jueves, 17 de abril de 2014

Non Sancta (IV): "Imagina que el cielo no existe".

En el mundo existen  escritores quienes, como Salman Rushdie, han tenido que vivir en carne propia los contratiempos de la persecución religiosa. Con una sentencia de muerte (la penosa fatwa islámica) y recompensa por su cabeza incluidas (3 millones de dólares), al final no deja de resultar lógica su posición frente a la religión.
En un mundo con una enorme tendencia a la intolerancia y a resaltar las diferencias negativamente, en lugar de celebrarlas, Rushdie dirige esta misiva a ese ciudadano seis mil millonésimo nacido hace ya más de una década, dándole un cuadro general de nuestra vida en sociedad y cómo, quizá, el futuro deberá ser trazado lejos de los colores del dogmatismo religioso.


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«Imagina que el cielo no existe».
Carta al seis mil millonésimo ciudadano del mundo.


Por Salman Rushdie


Querida pequeña persona viva número seis mil millones:
Como miembro más reciente de una especie sabidamente inquisitiva, es probable que no tardes mucho en empezar a hacerte las dos preguntas de los sesenta y cuatro mil dólares con las que los otros 5.999.999.999 humanos venimos lidiando desde hace tiempo: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Y ahora que estamos aquí, ¿cómo vamos a vivir?
Curiosamente —como si no nos bastara con seis mil millones de congéneres—, casi con toda seguridad te insinuarán que para encontrar respuesta a la pregunta del origen es necesario que creas en la existencia de un Ser más, invisible, inefable, presente «en algún sitio por ahí arriba», un creador omnipotente a quien nosotros, pobres criaturas limitadas, somos incapaces siquiera de percibir, y menos aún de comprender. Es decir, te alentarán con insistencia a imaginar un cielo con al menos un dios residente. Este dios-cielo, dicen, creó el universo revolviendo su materia en una olla gigante. O bailó. O vomitó la Creación de sus propias entrañas. O simplemente pronunció unas palabras para darle existencia y, ¡zas!, existió. En algunas de las historias de la creación más interesantes, el dios-cielo único y poderoso se subdivide en muchas fuerzas menores: deidades subalternas, avalares, «ancestros» metamórficos gigantescos cuyas aventuras crean el paisaje, o los panteones caprichosos, arbitrarios, entrometidos y crueles de los grandes politeísmos, cuyas desaforadas hazañas te convencerán de que el motor verdadero de la creación fue el anhelo: de poder infinito, de cuerpos humanos que se rompen con excesiva facilidad, de nubes de gloria. Pero justo es añadir que hay asimismo historias que transmiten el mensaje de que el impulso creador primigenio fue, y es, el amor.
Muchas de estas historias se te antojarán sumamente hermosas y, por tanto, seductoras. Ahora bien, por desgracia, no te exigirán una respuesta a ellas puramente literaria. Solo las historias de religiones «muertas» pueden valorarse por su belleza. Las religiones vivas te exigen mucho más. Te dirán, pues, que la fe en «tus» historias y la adhesión a los rituales de veneración que se han desarrollado en torno a ellas deben convertirse en parte esencial de tu vida en este mundo abarrotado de gente. Las llamarán el corazón de tu cultura, incluso de tu identidad individual. Puede que en algún punto las sientas como algo de lo que es imposible escapar, imposible escapar no como de la verdad, sino como de la cárcel. Acaso en algún punto dejen de parecerte textos en los que unos seres humanos han intentado resolver un gran misterio y te parezcan, en cambio, los pretextos para que otros seres humanos debidamente ungidos te den órdenes. Es cierto que la historia humana está llena de esa opresión pública forjada por los aurigas de los dioses. En opinión de las personas religiosas, no obstante, el consuelo íntimo que procura la religión compensa con creces el mal obrado en su nombre.
A medida que ha aumentado el conocimiento humano, ha quedado claro asimismo que toda narración religiosa sobre cómo llegamos aquí está totalmente equivocada. En última instancia, esto es lo que tienen en común todas las religiones: no acertaron. No hubo revoltillo celestial, ni danza del hacedor, ni vómito de galaxias, ni antepasados canguros o serpientes, ni Valhalla, ni Olimpo, ni un truco mágico de seis días seguido de un día de descanso. Todo mal, mal, mal. Pero en este punto nos encontramos algo realmente extraño. El error de los relatos sagrados no ha mermado el fanatismo del devoto. Es más, el simple delirio inconexo de la religión conduce al religioso a insistir de manera cada vez más estridente en la importancia de la fe ciega.
De resultas de esta fe, dicho sea de paso, en muchas partes del mundo ha sido imposible impedir el alarmante crecimiento del número de seres humanos. Culpemos de la superpoblación del planeta, por lo menos en parte, al deplorable sentido de la orientación de los guías espirituales de la especie. En tu propio tiempo de vida, bien puede ocurrir que seas testigo de la llegada del nueve mil millonésimo ciudadano del mundo. Si eres indio (y tienes una entre seis posibilidades de serlo), aún estarás vivo cuando, gracias al fracaso de la planificación familiar en ese país pobre y dejado de la mano de Dios, su población supere a la china. Y si como resultado de las restricciones religiosas sobre el control de la natalidad nacen demasiadas personas, también morirán demasiadas personas, porque la cultura religiosa, negándose a afrontar las realidades de la sexualidad humana, también se niega a luchar contra la propagación de enfermedades de transmisión sexual.
Hay quienes dicen que las grandes guerras del nuevo siglo volverán a ser guerras religiosas, yihads y Cruzadas, como en la Edad Media. Aunque, desde hace ya años, suenan en el aire los gritos de guerra de los fieles mientras convierten sus cuerpos en bombas de Dios, y también los alaridos de sus víctimas, me he resistido a creer en esta teoría, o al menos en el sentido que le da la mayoría de la gente.
Llevo tiempo afirmando que la teoría del «choque de las civilizaciones » de Samuel Huntington es una simplificación excesiva: que la mayoría de los musulmanes no tienen el menor interés en participar en guerras religiosas, que las divisiones en el mundo musulmán son tan profundas como sus elementos comunes (si te cabe alguna duda de que esto es así, echa una ojeada al conflicto suní-chií en Irak). Apenas puede encontrarse nada que se parezca a un objetivo islámico común. Incluso cuando la OTAN no islámica libró una guerra a favor de los albaneses kosovares musulmanes, el mundo musulmán fue remiso a la hora de ofrecer la muy necesaria ayuda humanitaria.
Las auténticas guerras religiosas, he sostenido, son las guerras que las religiones desatan contra ciudadanos corrientes dentro de su «esfera de influencia». Son guerras de los píos contra los prácticamente indefensos: los fundamentalistas estadounidenses contra los médicos partidarios de la libre elección, los mulás iraníes contra la minoría judía de su país, los talibanes contra el pueblo afgano, los fundamentalistas hindúes de Bombay contra los musulmanes cada vez más asustados de la ciudad.
Y las auténticas guerras religiosas son asimismo las guerras que las religiones desatan contra los no creyentes, cuya intolerable incredulidad se recalifica como delito, como razón suficiente para su erradicación.
Pero con el paso del tiempo me he visto obligado a reconocer una cruda realidad: que la masa de los llamados musulmanes corrientes parece haberse dejado embaucar por las fantasías paranoicas de los extremistas y parece dedicar una mayor parte de su energía a la movilización contra caricaturistas, novelistas o el Papa, que a condenar, privar de derechos civiles y expulsar a los asesinos fascistas que habitan entre ellos. Si esta mayoría silenciosa permite que se libre una guerra en su nombre, se convertirá finalmente en cómplice de esa guerra.
Por tanto, quizá sí se ha iniciado, al fin y al cabo, una guerra religiosa, porque está permitiéndose a los peores de nosotros dictar las prioridades de los demás, y porque los fanáticos, que no se andan con chiquitas, no encuentran oposición suficiente entre «su propio pueblo».
Y si eso es así, los vencedores de dicha guerra no deben ser los estrechos de miras que, como siempre, marchan a la batalla con Dios de su lado. Elegir la incredulidad es elegir el espíritu sobre el dogma, confiar en nuestra humanidad y no en todas esas peligrosas divinidades. Así pues, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? No busques la respuesta en las narraciones «sagradas». Puede que el imperfecto conocimiento humano sea un camino lleno de baches y hoyos, pero es el único camino a la sabiduría digno de seguirse. Virgilio, que creía que el apicultor Aristeo podía generar espontáneamente abejas nuevas a partir de una vaca muerta en descomposición, estaba más cerca de la verdad sobre el origen que todos los libros venerados de la Antigüedad.
Las sabidurías ancestrales son tonterías modernas.Vive en tu tiempo, utiliza lo que sabemos, y cuando crezcas, quizá la especie humana haya crecido por fin contigo y dejado de lado esas niñerías.
Como dice la canción: «Es fácil si lo intentas».
En cuanto a la moralidad, la segunda gran pregunta —¿cómo vivir?, ¿cuál es la actuación correcta y cuál la incorrecta?— se reduce a tu predisposición a pensar por ti mismo. Solo tú puedes decidir si quieres que la ley te sea entregada por sacerdotes y aceptar que el bien y el mal son cosas de algún modo externas a nosotros. A mi juicio, la religión, incluso en su forma más elaborada, en esencia infantiliza nuestra identidad ética estableciendo Arbitros infalibles de la moral y Tentadores irredimiblemente inmorales por encima de nosotros: los padres eternos, el bien y el mal, la luz y las tinieblas, el reino sobrenatural.
¿Cómo, pues, vamos a tomar decisiones éticas sin un reglamento divino o un juez? ¿Es acaso la incredulidad el primer paso en la larga caída hacia la muerte cerebral del relativismo cultural, conforme al que muchas cosas insoportables —la circuncisión femenina, por citar solo un caso— pueden disculparse por motivos culturalmente específicos, y la universalidad de los derechos humanos puede también pasarse por alto? (Esta última muestra de negación moral encuentra partidarios en algunos de los regímenes más autoritarios del mundo, y también, inquietantemente, en las páginas de opinión del Daily Telegraph.)
Bien, pues no lo es, pero las razones para dar esta respuesta no están claramente definidas. Solo una ideología de línea dura está claramente definida. La libertad, que es la palabra que empleo para la posición ética secular, es inevitablemente más confusa. Sí, la libertad es ese espacio donde puede reinar la contradicción; es un debate interminable. No es en sí misma la respuesta a la pregunta de la moralidad, sino la conversación sobre esa pregunta.
Y es mucho más que simple relativismo, porque no es simplemente una tertulia interminable, sino un lugar donde se toman decisiones, se definen y defienden valores. La libertad intelectual, en la historia europea, ha representado sobre todo libertad respecto a las restricciones de la Iglesia, no del Estado. Esta es la batalla que libró Voltaire, y es también lo que nosotros, los seis mil millones, podríamos hacer por nosotros mismos, la revolución en la que cada uno de nosotros podría desempeñar nuestro pequeño papel, una seis mil millonésima parte del total. De una vez por todas, podríamos negarnos a permitir que los sacerdotes, y las ficciones en cuyo nombre afirman hablar, sean la policía de nuestras libertades y nuestro comportamiento. De una vez por todas, podríamos devolver las historias a los libros, devolver los libros a las estanterías y ver el mundo sin dogmas y en toda su sencillez.
Imagina que el cielo no existe, mi querido seis mil millonésimo, y de inmediato no habrá más límite que el cielo.




