamente con pelos semejantes a plumas del pecho de los perros del país de Sin, que son comestibles. Doblemano tenía un techo sobre el rostro y por esto lo reconocí plenamente, escamas de bronce parecidas a hojas de mirto. Y cruzamos nuestras espadas de tan cerca que no pudimos parar en las hojas sino en nuestros antebrazos. Vi también que Doblemano tenía los brazos con dos codos, un segundo brazo nacía de los huesos de su muñeca, y según levantaba o bajaba los codos, de cada uno de sus hombros nacía una M o una W. Contraatacaba extendiendo la extremidad de su brazo que ya era todo un brazo; y cuando me sentía retroceder, sin separar sus piernas soldadas desarrollaba los cuatro huesos de su brazo doble en la horizontalidad sinuosa de un rayo verde triplemente quebrado.
Y paré el primer golpe segando con un corte de hacha, cerca del codo, la mano que sostenía la espada; y me pareció ver todo turbio como si una segunda telaraña se extendiera en la visera de mi máscara; y Doblemano intentaba parar con los tres huesos de su muñón; y con un segundo golpe del filo de mi hoja le golpeé el brazo en su segundo húmero, y creí tener la satisfacción de ver reducidos a lo normal sus miembros extraordinarios.
Pero mi máscara se hizo más oscura y vi la noche poblada de hombres rojos, y tendiendo mi estoque hacia el adversario con la mano derecha, quité mi falso rostro con la izquierda, mirando la visera que como los ojos de mi cara, se cerraban y pegaban y soldaban sus cejas; y golpeé por tercera vez gimiendo y temblando con todo mi cuerpo. Y sobre la silueta verdosa del recuerdo del muñón de un solo hueso rojo, el velo orbicular se cerraba muy lento, uniendo en una espesa membrana los pelos de las cejas blancas. Y yo vago ciego en la barca del remero manco, y cuyo brazo derecho sangra a mi izquierda para alimentar los animales metálicos del pantano muerto, y Doblemano rema poderosamente con su mano siniestra y mientras Salomón, mi padre, vigila a los djins que terminarán el templo, la barca gira dextrorsum, como un gerino gigantesco al que le hubieran quitado la mitad izquierda del cerebro.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Filología.



Traducción José-Benito Alique
Imágenes Pierre Bonnard


Examen del Padre Ubú en el Saint-Sulpice colonial.

EL HERMANO IGNORANTINO. ¿Sabe usted escribir, Padre Ubú?
PADRE UBÚ. ¡Cuernoempanza! ¡Nos sabemos de todo! ¡Esa pregunta nos ofende! Y además, ¿quién es usted, señor, para permitirse dudar de nuestros conocimientos?
EL HERMANO. El hermano Margallón, ignorantino.
PADRE UBÚ. ¿Qué pasa? ¿Que no tiene demasiada instrucción? ¿Y entonces por qué se pone a hacer el maestro de escuela y a preguntarme si sé yo? Por lo menos debería tener el pudor de no pregonar su ignorancia a continuación de su nombre.
EL HERMANO. (Plácidamente.) He dicho ignorantino como podía haber dicho latino. Pero insisto, Padre Ubú, ¿sabe usted escribir?
PADRE UBÚ. A las mil maravillas, señor.
EL HERMANO. Entonces dígame, por favor, ¿de qué se compone la a minúscula?
PADRE UBÚ. La a minúscula se compone, ¡cuernoempanza!, de una especie de cosa redonda a la que de un lado le sale una especie de cosa alargada. ¡Mucho nos pesa vernos obligado a inculcarle tan elementales conceptos!
EL HERMANO. He aquí, Padre Ubú, un tierno negrito que va a corregir sus errores. Abre una caja de resorte, de la que sale el negro. Pavor del Padre Ubú.) Conteste, Zozó. ¿De qué se compone la a minúscula?