miércoles, 16 de abril de 2014

Non Sancta (III): Thank goodness!



Daniel Dennett, renombrado filósofo cognitivista y director del Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Tufts (Massachusetts, EEUU), es especialista en conciencia, inconciencia, intencionalidad, memética e inteligencia artificial, además de ateo consumado, como el presente texto viene a confirmarnos.


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Thank goodness! *


Por Daniel C. Dennett


Según un dicho antiguo pero cuestionable, en las trincheras no hay ateos, y existen como mínimo algunas pruebas anecdóticas de ello en los casos conocidos de ateos famosos que, al salir de experiencias al borde de la muerte, anunciaron al mundo su cambio de postura. Un ejemplo bastante reciente es el filósofo británico sir A. J. Ayer, fallecido en 1989. He aquí otra anécdota a tener en cuenta.
Hace dos semanas me llevaron en ambulancia a un hospital, donde un TAC determinó que sufría «disección de la aorta»: se había roto el revestimiento del principal vaso de salida que se llevaba la sangre de mi corazón, creando un tubo de dos canales donde solo tenía que haber uno. Por suerte para mí, el hecho de que hace siete años me hicieran un bypass en la arteria coronaria probablemente me salvara la vida, porque el tejido cicatricial que había proliferado alrededor de mi corazón durante aquellos años reforzó la aorta, evitando una fuga catastrófica a través del agujero de la aorta en sí. Después de una operación de nueve horas en la que me pararon del todo el corazón y bajaron la temperatura de mi cuerpo y mi cerebro a siete grados para impedir que la falta de oxígeno provocase daños cerebrales durante el tiempo que tardasen en hacer bombear la máquina corazón-pulmón, ahora soy el orgulloso dueño de una nueva aorta y un nuevo arco aórtico, hechos de un resistente tubo de Dacron cosido en su sitio por el cirujano, y unidos a mi corazón por una válvula de fibra de carbono que hace un clic tranquilizador cada vez que late mi corazón.
Ahora que empiezo una etapa suave de recuperación, tengo mucho que reflexionar: sobre la experiencia angustiosa que he vivido, pero más aún sobre la avalancha de mensajes de ánimo que he recibido desde que corrió la voz de mi última aventura. Mis amigos tenían muchas ganas de saber si había vivido una experiencia al borde de la muerte, y en caso afirmativo, qué efecto había tenido en el ateísmo que profesaba en público desde hacía mucho tiempo. ¿Había tenido alguna epifanía? ¿Pensaba seguir los pasos de Ayer (que al cabo de unos días recuperó su aplomo y recalcó que «lo que debería haber dicho es que mis experiencias no han debilitado mi creencia de que no hay vida después de la muerte, sino mi actitud inflexible ante la fe), o mi ateísmo se mantenía intacto y sin cambios?
Pues sí, tuve una epifanía.Vi con más claridad que nunca que cuando digo thank goodness! no es un simple eufemismo de thank God! (Los ateos no creemos que haya ningún Dios a quien darle las gracias.) Realmente quiero decir thank goodness! En este mundo hay mucha bondad, cada día más, y este fantástico tejido de excelencia fabricado por el hombre es el verdadero responsable de que esté vivo. Es un digno destinatario de la gratitud que siento, y quiero celebrar este hecho aquí y ahora.
¿A quién debo estarle agradecido, en suma? Al cardiólogo que me ha mantenido vivito y latiendo todos estos años, y que rechazó rápidamente y con seguridad el diagnóstico inicial de una simple neumonía. A los cirujanos, neurólogos y anestesiólogos, y al perfusionista, que mantuvieron en funcionamiento mi organismo durante muchas horas en condiciones extremas. A una docena aproximadamente de auxiliares médicos, a enfermeras, terapeutas y técnicos de rayos equis, y a un pequeño ejército de flebotomistas tan habilidosos que casi no te das cuenta de que te están sacando sangre; a las personas que traían las comidas, tenían limpia mi habitación, lavaban las montañas de ropa sucia generada por un caso tan aparatoso, me llevaban y traían en silla de ruedas, etcétera. Eran gente de Uganda, Kenia, Liberia, Haití, Filipinas, Croacia, Rusia, China, Corea, la India... y también de Estados Unidos, claro; y nunca he visto tratarse a la gente con un respeto tan impresionante como ellos al ayudarse y controlar mutuamente su trabajo. Sin embargo, a pesar de lo bien que trabajaban en equipo, no podrían haber hecho su trabajo sin un trasfondo enorme de aportaciones de otros. Recuerdo con gratitud a mi difunto amigo Alian Cormack, físico y colega mío en Tufts, que compartió el premio Nobel por su invención del TAC. Alian, has salvado postumamente una vida más, aunque ¿hay alguien que lleve la cuenta? Lo que hiciste ha mejorado el mundo. Thank goodness. Luego está todo el sistema de la medicina, tanto en su aspecto científico como en el tecnológico, sin el cual los esfuerzos individuales servirían de muy poco, incluso los mejor intencionados. Por lo tanto, estoy agradecido a las direcciones y los comités editoriales, actuales y pasados, de Science, Nature, Journal of the American Medical Association, Lancety todas las demás instituciones científicas y médicas que siguen generando mejoras, y detectando y corrigiendo errores.
¿Venero yo la medicina moderna? ¿La ciencia es mi religión? En absoluto. No hay ningún aspecto de la medicina o la ciencia actuales al que estuviera dispuesto a eximir del más riguroso escrutinio, y no tendría reparos en enumerar toda una serie de problemas graves que aún quedan por solucionar. De hecho es muy fácil, porque los mundos de la medicina y la ciencia ya están embarcados en el proceso de autoevaluación más obsesivo, intensivo y humilde de toda la historia de las instituciones humanas, y hacen públicos cada cierto tiempo los resultados de sus autoexámenes. Diré más: esta crítica racional y abierta de miras, por imperfecta que pueda ser, constituye el secreto del éxito espectacular de estas iniciativas humanas. Cada día aporta nuevas mejoras que se pueden medir. Si a mí se me hubiera reventado la aorta hace diez años, no me habrían salvado ni rezando. Hoy en día no es que sea rutinario, pero mis probabilidades de sobrevivir, en realidad, tampoco eran tan bajas (actualmente, más o menos el 33 por ciento de los pacientes de disección aórtica mueren durante las primeras veinticuatro horas de su aparición sin tratamiento, y a partir de ahí la cosa va a peor cada hora).
Al comparar el mundo de la medicina, del que ahora depende mi vida, con las instituciones religiosas que me he dedicado a estudiar a fondo durante los últimos años, hay algo que me llamó especialmente la atención. Uno de los aspectos más dulces y consoladores que se encuentran en cualquier religión (que yo sepa) es la idea de que lo importante es el corazón de la persona: si tienes buenas intenciones, e intentas hacer lo correcto (según Dios), no se te puede pedir más. ¡En la medicina no! Si te equivocas (sobre todo con conocimiento de causa), tus buenas intenciones no cuentan prácticamente nada. Por otro lado, mientras que las religiones suelen ensalzar el salto de fe y el actuar sin previo análisis de las alternativas, en medicina se considera un pecado grave. A un médico que, llevado por la fe devota en sus revelaciones personales sobre cómo tratar el aneurisma aórtico, hiciera pruebas sin previo estudio con pacientes humanos le caería una buena bronca, o le expulsarían directamente de la profesión. Hay excepciones, por supuesto. Se tolera a unos cuantos pioneros con arrojo y poca consideración al riesgo, y a la larga pueden recibir honores (siempre que demuestren estar en lo cierto), pero solo pueden existir como raras excepciones al ideal del investigador metódico que descarta escrupulosamente las teorías alternativas antes de poner en práctica la suya. Sencillamente, no basta con las buenas intenciones y la inspiración.
Por decirlo de otro modo, aunque las religiones puedan cumplir una finalidad beneficiosa dejando que mucha gente se sienta cómoda con el grado de moralidad al que puede llegar, ninguna religión somete a sus miembros a unos criterios de responsabilidad moral tan elevados como el mundo laico de la ciencia y la medicina.Y no me refiero solo a los criterios «extremos», entre los cirujanos y médicos que toman a diario decisiones de vida o muerte, sino también a los criterios de conciencia seguidos por los técnicos de laboratorio y los que preparan la comida. Esta tradición deposita su fe en la aplicación ilimitada de la razón y de la investigación empírica, verificando todas las veces que haga falta, y preguntándose por sistema «¿Y si me equivoco?». En ningún caso se tolera apelar a la fe o al corporativismo. ¡Imaginémonos la reacción que despertaría un científico dando a entender que nadie más puede obtener los mismos resultados que él porque no tiene la misma fe que los integrantes de su laboratorio! Pero, volviendo a lo que iba, mi gratitud por estar vivo se dirige a la bondad de esta tradición de razonamiento e investigación abierta.
De acuerdo, pero ¿qué les digo a mis amigos religiosos (que los tengo, y bastantes) que han tenido el valor y la sinceridad de decirme que rezaron por mí? Les he perdonado con mucho gusto, porque hay pocas cosas tan frustrantes como no poder ayudar a un ser querido de ninguna manera más directa. Confieso que me sabe mal no haber podido rezar (sinceramente) por mis amigos y mis familiares en momentos de necesidad, y por eso valoro el impulso, aunque reconozca claramente su inutilidad. Los comentarios de mis amigos religiosos no vacilo en traducirlos a alguna versión de lo que me han estado diciendo mis colegas de ateísmo: «Pensaba en ti, y esperaba de todo corazón [otra concesión ineficaz pero irresistible] que no te pasara nada». El hecho de que estos amigos tan queridos hayan pensado en mí de esta manera, y hayan hecho el esfuerzo de comunicármelo, ya es tonificante de por sí, sin necesidad de suplementos sobrenaturales. En mi caso, estos mensajes de mi familia y mis amigos de todo el mundo me han llegado literalmente al corazón, y agradezco el subidón de moral (¡hasta extremos de verdadero frenesí, me temo!) que han producido en mí. Pero no hablo en broma cuando digo que tengo que perdonar a los amigos que han dicho que rezaron por mí. He resistido a la tentación de contestar: «Gracias, pero ¿también sacrificaste una cabra?». Me sienta igual que si uno de ellos me dijera: «Acabo de pagarle a un médico vudú para que hiciera un conjuro sobre tu salud». ¡Qué manera más crédula de malgastar un dinero que se podría haber gastado en proyectos más importantes! No esperes que sienta gratitud, o tan siquiera indiferencia. Agradezco el cariño y la generosidad que te impulsaban, pero me gustaría que hubieras encontrado una manera más razonable de expresarlos.
¿Pero esto no es de una severidad horrible? ¡Seguro que no le perjudica a nadie que recen por mí los que pueden rezar sinceramente! Pues no, no estoy tan seguro. Para empezar, si de verdad quisieran hacer algo útil, podrían aprovechar el tiempo y la energía que dedican a rezar para algún proyecto urgente en el que sí que puedan influir. Por otra parte, ya tenemos bases bastante firmes (por ejemplo, el estudio Benson de Harvard, que se ha hecho público hace poco) para creer que la oración intercesora no funciona, y punto. Cualquier persona que se desentiende de estas investigaciones mina sutilmente el respeto a la propia bondad que estoy agradeciendo. Si insistes en mantener vivo el mito de la eficacia de la oración, nos debes una justificación ante los hechos. En espera de ella, te disculparé por invocar tu tradición; sé lo reconfortante que puede ser la tradición, pero quiero que reconozcas que lo que haces, en el mejor de los casos, es problemático. Si eres capaz ni que sea de plantearte demandar a un médico que se equivocó en el tratamiento, o a una compañía farmacéutica que no hizo todos los controles de rigor antes de venderte un medicamento que te perjudicó, debes reconocer tu tácito agradecimiento a los altos criterios de investigación racional por los que se rige el mundo de la medicina. Sin embargo, sigues incurriendo en una práctica para la que no existe ninguna justificación racional conocida, y realmente crees que aportas algo. (Trata de imaginar tu indignación si la respuesta de una compañía farmacéutica a tu demanda fuera: «¡Pero si estuvimos rezando mucho por que saliera bien el medicamento! ¿Qué más quieres?».)
Lo mejor de decir «gracias a la bondad» en vez de «gracias a Dios» es que realmente hay muchas maneras de saldar nuestra deuda con la bondad, comprometiéndonos a crear más bondad en beneficio de las futuras generaciones. La bondad adopta muchas formas aparte de la medicina y de la ciencia. Gracias, por ejemplo, a la música de Randy Newman, que no podría existir sin la maravilla de tantos pianos y estudios de grabación, por no hablar de las aportaciones musicales de todos los grandes compositores, desde Bach hasta Scott Joplin y los Beatles, pasando por Wagner. Gracias porque salga agua potable del grifo, y porque tengamos comida a la mesa. Gracias por las elecciones justas y el periodismo veraz. Si quieres expresar tu gratitud a la bondad, puedes plantar un árbol, dar de comer a un niño huérfano, comprar libros para las colegialas del mundo islámico o contribuir de mil otras maneras a la manifiesta mejora de la vida en este planeta, ahora y en el futuro próximo.
También puedes darle las gracias a Dios, pero la idea de devolverle algo a Dios es ridicula. ¿Para qué puede querer tus míseras compensaciones un Ser omnisciente y omnipotente («el Hombre que lo tiene todo»)? (Además, según la tradición cristiana Dios ya ha saldado la deuda para siempre sacrificando a su propio hijo. ¡A ver cómo devuelves ese préstamo!) Sí, ya sé que no son temas que haya que interpretar literalmente; son simbólicos, lo acepto, pero entonces la idea de que dando las gracias a Dios se hace algún bien también hay que considerarla puramente simbólica. Yo prefiero el bien real al bien simbólico.
Aun así, perdono a los que rezan por mí. Los veo como científicos tenaces que se resisten a las pruebas en favor de teorías que no les gustan, mucho después de que la reacción adecuada hubiera sido un elegante reconocimiento. Aplaudo la fidelidad a vuestra propia postura, pero os recuerdo una cosa: no basta con la fidelidad a la tradición. Siempre tenéis que preguntaros: ¿Y si me equivoco? Creo que a la larga se les puede pedir a las personas religiosas que cumplan los mismos criterios morales que las personas laicas de la ciencia y de la medicina.