EL NEGRITO. (Recitando.) La a minúscula se compone de la c minúscula, letra madre, y de la i minúscula, igualmente letra madre.
PADRE UBÚ. Eso no nos interesa en modo alguno.
EL HERMANO. Veamos. ¿De qué se compone la t minúscula?
PADRE UBÚ. Bueno, eso es menos difícil. La t minúscula se compone de un tallo vertical con una pequeña astilla columpiándose en su parte superior.
EL HERMANO. (Después de mirar al Padre Ubú con conmiseración, pregunta al negrito.) ¿De qué se compone la t minúscula?
EL NEGRITO. La t minúscula se compone de la i minúscula, letra madre, prolongada hasta un poco más arriba del punto ideal de la i, lugar ideal en que dicho punto ideal se bifurca, convirtiéndose en una doble barra transversal.
El Padre Ubú hace gestos de evidente aburrimiento.
EL HERMANO. Está bien. ¿De qué se compone la q minúscula?
PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡Oh! ¡Esto comienza a interesarnos![1]
EL NEGRITO. La q minúscula se compone de la i minúscula, letra madre, prolongada hacia abajo en forma de rabo por uno que sobrepasaría ligeramente la posición del punto ideal de la i, si se tuviera la costumbre de poner los puntos bajo las ies, y de la c minúscula, letra madre, colocada arriba a la izquierda.
EL HERMANO. Francamente bien, hijo mío. Y ahora dime, ¿de qué se compone la Q mayúscula?
PADRE UBÚ. ¡Oh! ¡Oh! ¡Esto nos interesa aún en mayor medida!
EL NEGRITO. La Q mayúscula se compone de la O mayúscula…
PADRE UBÚ. (Interrumpiéndole.) De la O mayúscula, de acuerdo jovencito. De la O mayúscula, letra madre, para decirlo todo…
EL NEGRITO. (Severo.) … de la O mayúscula, que no es una letra madre, y de la c minúscula, letra madre.
El Padre Ubú queda aplanado.
EL HERMANO. Observe, Padre Ubú, qué erudición tan sobrecogedora, fruto de mis enseñanzas, claro está, para alumno de tan tierna edad.
PADRE UBÚ. ¡Bah! No le veo ningún mérito. Es de cartón.

EL HERMANO. ¿De cartón? ¡De carne y hueso, y, además, relleno de ciencia! Por otro lado, Padre Ubú, ¿cree usted que usted mismo es de verdad? (Al negrito.) ¿Qué deber te tiene ocupado en este momento, hijo mío?
EL NEGRITO. Estoy volviendo a copiar en limpio mi cuaderno de apuntes, porque se me cayó un tintero encima de él.
EL HERMANO. ¿Y disfrutas con esa ocupación?
EL NEGRITO. Sí, querido hermano. Disfruto mucho.
EL HERMANO. ¿Y no sientes arrepentimiento por haber dejado caer el tintero sobre tu cuaderno de apuntes?
EL NEGRITO. Sí, querido hermano. Lo deploro amargamente. Si tal cosa no hubiera ocurrido, hubiese tenido la satisfacción de volver a copiarlo en limpio tan sólo por que sí.
PADRE UBÚ. (Explotando.) ¡Pues que lo haga otra vez por que sí cuando acabe de hacerlo! ¡Y, a continuación, que copie dos, tres, veinte veces su propia persona, sobre la cual, evidentemente, ha dejado caer un gran número de tinteros el muy gorrino!



[1] La pronunciación de la letra q, en francés, es muy parecida a la de la palabra que en dicho idioma sirve para designar el trasero (N. del T.) (Mejor dicho, el culo -N. del CUD.-).

martes, 29 de junio de 2010

La pasión, considerada como una carrera de bicicletas cuesta arriba



Por Alfred Jarry
Imagen S.L.




Barrabás estaba inscrito, pero no fue de la partida.

El starter Pilatos, sacando su cronómetro a agua –o clepsidra–, lo que le humedeció las manos (a no ser que simplemente hubiera escupido en ellas) dio la señal de partida.

Jesús arrancó a toda velocidad.

En aquel tiempo, según el buen cronista deportivo San Mateo, estaba muy difundida la costumbre de flagelar a los sprinters antes de la largada, así como hacen los cocheros actuales con sus hipomotores. El látigo es a la vez un estimulante y un masaje higiénico. Bajo su efecto, Jesús partió muy en forma, pero en seguida pinchó un neumático. Las espinas que se hallaban sembradas en la ruta acribillaron todo el contorno de su rueda delantera.