* Juego de palabras. En inglés Goodness! (con el signo de exclamación al final) significa ¡Dios mío!, mientras que goodness significa bondad.


martes, 15 de abril de 2014

Non Sancta (II): Preguntas que hacerse a uno mismo



Charles Templeton fue por años una de las voces más importantes de la Iglesia Evangélica Cristiana. Era tan enorme su popularidad y magnetismo que se llegó a decir de él: “es el hombre más usado por Dios”. Quizá Templeton, hacia finales de los 50’s, terminó cansándose de ser un mero instrumento y, por tanto, decidió renunciar por completo a la Iglesia Evangélica y a toda postura religiosa. Desengañado, sin embargo, como se dice popularmente, la manzana no cayó lejos del árbol, ya que la desaparición de sus convicciones teológicas terminaría dando paso a la aparición de sus convicciones políticas.
El presente texto hace parte de A farewell to God: My reasons for rejecting the Christian faith, una reflexión que en su infinita simplicidad es el resultado del interrogar continuo a que Templeton sometería los cimientos mismos de su propia fe.
Si un fiel creyente (aunque esto podría ser bien conjeturable) y representante oficial de una religión suficientemente grande como para ser practicada en toda América, ve disminuida de forma irrefrenable su capacidad de creer ciegamente, ¿qué podría esperar un católico promedio que apenas si práctica aquello del amor al prójimo? ¿Qué podría responderse a sí mismo un católico que bendice el sacrificio de Cristo para garantizar su sagrado derecho a unas vacacioncitas?


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PREGUNTAS QUE HACERSE A UNO MISMO


Por Charles Templeton


¿No es una tontería cerrar los ojos ante la realidad de que la fe cristiana es sencillamente imposible de aceptar como hecho? ¿Y no es un error fundamental basar la propia vida en conceptos teológicos formulados hace siglos por hombres relativamente primitivos que creían que el mundo era plano, que el cielo estaba «arriba», y que el universo lo había creado y lo controlaba una deidad chovinista y excesiva, dispuesta a castigarte si no seguías sus indicaciones al pie de la letra? Lo que sigue es una repetición de algunas preguntas suscitadas en las anteriores páginas [de A Farewell to God]. Háztelas a ti mismo.

• ¿No es probable que en caso de haber nacido en El Cairo fueras musulmán, y como 840 millones de personas creyeses que «no hay más dios que Dios, y Mahoma es su profeta»?

• Si hubieras nacido en Calcuta, ¿no serías con toda probabilidad hinduista, y no harías lo mismo que 650 millones de personas, aceptar los Vedas y los Upanishads como sagradas escrituras, y albergar la esperanza de alcanzar el nirvana en un futuro?

• ¿No es probable que en caso de haber nacido en Jerusalén fueras judío, y creyeras, como unos 13 millones de personas, que Yahvé es Dios, y la Tora la Palabra de Dios?

• ¿No es presumible que en caso de haber nacido en Pekín fueras uno de los muchos millones que aceptan las enseñanzas de Buda, Confucio o Lao-tsé, y procuran seguir sus enseñanzas y su ejemplo?

• ¿No es probable que usted, el lector, sea cristiano porque sus padres lo fueron antes?

• Si Dios existe, y es amor, ¿por qué permite (por no decir que crea) terremotos, sequías, inundaciones, tornados y otras catástrofes naturales que matan a miles de hombres, mujeres y niños inocentes al año?

• ¿Cómo puede un Dios de amor no ya crear, sino consentir que la encefalitis, la parálisis cerebral, el cáncer de cerebro, la lepra, el alzheimer y otras enfermedades incurables golpeen a millones de hombres, mujeres y niños, buenas personas en su mayoría?

• ¿Cómo fue capaz un Padre Celestial que ama a sus hijos de crear un infierno infinito, y llenarlo con millones de personas a lo largo de los siglos solo porque no podían o no querían aceptar determinadas creencias religiosas? Y tras hacerlo, ¿cómo fue capaz de atormentarles para siempre?

• ¿Por qué hay literalmente cientos de confesiones y congregaciones independientes cristianas, todas las cuales basan sus creencias en la Biblia, y están convencidas en su gran mayoría de que las otras se equivocan en algún aspecto?

• Si todos los cristianos adoran al mismo Dios, ¿por qué no pueden aparcar sus diferencias teológicas y cooperar activamente?

• Si Dios es un padre amantísimo, ¿por qué responde con tan poca frecuencia a los rezos de sus hijos que lo pasan mal?

• ¿Cómo se puede creer en el relato bíblico de la creación del mundo en seis días cuando cualquier eminencia de la física está de acuerdo en que todas las especies vivas han evolucionado en el transcurso de millones de años a partir de un origen primitivo?

• ¿Le es posible a un hombre o mujer inteligente creer que Dios creó al primer ser humano varón a partir de un puñado de polvo, y a la primera mujer a partir de una de las costillas de aquel varón?

• ¿Es posible creer que el Creador del universo fecundó personalmente a una virgen palestina para facilitar que su Hijo llegase al mundo como hombre?

• La Biblia dice que «el Señor es un Dios celoso», pero cuando uno es omnipotente, omnisciente, omnipresente y eterno, y ha creado todo lo que existe, ¿de quién puede estar celoso?

• En un mundo lleno de dolor y hambre, ¿por qué los cristianos se gastan millones en catedrales y santuarios, y comparativamente poco en ayudar a los pobres y los necesitados?

• ¿Por qué el Dios omnipotente, sabiendo que hay cientos de miles de hombres, mujeres y niños que mueren de hambre en una tierra reseca, permite que se consuman y mueran cuando lo único que se necesita es la lluvia?

• ¿Qué sentido tiene que el Padre de toda la humanidad tuviera un Pueblo Elegido, al que favoreciese por encima de las otras naciones del mundo?

• ¿Cómo es posible que un Dios que «no hace acepción de personas» prohíba el adulterio, y luego bendiga, honre y permita medrar a un rey que tuvo setecientas esposas y trescientas concubinas?

• ¿A qué se debe que la mayor de las iglesias cristianas esté íntegramente controlada por hombres, y no permita a ninguna mujer (por piadosa que sea o capacitada que esté) ser sacerdote, monseñor, obispo, arzobispo, cardenal o Papa?

• Las últimas palabras de Jesús a sus seguidores fueron: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Pues a pesar de ello, en estos momentos (transcurridos unos dos mil años) hay miles de millones de hombres y mujeres que ni siquiera han oído el Evangelio cristiano. ¿Por qué?




lunes, 14 de abril de 2014

Non Sancta: Responso

A propósito de Non Sancta: Nosotros, que no somos creyentes más que de las semivacaciones de Semana Santa, que no creemos más que en los domingos de resurrección de resaca, hemos decidido iluminar estos días, para nada santos, con la reflexión en torno a la irreligiosidad, a las razones por las cuales resulta más lógico creer en la inexistencia de un ser superior que rige nuestros destinos como quien se dedica a jugar The Sims o Monopolio (y que, cómo no, tira el tablero de una patada o golpea con furia el teclado cuando la jugada se le sale de las manos). Nosotros, como Einstein, creemos que Dios no juega a los dados. De hecho, creemos que no juega. Es más, creemos que no existe.
Creyentes, abstenerse.


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Henry Louis Mencken, conocido en su época como “el sabio de Baltimore”, fue un respetado y fecundo periodista, crítico y escritor. Nietzscheano definitivo, prosista suspicaz y fiel defensor de los derechos civiles hasta sus últimas consecuencias, hoy día presa del olvido (y del desconocimiento), nos quedan sus nada ortodoxos textos, en los que desde una posición inamovible se encargó de combatir contra el fundamentalismo cristiano (y religioso en general) que parecía mantener infectada cada una de las ramas de la sociedad norteamericana. Allí donde la religión metiera su puntiaguda nariz, Mencken se juraría como su principal detractor; tan enconado y combativo era el escepticismo que defendía. En 1931 el estado de Arkansas, en un extraño arrebato de humor negro pocas veces visto, terminaría emitiendo una moción para rezar por el alma de Mencken, después que éste se refiriera al estado como la “Cúspide de la estupidez”.
Mencken nunca cejó en su empeño por derribar las barreras religiosas e ideológicas que pretendían mantener a raya la marea del librepensamiento y de las libertades individuales, llegando a ser, incluso, malinterpretado en múltiples aspectos (algunos de sus detractores han creído ver en sus escritos una apología del nazismo, cuando en realidad fue uno de los primeros periodistas americanos en exhortar por la ayuda de los Estados Unidos a los judíos reprimidos a partir de 1938 en la Alemania nacionalsocialista). Prolífico y polémico, terminaría sus días alejado de la escritura tanto como de la lectura, consecuencias ambas de una trombosis cerebral, plácidamente entre sueños en enero de 1956.
Responso, perteneciente al libro Breviario de la estupidez humana, es una bella y perfecta evocación, propia del pensamiento del escritor norteamericano respecto a la más que evidente muerte en el tiempo de las religiones y las creencias; el ocaso definitivo que antecede a la muerte de los dioses.

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RESPONSO


Por H. L. Mencken


¿Dónde está la tumba de los dioses muertos? ¿Qué deudo tardío riega sus túmulos sepulcrales? Hubo una época en que Júpiter era el rey de los dioses, y cualquiera que dudase de su poder era ipso facto un bárbaro y un ignorante. Pero ¿en qué lugar del mundo hay un hombre que venere hoy a Júpiter? ¿Y qué decir de Huitzilopochtli? En un solo año —y esto sucedió hace apenas cinco siglos— sacrificaron en su honor a cincuenta mil jóvenes y doncellas. Hoy nadie lo recuerda, excepto quizá algún salvaje errabundo perdido en la inmensidad de los bosques mexicanos. Huitzilopochtli, al igual que muchos otros dioses, no tenía un padre humano: su madre era una viuda virtuosa y lo engendró tras un coqueteo aparentemente inocente que mantuvo con el Sol. Cuando él fruncía el ceño, su padre, el Sol, se detenía. Cuando lanzaba rugidos de ira, los cataclismos devoraban ciudades enteras. Cuando tenía sed lo rociaban con cuarenta mil litros de sangre humana. Pero hoy Huitzilopochdi está tan magníficamente olvidado como Allen G. Thurman. Quien fue otrora el par de Alá, Buda y Wotan, lo es hoy de Richmond R Hobson, Nan Patterson, Alton B. Parker, Adelina Patti, el general Weyler y Tom Sharkey.
Al hablar de Huitzilopochtli recordamos a su hermano Tezcatlipoca. Tezcatlipoca era casi tan poderoso como él: consumía veinticinco mil vírgenes al año. Si me conducen hasta su tumba lloraré y colgaré en ella una corona de perlas. Pero ¿quién sabe dónde está? ¿O dónde está la tumba de Quetzalcóatl? ¿O la de Xiehtecutli? ¿O la de Centeotl, tan dulce? ¿O la de Tlazolteotl, la diosa del amor? ¿O la de Mixcóatl? ¿O la de Xipe? ¿O la de toda la legión de Txitzimitles? ¿Dónde están sus huesos? ¿Dónde está el sauce del que cuelgan sus arpas? ¿En qué infierno perdido e ignoto esperan la mañana de la resurrección? ¿Quién disfruta de sus bienes residuales? ¿O dónde está la de Dis, que según descubrió César era el dios principal de los celtas? ¿O la de Tarvers, el toro? ¿O la de Moceos, el cerdo? ¿O la de Epona, la yegua? ¿O la de Mullo, el asno celestial? Hubo una época en que los irlandeses veneraban todos estos dioses, pero hoy incluso el irlandés más borracho se ríe de ellos.
Sin embargo, no están solos en el olvido: el infierno de los dioses muertos está tan poblado como el infierno presbiteriano para párvulos. Allí están Damona, y Esus, y Drunemeton y Silvana, y Dervones, y Adsalluta, y Deva, y Belisama, y Uxellimus, y Borvo, y Grannos, y Mogons. Todos ellos dioses poderosos de su época, venerados por millones, llenos de exigencias e imposiciones, capaces de atar y desatar, todos ellos dioses de primera categoría. Los hombres trabajaban durante generaciones para construirles templos gigantescos, templos con piedras grandes como carretas. El negocio de interpretar sus caprichos ocupaban a miles de sacerdotes, obispos y arzobispos. Dudar de ellos equivalía a morir, generalmente en la pira. Los ejércitos se ponían en campaña para defenderlos de los infieles: quemaban aldeas, masacraban mujeres y niños, robaban el ganado. Pero al fin todos se marchitaron y murieron, y hoy no hay nadie tan desahuciado como para prestarse a honrarlos.
¿Qué se ha hecho de Sutekh, que otrora fue el dios supremo de todo
el valle del Nilo? ¿Qué se ha hecho de:

Reshep                         Baal
Anat                             Astarté
Ashtoret                       Hadad
Nebo                            Dagón
Melek                          Yau
Ahija                            Amón-Ra
Isis                               Osiris
Pta                               Moloch?