En la actualidad puede verse la reproducción exacta de esta verdadera corona de espinas en los escaparates de los fabricantes de bicicletas, expuesta como propaganda para los neumáticos que no revientan. Los de Jesús, single-tube de pista ordinarios, no eran de esta clase.


Los dos ladrones, lobos de una misma camada, tomaron la delantera.

Es falso que hubiera habido clavos. Los tres que figuran en los grabados son en realidad el quitaneumático llamado “un minuto”.


Pero es conveniente que relatemos previamente las caídas. Y primero describamos en pocas palabras la máquina.

El cuadro es de invención relativamente reciente. Las primeras bicicletas con cuadro aparecieron en 1890. Anteriormente, el cuerpo de la máquina se componía de dos tubos soldados perpendicularmente uno con otro. Luego del accidente del neumático, Jesús subió la cuesta a pie, llevando a la espalda su cuadro o si se prefiere, su cruz.


Hay grabados de la época, basados en fotografías, que reproducen esta escena. Pero parece que el ciclismo, como consecuencia del bien conocido accidente que coronó tan desagradablemente la carrera de la Pasión y que ha puesto de actualidad el accidente similar del conde Zborowski en la carrera de Turbie, fue prohibido durante un tiempo por decreto de la prefectura. Esto explica que los periódicos ilustrados que reprodujeron la escena célebre, representaron bicicletas más bien fantásticas. Confundieron la cruz del cuerpo de la máquina con el manubrio recto, que es otra cruz. Representaron a Jesús con los brazos extendidos sobre el manubrio; y anotemos a propósito de esto, que Jesús pedaleaba acostado sobre su espalda, posición que tenía por objeto disminuir la resistencia del aire.

Señalemos también que el cuadro o la cruz de la máquina, como algunas llantas actuales, era de madera.Algunos han insistido equivocadamente en que la máquina era una draisina, instrumento inconcebible en una carrera cuesta arriba, en la subida. Según los viejos hagiógrafos ciclófilos santa Brígida, Gregorio de Tours e Ireneo, la cruz estaba munida de un dispositivo que ellos llaman suppdaneum. No es necesario ser un gran letrado para traducir: pedal.


Justo Lipsio, Justino, Bosius y Erycius Puteanus describen otros accesorios que todavía se encuentran, nos informa en 1634 Cornelius Curtius, en ciertas cruces japonesas: una saliente de la cruz, de madera o de cuero, sobre la cual el ciclista se pone a caballo; se trata evidentemente de la silla.

Estas descripciones, por otra parte, no son menos fieles que la definición que dan actualmente los chinos de las bicicletas: “Borriquillo al que se conduce por las orejas y se hace avanzar dándole patadas”.


Abreviaremos el relato de la carrera en sí, que se halla contada con todo detalle en obras especiales y expuesta por la escultura y la pintura en monumentos ad hoc.

En la bastante difícil carrera del Gólgota hay catorce curvas. En la tercera de ellas Jesús cayó por primera vez. Su madre, en la tribuna, se alarmó.


El buen entrenador Simón Cirineo que, de no ocurrir el accidente de las espinas, hubiera estado encargado de correr delante de él para cortarle el viento, cayó entonces de la máquina.

Aunque no llevaba su máquina, Jesús transpiraba. No es cierto que una espectadora le enjugara el rostro, pero sí es exacto que la periodista Verónica le tomó una instantánea con su Kodak.


La segunda rodada ocurrió en el séptimo codo, a causa de la gratitud del pavimento. Por fin, Jesús resbaló una tercera vez, sobre un rial, en el onceno codo.

Las mujeres galantes de Israel agitaron sus pañuelos en el octavo.

El deplorable accidente conocido ocurre en la duodécima curva. En ese momento, Jesús estaba dead heat como los dos ladrones. Se sabe también que continuó la carrera como aviador… Pero esto escapa a nuestro tema.