Todos estos fueron antaño dioses muy eminentes. El Antiguo Testamento menciona a muchos de ellos con miedo y escalofrío. Hace cinco o seis mil años estaban a la altura del mismo Yaveh. Los peores de ellos estaban mucho más empinados que Thor. Sin embargo, todos se han ido por el sumidero, en compañía de:

Arianrod                       Morrigu
Govannon                     Gunfled
Dagda                           Ogyrvan
Dea Dia                        Iuno Lucina
Saturno                         Furrina
Cronos                          Engurra
Belus                            Ubilulu
U-dimmei-an-kia          U-sab-sib
U-Mersi                        Tammuz
Venus                           Beltis
Nusku                           Aa
Sin                                Apsu
Elali                              Mami
Nuada Argetlam           Tagd
Goibniu                        Odín
Ogma                           Marzin
Marte                           Diana de Éfeso
Robigo                          Plutón
Vesta                            Zer-panitu
Merodach                    Elum
Marduk                        Nin
Perséfone                     Ishtar
Lagas                            Nirig
Nebo                            En-Mersi
Asur                             Beltu
Kuski-banda                 Nin-azu
Zaraqu                          Qarradu
Zagaga                          Ueras


Pídale al párroco que le preste un buen libro de religión comparada: los encontrará enumerados a todos. Eran dioses de alto rango, dioses de pueblos civilizados, en los que creían millones de personas que los veneraban. Todos eran omnipotentes, omniscientes e inmortales. Y todos están muertos.



domingo, 16 de marzo de 2014

Dura compañía: Charles Bukowski, una poética rasposa



Todo poeta, sin desearlo, termina teniendo algo de profeta. En algún apartado de su copiosa bibliografía, Bukowski escribió: “Lo peor de todo es que algún tiempo después de mi muerte se me va a descubrir de verdad […] Mis palabras estarán en todas partes. Se crearán clubes sociales y sociedades. Será como para volverse loco. Se hará una película de mi vida. Me pintarán mucho más valiente de lo que soy y con mucho más talento del que tengo. Mucho más. Será como para hacer vomitar a los dioses. La especie humana lo exagera todo: a sus héroes, a sus enemigos, su importancia”.
No estaba lejos de la verdad: se cita indiscriminadamente en las redes sociales, sean leídos o no sus innumerables escritos, los buscadores estallan con memes en que se le recuerda con palabras ajenas, es citado hasta el hartazgo como el epítome del escritor maldito moderno (o posmoderno); una pálida adaptación al cine (Barfly, de Barbet Schroeder), escrita por el mismo autor (y cuyo resultado final detestó), trató de fijarlo en la memoria fílmica, pero terminaría dando aquel resultado irónico y mordaz llamado Hollywood.
En suma, Hank sigue vivo, quizá más vivo que nunca, aunque recordado más por sus hazañas etílicas que por la sincera furia de su verbo, cuyo producto último fue una de las poéticas más rasposas y crudas de la literatura del siglo XX.
En sus poemas se dan cita el azar, la podredumbre, el ridículo, el vicio, el tedio y la descomposición propios de los personajes asiduos de la marginalidad, pero propios también de la vida ordinaria y común, de la vida de todos los días. Bukowski se dedicó a establecer, salvajemente, el crudo retrato del fin del sueño americano, cuyo único error ha sido —como dijera entre líneas El Comediante en Watchmen— realizarse.



nada es tan eficaz como la derrota

siempre lleva un cuaderno de apuntes contigo
adonde vayas, me dijo,
y no bebas mucho, beber entorpece
las sensibilidades,
ve a las lecturas, toma apunte de las pausas del aliento,
y cuando leas
siempre subestima
réstale importancia, el público es más inteligente de lo que
puedas creer,
y cuando escribas algo
no lo envíes enseguida,
mételo en un cajón por dos semanas,
luego sácalo y obsérvalo,
y revisa, revisa,
REVISA una y otra vez,
ajusta las líneas como pernos sosteniendo la envergadura
de un puente de 5 millas,
y ten un cuaderno de apuntes cerca de tu cama,
tendrás pensamientos por la noche
y estos pensamientos se desvanecerán y perderán
a menos que los anotes.
y no bebas, cualquier idiota puede
beber, nosotros somos hombres de
letras.

para alguien que no podía escribir en absoluto
él era como el resto
de ellos:
de seguro que podía
hablar de
eso.


* * *

metamorfosis

una novia llegó
me hizo la cama
refregó y enceró el piso de la cocina
refregó las paredes
aspiró
limpió el water
la bañera
refregó el piso del baño
y cortó mis uñas de los pies y
el pelo.

luego
todo en el mismo día
el plomero llegó y arregló el caño de la cocina
y el water
y el hombre del gas arregló la estufa
y el hombre del teléfono arregló el teléfono.
ahora me siento aquí en toda esta perfección.
hay calma.
he roto con mis 3 novias.

me sentía mejor cuando todo estaba en
desorden.
me tomará algunos meses el que todo vuelva a la
normalidad:
no puedo encontrar una sola cucaracha con quien conversar.

he perdido mi ritmo.
no puedo dormir.
no puedo comer.

me han robado
la suciedad.

* * *

arte

cuando el
espíritu
se desvanece
aparece
la
forma.

* * *

dura compañía

poemas como pistoleros
se sientan allí y
hacen agujeros en mis ventanas
mastican mi papel higiénico
leen los resultados de las carreras
descuelgan el teléfono.

poemas como pistoleros
me preguntan
a qué demonios juego,
y si
me gustaría
acabar con un disparo.

tranquilo, digo
la carrera no es
para el rápido.

el poema sentado al
extremo sur del sofá
dibuja
y dice
¡al diablo con esto!

tranquilo, compañero, tengo
planes para
ti.

¿planes, eh? ¿Qué
planes?

El New Yorker,
amigo.

entonces pone su hierro
lejos.

el poema sentado en la
silla al lado de la puerta
se estira
me mira:
sabes, panzón, has
estado muy lento
últimamente

a la mierda,
digo,
¿quién es el que juega
este juego?

todos corremos
esta carrera dicen
los pistoleros
dibujando hierro:
consíguelo

así que
aquí
estás:

este poema
era el que
estaba en
lo alto del
refrigerador
destapando
cervezas.

y ahora
lo tengo
fuera del camino
y todos los demás
sentados por allí apuntando
sus armas hacia mí
diciendo:

¡soy el próximo, soy el próximo, soy
el próximo!

supongo que cuando muera
los que queden
saltarán sobre otro
pobre

hijo de puta.





* * *

un ideal

Waxmans, dijo,
el hombre se moría de hambre antes,
ahora todas las constructoras lo
desean;
ha trabajado en París en Londres e
incluso en África,
tiene su propio
concepto del
diseño...

¡qué jodido!, dije,
¿un arquitecto muerto de hambre,
eh?

si, sí, se moría de hambre y también su
esposa y sus hijos
pero él era fiel a
sus ideales.

¿un arquitecto muerto de hambre,
eh?

sí, pero finalmente lo logró,
lo vi el miércoles pasado junto
a su esposa, los Waxmans...
¿te gustaría
conocerlos?

dile, le dije, que se meta 3 dedos en
el culo
y los agite.

siempre eres tan desagradable, dijo ella
arrojando su vaso
con escoses y
agua.

sí, dije, en honor
de los muertos.

* * *

el periódico en el piso

...el dibujo es pobre y sé poco del tema:
un hombre de rostro sereno, cara de haber ganado el mundo
y con la corbata del respetable y una pipa satisfecha; y su esposa
notoria por el tinte de su cabello negro (nunca tan
despeinada como para tener bebés y guiarlos a salvo
de las caídas): hay una abuela que se sienta como se sentaría una maceta: un espacio ganado pero inútilmente;
y una pareja de sonrientes mocosos falderos
dos pequeños Jung y Adlers
llenos de dudas, preguntas oscuras,
y, por supuesto,
una joven metida en jóvenes amoríos
(ellas toman esto con mucha más seriedad que los
jóvenes que
van detrás del establo);
y hay un joven, su, creo, hermano quien es experto en establos
con esta gran tundra, este escudo de pelo negro;
está horriblemente saludable
y vestido con lo último en camisas deportivas
con los mejores gestos de experto;
este gran... hermano (¿16? ¿17? ¿18? ¿Dios qué?)
usualmente (cuando leo esto, lo cual es raro)
inclinándose hacia delante sobre el asiento del carro
(se sienta atrás, como el autor)
y hace un... comentario sobre la VIDA, todas mayúsculas, VIDA que es TAN cierto
que simplemente... molesta a todos
excepto a los pobres chicos que no saben qué demonios es todo
[esto a pesar de su Jung y Adler
y simplemente van por el camino con los ojos bien abiertos y sus chupetines se estiran hasta las puras y bellas nubes;
pero, ¡epa!, el líder hace añicos su pipa con cara de cerdo burócrata contra
esta verdad que los viejos dejan
tirada como la tapa de un medidor de gas cubierta por la maleza; y la madre (¿esposa qué?) baja
una grande y negra ceja y una hebra de pelo más permanece
desprendida en la fría y larga lucha; y la
abuela, oh, no sé
para entonces miro a otro lado; pero recuerdo a la chica,
la muchacha enroscada en amores juveniles,
siempre molesta
porque se la ha culpado de lo de atrás del granero...
encerrada con René el Francés, un embrollo... ¿era pintor o
qué?
nadie quiere encarar esto pero... el gordo... personaje de la
camisa deportiva (quien es un chico bueno y fuerte que estará realmente bien algún día) sigue trayendo a la vaca
desde atrás del granero
con el toro; pero es joven
y ríe
y todo se soporta de algún modo;
pero lo mejor es su... explicación de todo,
de la vaca y del toro,
con la inherente e instintiva... sabiduría de su
juventud;
la explicación usualmente llega en la mañana
sobre la mesa del desayuno
antes de que todo este enfermizo amasijo de vulgar... humanidad haya tenido la oportunidad
de sentarse en su sitio
el saludable rostro... blanco ríe y lo dice todo;
está allí sentado esperando decirlo todo,
está allí sentado con los pequeños... gemelos (¿o qué?)
mientras derraman cereales tan delicadamente
con sus pequeñas cucharas,
este feliz y gran... patán que nunca tuvo un dolor de muelas
se ha sentado esperando el ingreso de los mayores
Abuelita que debe ponerse sus dientes, y Papá que está
preocupado por el trabajo, y Mamá que no está
aún de una sola pieza que digamos; y la joven que ama con fe, amargura y...
pureza ellos entran
y él saca un brazo
inclinando su saludable... esqueleto locamente hacia atrás en la silla
frente a las cortinas estampadas con soles perfectos
y el pequeño adorable, el chapucero conjunto,
dice su gran dicho,
y en el globo sobre su cabeza están las palabras
y por la retorcida agonía de los rostros
estoy dado a creer que algo se ha dicho,
pero leo otra vez
mirando cautelosamente en el gran vómito feliz del rostro
del patán
la gran profundidad marrón de los ojos
y los dientes de la joven botan acidez como si hubiera
mordido una verdad ácida,
pero hay algo mal
hay algún error
porque el pedazo de papel que sostengo
realiza pendientes y ángulos en la luz eléctrica
en el abierto vértigo de mi bóveda
y se acurruca y se enrolla formando un nudo hinchado
y empuja tras mis ojos
y empuja mis nervios ciáticos a la línea de los cabellos
y luego sé que
el gran vomitivo patán no ha dicho
nada nada nada nada nada nada nada
nada nada nada nada nada nada nada
nada nada nada nada nada nada nada
y ahora,
en la alfombra
bajo la silla
puedo ver la sección cómica
doblada en dos,
puedo ver las líneas blancas y negras
y unos rostros que no me molesto en distinguir;
pero una débil enfermedad me vence
al ver este pedazo de papel
y desvío la mirada
y trato de no pensar
que mucho de nuestra vida
se parece a la de los rostros del periódico
que miran desde los pies
y sonríen y saltan y gesticulan,
para confundirse con la basura de mañana
y ser desechados.
















* * *

el genio de la multitud

hay suficiente traición y odio,
violencia
necedad en el ser humano
corriente
como para abastecer cualquier ejercito
o cualquier
jornada.
y los mejores asesinos son aquellos
que predican en su contra.
y los que mejor odian son aquellos
que predican amor.
y los que mejor luchan en la guerra
son -al final- aquellos que
predican
paz.
aquellos que hablan de dios.
necesitan a dios
aquellos que predican paz
no tienen paz.
aquellos que predican amor
no tienen amor.
cuidado con los predicadores
cuidado con los que saben.
cuidado con
aquellos que
están siempre
leyendo
libros.
cuidado con aquellos que detestan
la pobreza o están orgullosos de ella.
cuidado con aquellos de alabanza rápida
pues necesitan que se les alabe a cambio.
cuidado con aquellos que censuran con rapidez:
tienen miedo de lo que
no conocen.
cuidado con aquellos que buscan constantes
multitudes; no son nada
solos.
cuidado con
el hombre corriente
con la mujer corriente
cuidado con su amor.
su amor es corriente, busca
lo corriente.
pero es un genio al odiar
es lo suficientemente genial
al odiar como para matarte, como para matar
a cualquiera.
al no querer la soledad
al no entender la soledad
intentarán destruir
cualquier cosa
que difiera
de lo suyo.
al no ser capaces
de crear arte
no entenderán
el arte.
considerarán su fracaso
como creadores
sólo como un fracaso
del mundo.
al no ser capaces de amar plenamente
creerán que tu amor es
incompleto
y entonces te
odiarán.
y su odio será perfecto
como un diamante resplandeciente
como una navaja
como una montaña
como un tigre
como cicuta
su mejor
arte.-

* * *

el perdedor

y el siguiente recuerdo es que
estoy sobre una mesa,
todos se fueron: el más
valiente
bajo los focos, amenazante,
tumbándome a golpes...
y después un tipo asqueroso de
pie, fumando un puro:
“chico, tú no sabes pelear”, me
dijo,
y yo me levanté y le lancé
un golpe por encima
de una silla;
fue como una escena de
película y allí quedó sobre
su enorme trasero diciendo
sin cesar: “dios mío,
dios mío, pero ¿qué
es lo que te ocurre?”
y yo me levanté y me vestí,
las manos aún vendadas, y
al llegar a casa me arranqué
las vendas de las manos y
escribí mi primer poema,
y no he dejado de pelear
desde entonces.

* * *

pájaro azul

hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro, no voy
a permitir que nadie
te vea.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero yo le echo whisky encima y me trago
el humo de los cigarrillos,
y las putas y los camareros
y los dependientes de ultramarinos
nunca se dan cuenta
de que esté ahí dentro.

hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
hacerme un lío?
¿es que quieres joder
mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?
hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir
a veces por la noche
cuando todo el mundo duerme.
le digo ya sé que estás ahí,
no te pongas
triste.
luego lo vuelvo a introducir,
y él canta un poquito
ahí dentro, no le he dejado
morir del todo
y dormimos juntos
así
con nuestro
pacto secreto
y es tan tierno como
para hacer llorar
a un hombre, pero yo no
lloro,
¿lloras tú?




nothing is as effective as defeat

always carry a notebook with you
wherever you go, he said,
and don't drink too much, drinking dulls
the sensibilities,
attend readings, note breath pauses,
and when you read
always understate
underplay, the crowd is smarter than you
might think,
and when you write something
don't send it out right away,
put it in a drawer for two weeks,
then take it out and look
at it, and revise, revise,
REVISE again and again,
tighten lines like bolts holding the span
of a 5 mile bridge,
and keep a notebook by your bed,
you will get thoughts during the night
and these thoughts will vanish and be wasted
unless you notate them.
and don't drink, any fool can
drink, we are men of
letters.

for a guy who couldn't write at all
he was about like the rest
of them: he could sure
talk about
it.





* * *

metamorphosis

a girlfriend came in
built me a bed
scrubbed and waxed the kitchen floor
scrubbed the walls
vacuumed
cleaned the toilet
the bathtub
scrubbed the bathroom floor
and cut my toenails and
my hair.

then
all on the same day
the plumber came and fixed the kitchen faucet
and the toilet
and the gas man fixed the heater
and the phone man fixed the phone.
now I sit here in all this perfection.
it is quiet.
I have broken off with all 3 of my girlfriends.

I felt better when everything was in
disorder.
it will take me some months to get back to
normal:
I can't even find a roach to commune with.

I have lost my rhythm.
I can't sleep.
I can't eat.

I have been robbed of
my filth.


* * *

art

as the
spirit
wanes
the
form
appears.

* * *

tough company

poems like gunslingers
sit around and
shoot holes in my windows
chew on my toilet paper
read the race results
take the phone off the
hook.

poems like gunslingers
ask me
what the hell my game is,
and
would I like to
shoot it out?

take it easy, I say,
the race is not to
the swift.

the poem sitting at the
south end of the couch
draws
says
balls off for that
one!

take it easy, pardner, I
have plans for
you.

plans, huh? what
plans?

The New Yorker,
pard.

he puts his iron
away.

the poem sitting in the
chair near the door
stretches
looks at me:
you know, fat boy, you
been pretty lazy
lately.

fuck off
I say
who's running this
game?

we're running this
game
say all the
gunslingers
drawing iron:
get
with it!

so
here you
are:

this poem
was the one
who was sitting
on top of the
refrigerator
flipping
beercaps.

and now
I've got him
out of the way
and all the others
are sitting around pointing
their weapons at me and
saying:

I'm next, I'm next, I'm
next!

I suppose that when
I die
the leftovers
will jump some other
poor
son of a bitch.


* * *

an ideal

the Waxmans, she said,
he starved,
all these builders wanted to
buy him;
he worked in Paris in London and
even in Africa,
he had his own
concept of
design ...

what the fuck? I said,
a starving architect,
eh?

yes, yes, he starved and his
wife and his children
but he was true to
his ideals.

a starving architect,
eh?

yes, he finally came through,
I saw him and his wife last
Wednesday night, the Waxmans ...
would you care to meet
them?

tell him, I said, to stick 3 fingers up
his ass
and flick-off.

you're always so fucking nasty, she said,
knocking over her tall-stemmed
glass of scotch and
water.

uh huh, I said, in honor of
the dead.

* * *

the paper on the floor

... the drawing is poor and I know little of the plot:
a man with a stable, world-earned face and the necktie of
respectability, and a satisfied pipe; and his wife---
signified by the quick ink of black hair (just ever so
tousled with having babies and guiding them safely through
the falls): there is a grandmother who sits somewhat like
a flowerpot: allotted an earned space but not really
useful; and a couple of smiling, knee-climbing gamins
two little Jung and Adlers
full of moot, black-type questions,
and, of course,
a young girl troubled with young loves
(they take these things so much more seriously than the
young men who
go behind the barn);
and there is a young man---her, I presume barn-wise, brother
with this great tundra, this shield of black hair;
he is horribly healthy
and dressed in the latest in sport shirts
in the best barn-wise manner;
this big ... brother (16? 17? 18? God wot?)
is usually (when I read this, which is not very often)
leaning forward over the car seat
(he sits in the back, like the author)
and makes some ... comment on LIFE, capital all-the-way LIFE
that is so VERY true
that it just ... upsets everybody
except the poor kiddies who don't know what the hell it's
all about in spite of their Jung and Adler
and they just ride along round-eyed and sucking at their
lollypops all up in the pretty pure white clouds;
but, lo, the headman grinds his pipe grey-faced against this
sporty truth that old men let lie like overgrown
gas-meter covers; and the mother (wife wot?) draws down
a long black eyebrow and one more strand of hair becomes
unattached in the cool long struggle; and
Grandma, oh, I don't know---
by then I have looked away; but I remember the girl,
the young girl with young loves
is always especially angry
because the back of the barn has been blamed on her ...
locked with René the Frenchman, the struggling ... painter or
wot?
nobody wants to face it but this ... fat ... sports-wear shirt
character (who is really a nice strong boy who will really
be O.K. some day) keeps bringing the cow out from behind the
barn
with the bull; but he is young
and laughs
and all somehow bear up;
but best is his ... explanation of it all,
of the cow and the bull,
with the inherent and instinctive ... wiseness of his
youth;
the explanation usually comes in the morning
over the breakfast table---
before all this sickly struggling ordinary mess of common ...
humanity has had a chance
to seat itself
the healthy white ... face laughs and tells it all;
he's been sitting there waiting to tell it all,
he's been sitting there with the little ... twins (or wot?)
as they spill porridge so cutely with their little spoons,
this big ... happy oaf who's never had a toothache
has been sitting waiting the entrance of his elders
(Granny who must put in her teeth, and Papa who is worried
about the office, and Mama who isn't exactly straightened out
yet; and the young girl who loves with faith, anger and ...
purity) in they come
and he throws out an arm
and tilting his healthy ... carcass madly back in the chair
before the sun-pure kitchen curtains
and the little lovable, struggling bungling group
he says his great say,
and in the balloon above his head are the words
and by the twisted agony of the faces
I am led to believe something has been said,
but I read again
looking carefully at the great happy spewing oaf's face
the brown great deepness of the eyes
and the young girl's teeth pushed out sour as if she had
bitten into some lemon of truth,
but there is something wrong
there is some mistake
because the sheet of paper I hold
slants and angles in the electric light
into the open dizziness of my dome
and it huddles and curls itself into a puffy knot
and pushes at the back of my eyes
and pulls my nerves taut-thin from toe to hair-line
and I know then that
the great spewing oaf has said
nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing nothing
and now,
on the rug
under the chair
I can see the comic section
folded in half,
I can see the black and white lines
and some faces I don't care to discern;
but a thin illness overcomes me
at the sight of this portion of paper
and I look away
and try not to think
that much of our living life
is true to the little paper faces
that stare up from our feet
and grin and jump and gesture,
to be wrapped in tomorrow's garbage
and thrown away.

* * *

the genius of the crowd 

there is enough treachery, hatred
violence
absurdity in the average
human being
to supply any given army on
any given day
and the best at murder are those
who preach against it
and the best at hate are those who
preach love
and the best at war
finally are those
who preach
peace
those who preach god,
need god
those who preach peace
do not have peace
those who preach love
do not have love
beware the preachers
beware the knowers
beware those
who are
 always
reading
books
beware those who either detest poverty
or are proud of it
beware those quick to praise
for they need praise in return
beware those who are quick to censor
they are afraid of what they
do not know
beware those who seek constant
crowds for they are nothing
alone
beware
the average man
the average woman
beware their love,
their love is average
seeks average
but there is genius in their hatred
there is enough genius in their hatred
to kill you
to kill anybody
not wanting solitude
not understanding solitude
they will attempt
to destroy anything
that differs
from their own
not being able
to create art
they will not understand
art
they will consider their failure
as creators
only as a failure
of the world
not being able to love fully
they will believe
your love incomplete
and then they will
hate you
and their hatred will be perfect
like a shining diamond
like a knife
like a mountain
like a tiger
like hemlock
their finest
art


* * *

the loser

and the next I remembered
I’m on a table,
everybody’s gone:
the head of bravery
under light, scowling,
flailing me down…
and then some toad stood there,
smoking a cigar:
“Kid you’re no fighter”,
he told me,
and I got up and knocked him
over a chair;
it was like a scene in a movie,
and he stayed there
on his big rump and said
over and over: “Jesus, Jesus,
whatsamatta with you?”
and I got up and dressed,
the tape still on my hands,
and when I got home
I tore the tape off my hands
and wrote my first poem,
and I’ve been fighting
ever since
.



* * *

bluebird

there's a bluebird in my heart that
wants to get out
but I'm too tough for him,
I say, stay in there, I'm not going
to let anybody see
you.
there's a bluebird in my heart that
wants to get out
but I pour whiskey on him and inhale
cigarette smoke
and the whores and the bartenders
and the grocery clerks
never know that
he's
in there.

there's a bluebird in my heart that
wants to get out
but I'm too tough for him,
I say,
stay down, do you want to mess
me up?
you want to screw up the
works?
you want to blow my book sales in
Europe?
there's a bluebird in my heart that
wants to get out
but I'm too clever, I only let him out
at night sometimes
when everybody's asleep.
I say, I know that you're there,
so don't be
sad.
then I put him back,
but he's singing a little
in there, I haven't quite let him
die
and we sleep together like
that
with our
secret pact
and it's nice enough to
make a man
weep, but I don't
weep, do
you?